LA PASIÓN DE CRISTO EN EL CENTRO DE LA VIDA DEL CRISTIANO

La pasión de Cristo

La pasión de Cristo. Cristo en la cruz. Cuadro de Barocci
La pasión de Cristo en el centro de la vida del cristiano

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

Anónimo español publicado por primera vez en 1628

LA PASIÓN DE CRISTO EN EL CENTRO DE LA VIDA DEL CRISTIANO

Sentimientos encontrados ante la pasión de Cristo

La pasión de Cristo nos engancha por la fuerza del Amor hasta el extremo. Al mismo tiempo, las escenas tan duras se nos hacen insoportables hasta el punto de provocar en nosotros un terrible rechazo.

Cristo nos atrae, su amor nos enamora. Pero el sufrimiento nos echa para atrás. Esto sucede especialmente a medida que la experiencia de vida nos va haciendo cada vez más conscientes de que, efectivamente, esto es un “valle de lágrimas”. Por cierto que la cultura actual trata por todos los medios de olvidar el sufrimiento. Mientras tanto, los telediarios se encargan machaconamente de amargarnos la sobremesa.

La oración en estos días

Pero entonces, ¿cuál es la oración adecuada en estos días?

Imagen tridimensional de Cristo coronado de espinas. En la foto de la imagen solamente se ve el rostro a modo de busto.
La pasión de Cristo

El domingo pasado (de Ramos), me estremecí al escuchar la canción que tuvieron la ocurrencia de cantar en misa. “Oh Dios por qué nos has abandonado”.

El canto debió parecerles muy adecuado. La letra es aparentemente muy respetuosa con el salmo 21 (salmo responsorial de la misa). El plural, sin embargo, cambia por completo el sentido que dicho salmo tiene en el contexto del Domingo de Ramos.

En el contexto de la Semana Santa, cantar o rezar el salmo 21 en plural raya en lo blasfemo. Porque la identificación con Jesucristo no pasa por fingir que sus vivencias son nuestras vivencias. Pero, sobre todo, porque la Cruz de Cristo es precisamente el sello de la Alianza de Dios con nosotros. Es justamente la prueba de que ni nos ha abandonado, ni nos abandonará jamás.

Y, por si eso fuera poco, el canto resultó obsceno en el contexto en el que se estaba cantando. Por el lugar y por el momento histórico ¿Acaso tenemos nosotros motivos para sentirnos nada menos que abandonados por Dios cuando no nos falta de nada, al tiempo que nuestro silencio cómplice está impidiendo que otros muchos experimenten por nuestro medio que Dios les ama?

Sentido de la pasión de Cristo

Muchas veces se ha dicho que no debemos quedarnos en los sentimientos. Sin embargo, ante una situación tan dramática, es difícil no quedarse en lo evidente. El terrible sufrimiento físico y espiritual de Jesús. No sólo la muerte en cruz, sino también el abandono de los suyos y, lo que es mucho peor, el aparente fracaso de su misión hasta el extremo de rezar: “Oh, Dios, ¿por qué me has abandonado?”.

El hecho de que sea un salmo no le quita fuerza, sino todo lo contrario. Jesús eligió ese salmo y no otro. Puestos a interpretar, Jesús podía haber rezado así: “aunque pase por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo”.

Imagen de una chica joven sentada en el suelo y hecha un ovillo sobre sus piernas dobladas

El cristiano que reza ante la cruz de Cristo se encuentra con esa situación, que es la misma que puede imaginar cualquier persona -creyente o no- con un mínimo de empatía.

Pero entonces, ¿qué encuentra el cristiano cuando medita sobre la pasión de Cristo? La empatía desencarnada puede ser incluso gratificante. No es difícil sentir devoción ante la contemplación de la Pasión de Cristo. Por el contrario, la empatía encarnada produce un intenso malestar –no exento de miedo- que nos lleva a huir e incluso negar a Cristo, no ya ante otros, sino incluso en nuestro interior.

Fotografía de un chico que se tapa la cara con las manos y al que solamente se le ve el pelo y un ojo que aparece muy abierto entre dos de sus dedos.

La huida puede tomar la forma de rechazo, pero también existe una forma de huida hacia adelante que es dar la pasión de Cristo por amortizada y pasar directamente a la Resurrección. Esto último es en realidad un paso en falso, porque la Resurrección es algo totalmente Nuevo y no simplemente el final del sufrimiento (especialmente cuando dicho sufrimiento nos lo podemos dosificar nosotros a voluntad).

