Navidad
No voy a entrar en la cuestión de cómo se celebra hoy la Navidad. Eso es algo que todos sabemos. Hace muchos siglos, ante el dilema de suprimir o dar el cambiazo, la Iglesia decidió cristianizar unas fiestas paganas y hoy el paganismo ha recuperado lo que era suyo. Se trata únicamente de la fuerza de la gravedad: cuando las fuerzas que elevan el espíritu decaen, las cosas caen por la fuerza de su propio peso.
Y tampoco voy a entrar en el espíritu navideño que a algunos católicos les embargaba por estas fechas en forma de solidaridad transitoria, como de forma cruelmente sarcástica caricaturizó Berlanga en su película Plácido.
El misterio de la Encarnación
En contra de lo que pudiera parecer, al hablar de la Navidad lo fácil es explicar el contenido dogmático que encierra la fe en el misterio de la Encarnación. Decir que el Verbo de Dios se hizo carne, que la segunda Persona de la Santísima Trinidad se hizo hombre, ése es el gran dogma de nuestra fe, la seña de identidad del cristiano.
Decirlo es fácil. Creerlo no es fácil ni difícil: se cree o no se cree. Pero vivirlo… ¡ah vivirlo!. Eso es otro asunto.
Pero, ¿qué significa el Misterio de la Encarnación? Dicho de otro modo, ¿qué significa para nosotros este misterio de nuestra fe? ¿Qué diferencia hay entre creer únicamente que existe Dios y creer que Jesús de Nazaret es Dios?
Creer en Dios y no creer en la divinidad de Jesucristo es perfectamente compatible con tener una imagen de Dios cercano y preocupado por los hombres. Aunque sería un error olvidar la imagen concreta que de Dios nos transmiten los Evangelios. No ya como Padre, sino como «abba» (papá).
Navidad. Hijos en el Hijo
Pero hay más. Con la Encarnación, la humanidad queda de algún modo santificada. Y digo «de algún modo» porque hoy en día circula de forma implícita una creencia ciertamente herética como si el hombre pudiera llegar a ser Dios. Hoy en día no existe debate teológico de ningún tipo. Las ideas no se afirman, solamente se sugieren y así uno queda indefenso ante ciertas corrientes.
Somos «hijos en el Hijo«, lo que quiere decir que nadie es hijo fuera de Cristo. Y lo de ser «otros Cristos» tampoco significa la divinización del hombre, de ningún hombre y tampoco de la humanidad como tal. No es la divinización lo que nos enseña el Nuevo Testamento, sino la kénosis:
6Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
7al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.Y así, actuando como un hombre cualquiera,
8se rebajó hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.9Por eso Dios lo levantó sobre todo
Filp 2,6-11
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
10de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
11y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
El seguimiento de Cristo
Éste es el Dios en el que creemos y, para ser «otro Cristo«, no hay otro camino que la cruz: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.» (Mt 16,24). Es el «aprendió sufriendo a obedecer» de Heb. 5,8. Así es Dios y no como nosotros nos lo imaginamos:
Es que Dios sabe muy bien que el día en que comáis de él se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal
Gn 3,5
De modo que la el Misterio de la Encarnación no es sólo ni fundamentalmente una lección acerca de la cercanía de Dios, sino más bien una lección acerca de quién es realmente Dios, de cómo es Dios. Justo lo contrario de cómo nos lo imaginamos nosotros.
«Si uno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.»
Mc 9,35
Creer en Cristo es creer que solamente por Cristo, con Él y en Él podemos llegar a Dios. Y eso significa creer también que el Reino de Dios crece por la fuerza de Dios a partir de una semilla muchas veces invisible. La Evangelización es obra de Dios, no nuestra. Las técnicas de marketing están de más en la Iglesia. Y también están de más los métodos antiguos, tales como centrarse en la educación de las élites. Dios se manifiesta dónde y cómo quiere, generalmente donde menos pensamos.
Dios ha escogido más bien a los que el mundo tiene por necios para confundir a los sabios; y ha elegido a los débiles del mundo para confundir a los fuertes
1 Cor 1,27
Navidad
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