Mediada ya la cuaresma, tal vez no hayamos conseguido aún entender su sentido o lo que Dios esperaba de nosotros en estas semanas. ¿Qué tiene de especial la cuaresma? Pero, ¿no es la vida del cristiano un camino continuo hacia la Pascua? ¿No es todo el año tiempo de conversión?
Un poco de historia
La cuaresma sufre un proceso evolutivo, y su duración varió a lo largo de los siglos. Lo que no cambia es su objetivo: ser una preparación para la Pascua.
Conocemos la existencia de un ayuno de cuarenta días en Egipto a finales del siglo III o principios del IV. Parece que su objetivo principal era conmemorar los cuarenta días de ayuno del Señor en el desierto. Sin embargo, pronto de convirtió en una preparación para la celebración del misterio pascual.
En realidad, los primitivos cristianos practicaban el ayuno durante todo el año. Este cesaba únicamente durante la pascua. Por otra parte, el ayuno iba siempre acompañado de reuniones de oración en torno a la Palabra de Dios.
A partir del siglo IV, cuando se estructura el catecumenado, la cuaresma sirve de marco a la preparación próxima para los catecúmenos que recibirían el bautismo en la vigilia pascual de ese año.
También para los penitentes era la cuaresma tiempo especial de preparación para recibir el perdón el día de Jueves Santo.
En general y para todo el pueblo cristiano, la cuaresma era tiempo especial de ayuno, limosnas y oración. Estas prácticas se consideraban inseparables.
Evolución de la cuaresma en la Iglesia de Roma
La cuaresma evoluciona de forma distinta en las diferentes iglesias. La evolución en la iglesia de Roma es la mejor conocida. En un primer momento, la preparación para la Pascua consistía en una semana de ayuno. Nuestra Semana Santa. El primer domingo se leía la pasión. Las reuniones del miércoles y del viernes no incluían la celebración de la Eucaristía.
Siglo IV
En el siglo IV, encontramos testimonios de que esta preparación duraba tres semanas. En los tres domingos correspondientes tenían lugar los tres escrutinios de los catecúmenos. Pero es a finales de este mismo siglo cuando sabemos que nació la cuaresma (seis semanas). El ayuno se observaba todos los días excepto el domingo, pero las reuniones tenían lugar únicamente lunes, miércoles y viernes (sin eucaristía). Al ampliar la cuaresma de tres a seis semanas, los escrutinios de los catecúmenos tenían lugar en los domingos III, IV y V. En estos domingos se leían los evangelios de la samaritana, el ciego de nacimiento y la resurrección de Lázaro. Más adelante, cuando se generalizó el bautismo de niños, los escrutinios pasaron a ser siete y se realizaban entre semana.
Siglo VI
A partir del siglo VI, la cuaresma se anticipó al miércoles anterior al primer domingo. La razón de ello fue que, dado que los domingos no ayunaban, los días de ayuno efectivo fueran 40. Los cuatro días que van del miércoles al sábado, más seis días por cada una de las seis semanas.
Siglos VIII y sucesivos
El uso de la ceniza aparece únicamente en el siglo X en los países renanos. De ahí pasó a Italia entre los siglos X y XI. Lo encontramos en el Pontifical romano en el siglo XII, pero no será hasta el siglo XIII que el Papa se someta a esta ceremonia penitencial.
Los domingos de quincuagésima, sexagésima y septuagésima, previos a la cuaresma, aparecieron sucesivamente y se impusieron por todo Occidente a lo largo del siglo VIII. Desparecen con la reforma litúrgica del concilio Vaticano II.
La cuaresma en nuestros días
La cuaresma comienza el miércoles de ceniza y termina en el momento en el que comienza la Cena del Señor del jueves santo. En ella se celebran seis domingos: los cinco domingos de cuaresma, más el Domingo de Ramos.
Mensaje del santo Padre Francisco para la cuaresma 2022
El Papa nos ofrece un texto de san Pablo para animarnos a vivir con intensidad esta cuaresma.
No nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su debido tiempo. Por tanto, mientras tenemos la oportunidad (kairós), hagamos el bien a todos.
Gal 6,9-10a
Siembra y cosecha
El kairós es el tiempo favorable para sembrar el bien. Y la cuaresma un tiempo favorable, aunque en realidad tiempo favorable es toda nuestra existencia terrena.
El Papa nos invita a escuchar atentamente la Palabra de Dios. Esta escucha nos hace madurar para acoger en nosotros la acción de Dios.
Sembremos buenas obras sin esperar nada a cambio. Uno es el que siembra y otro el que cosecha. El bien que hacemos fructifica ya en esta tierra, sin que nosotros lo veamos. Porque ningún acto de amor queda sin fruto. Pero el fruto completo de nuestra vida y nuestras acciones es el «fruto para la vida eterna» (Jn 4,36).
