EXAMEN DE CONCIENCIA

Todos sabemos que son cinco las condiciones para realizar una buena confesión. Sin embargo, sin un buen examen de conciencia no es posible un verdadero arrepentimiento.

Examen de conciencia. Fotografía confesionario en la iglesia de San Sebastián - Cercedilla (Madrid)

Examen de conciencia. Cómo debe ser una buena confesión

A la hora de confesar es importante evitar de un lado la ambigüedad y de otro lado entrar en detalles innecesarios. La ambigüedad viene de un sentimiento de culpa que en realidad no queremos asumir. En el momento en el que conseguimos verbalizarlo, ya tenemos gran parte del camino hecho. Por otra parte, debemos evitar al confesor detalles excesivos. Si hemos faltado a alguien, no hace falta contar al sacerdote nuestra vida y mucho menos la vida de otras personas. Y así con todo lo demás. Esto es especialmente importante en asuntos íntimos que puedan resultar morbosos.

El Papa, al hablar de la confesión, insiste con frecuencia en que debemos confesarnos como lo hacen los niños, enumerando nuestros pecados con la mayor sencillez y dando las explicaciones justas.

No debemos confundir confesión y dirección espiritual. Pero también es importante distinguir entre la necesidad que podamos tener de hablar con un sacerdote y el Sacramento de la Reconciliación. En la confesión, la brevedad y la concreción ayudan mucho a la humildad y al sincero arrepentimiento. No justificar nuestras acciones. Mucho menos echar la culpa a los demás. Explicaciones solamente las necesarias para que el sacerdote entienda lo que le decimos. No dar detalles, salvo que sean relevantes. Por ejemplo, si nos acusamos de haber tenido envidia, no hace falta que digamos de qué o por qué. Pero, si hemos robado, sí tendremos que decir el valor de lo robado.

Teniendo presente esta perspectiva, presentamos este examen de conciencia.

El examen de conciencia

¿Rezo todos los días? ¿Tengo a Dios presente a lo largo del día? ¿Dejo que Dios irrumpa en mi vida estropeando mis planes? ¿Me enfado con Dios si las cosas no me salen como yo quiero? Cuando actúo, ¿me motiva el amor a Dios o busco en primer lugar mis intereses y después intento que Dios bendiga mis proyectos? ¿He faltado a misa algún domingo sin causa justificada?

Si soy joven, ¿obedezco y respeto a mis padres? Si, por ancianidad o pobreza, mis padres me necesitan, ¿cuido de ellos, les ayudo?

Hay muchas formas de matar (cf. Mt 5,21-28), ¿he rechazado a alguna persona? ¿he despreciado a alguien? ¿hay alguien con quien no me hablo? ¿critico a los demás con dureza? ¿he marginado a alguien? ¿he contribuido a que otros lo hagan?

Hay quienes piensan que robar es solo atracar un banco. ¿Qué respondo cuando me preguntan si necesito factura? Si tengo una persona trabajando en mi casa, ¿la tengo asegurada? Cuando viajo, ¿me llevo toda clase de «recuerdos»? ¿Soy de quienes enseguida reclaman si la cuenta está mal en contra suya, pero se callan si es al revés? ¿Qué hago cuando me encuentro un objeto en la calle?

¿He dicho lo contrario de lo que pensaba con intención de engañar? ¿He buscado con ello mi propio beneficio, sin preocuparme del perjuicio que pudiera ocasionar? Peor aún, ¿he perjudicado la fama de alguien con mentiras? ¿He colaborado a difundir juicios de los que no me constaba que fueran ciertos? Aun diciendo la verdad, ¿he perjudicado la fama de alguien divulgando conversaciones o hechos privados?

¿Respeto a los demás en todos los aspectos de su dignidad personal? ¿Los utilizo en mi propio beneficio para que me sirvan o satisfagan mis deseos del tipo que sean?

¿Respeto mi cuerpo y mi espíritu sabiendo que soy un don de Dios? ¿Cuido mi salud de forma razonable? ¿Me alimento y duermo lo necesario para conservar la salud? ¿He caído en alguna obsesión por mi aspecto físico?

¿Me he dejado llevar por alguna adicción (sexo, comida, drogas….)? ¿He abandonado el cuidado propio dejando de llevar una vida activa pudiendo hacerlo?

¿Cuido de mantener la mente activa y de tratar con los demás de forma sana?

¿Cómo está mi relación con Dios?

Rezar el examen de conciencia

No debemos olvidar que el pecado es ofensa hecha a Dios. Esto significa que la mejor confesión no es la que nace de nuestra propia introspección, sino la que nace del dolor del corazón herido de Cristo. Por eso es importante que recemos el examen de conciencia. Es decir, que le pidamos a Dios que nos muestre en qué le hemos ofendido, que nos ayude a descubrir aquellos pecados que tenemos tan arraigados que nos pasan desapercibidos. Que nos haga conscientes de la gravedad de los que reconocemos. Que nos dé su fuerza para dejar de pecar, porque de nada sirve el propósito de la enmienda sin su ayuda. Y, sobre todo, que nos abramos a su gracia. Porque, como ha dicho el papa Francisco, «el centro de la confesión no son los pecados, sino el perdón que recibimos«.

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