La cruz como acto redentor

obstáculo

En la espiritualidad cristiana la cruz es al mismo tiempo iluminación y oscuridad. A través de la cruz se nos muestra el rostro de Dios. Pero la cruz es al mismo tiempo un objeto cuyo significado se nos oculta a causa de nuestros prejuicios. Y no es para menos.

luz de Cristo

La cruz no puede ser tomada a la ligera, pero lo que nos salva no es el sufrimiento, sino el mismo Dios actuando –de forma misteriosa- a través del sufrimiento de Jesucristo.

El núcleo central de la fe cristiana no está en una genérica fe en un Dios amoroso que nos dice que tenemos que ser buenos. Esto es tan impreciso que prácticamente equivale a no decir nada.

El centro de la vida cristiana es mucho más concreto y consiste en creer que Jesucristo es Dios de una forma misteriosa (Santísima Trinidad) y que se ofreció voluntariamente al Padre para nuestra Redención.

cordero de Dios que quitas el pecado del mundo ten piedad de nosotros. Palabras que aparecen sobre un dibujo de un cordero desangrándose

La teología católica ha explicado este ofrecimiento con las categorías de sacrificio que encontramos en el Antiguo Testamento. Estas categorías son muy difíciles de asimilar para la mentalidad de hoy. Pero, categorías aparte, lo irrenunciable de nuestra fe es que Cristo murió por nuestros pecados. No solo a causa de nuestros pecados (lo cual es obvio), sino también para liberarnos de nuestros pecados.

Como si presente me hallase

Eso significa ir más allá de lo sentimental a la hora de contemplar a Cristo en la cruz. Ante el sufrimiento injusto y cruel de Jesús uno puede sentir compasión o espanto, pero ninguna de las dos cosas tiene nada que ver con la fe. Son reacciones espontáneas que se pueden fomentar o eludir, pero que no afectan al núcleo más profundo de la persona.

En lo nuclear de la fe está el hacerse presente a ese sufrimiento. Presente de una forma espiritual pero mucho más real que la representación imaginativa de la escena. Es ser parte de la acción, no para tomar el lugar de alguno de los personajes que estuvieron presentes en Jerusalén, sino haciéndome presente en el corazón del propio Cristo que ha muerto “por mi”, en su doble acepción: “por mi causa” y “a favor mío”.

Ése es el centro de nuestra fe, una fe que no consiste en mero asentimiento intelectual sino que, para ser verdad, tiene que hacerse convencimiento profundo y motivador de un cambio real de vida. Bien entendido que dicho cambio de vida rara vez será espectacular: la calidad espiritual suele estar más bien en los detalles.

El amor con el que Dios nos ama

La meditación ante Cristo crucificado es así meditación más bien sobre el amor que Dios nos tiene. “Por mí”. Dios ha hecho esto “por mí”.

¿Lleva esto a pensar que el sufrimiento tiene en la vida cristiana un lugar preponderante? Pienso que no, no al menos como nos lo han podido transmitir algunas veces.

San Pedro. Cuadro de Francisco de Goya
San Pedro (Francisco de Goya)

Ante Cristo crucificado, la conclusión no puede ser otra que un profundo acto de contrición. Si mis pecados -nuestros pecados- tienen tales consecuencias, yo no tengo ningún derecho a tomármelos a la ligera y lo menos que puedo hacer es pedir perdón con toda mi alma. Es precisamente esta contrición la que me libera de mis pecados. No hablo de los pecados pasados, sino de los presentes y de los futuros. Hablo en suma de esa gratitud que nos cambia por dentro: “yo tampoco te condeno, vete y, en adelante, no peques más”.

Esto lleva a un conocimiento interior que no es fruto de la introspección, sino del reconocimiento del amor que Dios me tiene. Esa confianza nos da fuerza para encontrarnos en nuestro interior, no con nuestras miserias (lo cual es insoportable) sino con Él.

Otra imagen de Dios

Ante el escándalo que provoca que Dios haya cuanto menos permitido que su Hijo muriera de forma tan ignominiosa, quiero terminar haciendo una breve reflexión.

No sabemos por qué Dios permite ciertas cosas. En La Ciudad de Dios, San Agustín justifica de forma muy ingeniosa que lo que es malo para unos es bueno para otros. El mal no sería nunca algo absoluto. En este caso, lo malo para Jesús sería bueno para nosotros.

El lavatorio. Cuadro de Tintoreto
El lavatorio (Tintoreto)

Más allá de cualquier modo que tengamos de justificar –o no- la existencia del mal en el mundo, lo que la cruz nos muestra es una forma muy distinta de ser Dios (“el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea vuestro servidor”). Ésta es la forma que Dios tiene de responder al eterno deseo humano de “ser como Dios”. Éste -y no otro- es el pecado original. En la Biblia no se habla de manzana, sino de “fruto”.

La cruz debería ser de este modo vacuna antes que escalera, guía que apunta al cielo por el camino de la entrega y el sacrificio, huyendo de todo lo que sea apariencia o autobombo.

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