«No nos cansemos de hacer el bien»
La resurrección de Cristo es lo que anima nuestras esperanzas terrenas con la esperanza de la vida eterna. Porque tenemos la tentación de sentirnos impotentes y encerrarnos en nosotros mismos. Por ello, no nos cansemos de orar. Y no nos cansemos de extirpar el mal de nuestra vida. La finalidad del ayuno corporal es la de fortalecer nuestro espíritu para el combate contra el pecado. Y, muy importante, acerquémonos a recibir el sacramento del perdón. Y practiquemos la limosna. Dando con alegría, no solo nuestro dinero, sino también nuestro tiempo. Busquemos a quien nos necesita. Llamemos a quien desea ser escuchado. Visitemos a quien está solo.
«Si no desfallecemos, a su tiempo cosecharemos»
La cuaresma nos recuerda cada año que el bien no se alcanza de una vez para siempre. Que tenemos que conquistarlo cada día. Practicando el amor fraterno nos unimos a Cristo, que dio su vida por nosotros.
¿Cómo vivir de verdad la cuaresma?
Después de haber leído este resumen de las palabras del Papa, parece que ya no cabría decir nada más. Sin embargo, sean cuales sean las prácticas cuaresmales que realicemos, es muy importante que la cuaresma no se convierta en algo así como una dieta para adelgazar. Y mucho menos que tengamos en Pascua el efecto yo-yo correspondiente.
No pedir peras al olmo
Cuando tratamos de comportarnos por encima de nuestras posibilidades, suelen suceder cosas como esta:
Recuerdo cómo, siendo adolescente, la cuaresma era el momento en el que descubrías qué compañeras no te tragaban. Yo solía ir a mi bola y había compañeras que me pasaban desapercibidas. Hasta que un día, normalmente después de alguna charla cuaresmal, alguna de ellas se volcaba en amabilidades conmigo. De esta forma, aquella amabilidad se convertía para mí en revelación de una enemistad que me había pasado inadvertida.
Primero hay que cambiar el corazón. Los hechos saldrán después solos. Es cierto que el amor debe mostrarse más en hechos que en palabras (cf. EE [230]. Pero los hechos los pone Dios en aquel que se lo pide con fe. A fuerza de codos se consiguen otras cosas, nunca el amor.
No es cuestión de cantidad, sino de calidad
Por otro lado, tengo la impresión de que en cuaresma son tantas las actividades, que no queda tiempo para otra cosa. Y no digamos nada para quienes andan ocupadísimos en preparar una Semana Santa por todo lo alto. No vivamos la cuaresma como una serie de compromisos sociales.
Sé que resulta extraño hablar de compromisos sociales en este contexto. Pero ¿qué otra cosa es cuando estás comprometida con la pastoral de una parroquia y no hay día en que no haya algo organizado? Pues que, si no vas, parece que estás despreciando la gracia.
Ante esto, hay que decir que no hay una única forma de vivir (bien) la cuaresma. Ciertamente es una gracia tener unos pastores generosos y entregados. Pero, si la oferta es mucha y variada, cada cual actúe del modo que considere que le ayuda más. Porque no se trata de hacer muchas cosas, sino de crecer en el amor.
¿Cómo vivir la cuaresma?
Ya he dicho antes que no hay una única forma de vivir bien la cuaresma. Pero no me refiero única ni principalmente a las diferencias que existen entre nosotros. La cuestión es más profunda.
Esto es cierto incluso para uno mismo. No hay una única forma de vivir bien la cuaresma. Mejor dicho, sí que hay una única forma, igual para todos: hacer la voluntad de Dios en cada momento. Y a uno le pedirá una cosa y a otro otra. Y cosas diferentes en momentos distintos.
No perdiendo nunca de vista el objetivo de la cuaresma, que es crecer en el amor. Y para eso no hay recetas.
Solamente la oración, que no tiene nada que ver con los muchos rezos. Adentrarnos en el misterio del amor de Cristo, prepararnos a morir con él, para poder resucitar con él.
Acercarnos a la Palabra de Dios. Hacer silencio en nuestro interior, para poder escuchar lo que el Espíritu nos diga. Porque el Espíritu suele hablar cuando y donde menos pensamos. No podemos controlar sus intervenciones. Y puede hablar por medio del sacerdote en una charla cuaresmal. Pero también por medio de una persona cualquiera que nos dice algo de lo que ni siquiera es consciente. Pero, sobre todo, acostumbra a hablar en los acontecimientos y en las circunstancias de la vida.
El Espíritu Santo no habla a gritos, sino en un susurro. Y tenemos que tener cuidado, porque puede ser confundido con nuestros caprichos. Pero también con las exigencias de los demás. Decir a todo que sí no siempre es amor. También puede ser comodidad, cobardía o deseo de agradar. Por eso necesitamos orar continuamente. Conocer a Dios, para poder reconocerle.