SI EL GRANO DE TRIGO NO MUERE

«Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero, si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). Esto dice Jesús a sus discípulos, y nos lo dice a cada uno de nosotros en particular. El texto no deja lugar a dudas: «El que se ama a sí mismo, se pierde» (Jn 12,25).

Si esto es cierto para cada uno de nosotros en particular, no podría ser falso para la propia Iglesia. Y ello porque la Iglesia es el Cuerpo de Cristo. Pero sobre todo porque Cristo pensaba en sí mismo al pronunciar estas palabras. Él es paradigma por excelencia de esto que predicó.

Si el grano de trigo no muere...

Desde un punto de vista humano, Jesús no debería haber muerto. Ya se lo dijo san Pedro y recordamos también la dureza de las palabras de Jesús (cf. Mt 16,23). Y, sin embargo, Jesús no solo se sometió a la muerte y una muerte de cruz (cf. Filp 2,8), sino que también tuvo que pasar por el trance de la traición de Judas, la negación de Pedro y el abandono del resto.

Si el grano de trigo no muere, queda infecundo; pero, si muere, da mucho fruto. Jesús pasa no solo por la cruz, sino por el dolorosísimo trance de ver deshecha su obra. Sin embargo, este aparente fracaso era necesario para que la Iglesia no fuera obra humana, sino creación del propio Espíritu Santo.

Por eso, ¡no tengamos miedo!

El grano de trigo que muere: una Iglesia pobre y para los pobres

Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo. Eso sucede también con la Iglesia. En la conferencia general que tuvo lugar en Medellín en 1968, el Episcopado latinoamericano habló con mucha claridad de la necesidad de una opción por los pobres. Esto supuso un verdadero escándalo en ciertos ambientes. Por eso, en 1979, en Puebla, los obispos decidieron matizar y hablar de opción «preferencial» por los pobres. La precisión estaba justificada, pero las consecuencias no se hicieron esperar. Así, en la conferencia que tuvo lugar en Santo Domingo en 1992 ya se habla de la opción preferencial por los pobres y por los jóvenes.

Con esto no se negó la opción por los pobres, pero los pobres quedaron una vez más olvidados. Porque, además, la opción por los jóvenes tiene una intención muy clara que desdibuja completamente lo que es la opción por los pobres en la Iglesia.

Porque los pobres son para la Iglesia lugar teológico. Para la Iglesia pobres no son sin más los que carecen de medios económicos. Pobres son los vulnerables, los que no se bastan a sí mismos, los que se reconocen necesitados. En definitiva, pobres son aquellos que seguían a Jesús. De modo muy especial los enfermos. Claro que la pobreza socioeconómica contribuye notablemente a esta vulnerabilidad. Pero la pobreza va mucho más allá. Y, en nuestra sociedad occidental, pobres son sobre todo los ancianos. De manera particular si están enfermos, tienen problemas de movilidad o sobreviven a duras penas con una pensión miserable.

Cuando la opción por los pobres la convertimos en una opción supuestamente preferencial y le añadimos además otras categorías, estamos olvidándonos de los pobres.

No perder la perspectiva

El grano de trigo muere, cuando dejamos de preocuparnos por nuestro futuro. Cuando tenemos nuestro centro en Cristo y en nada más. Y, desde esa perspectiva, está muy bien la opción preferencial por los jóvenes. No porque los jóvenes sean el futuro. Cuando vemos a los jóvenes como futuro, los estamos instrumentalizando. Si optamos por los jóvenes, que sea porque ellos necesitan la ayuda de la Iglesia. Porque para ellos es muy difícil encontrar a Cristo en un mundo multicultural. Y, sobre todo, porque en gran medida ya se perdió para el Evangelio la generación de sus padres. Por eso, ellos se encuentran sin una referencia cercana en la que apoyarse.

Haremos bien en optar por los jóvenes desde esta perspectiva. Pero cometeremos un grave error si lo que está en el fondo de esta opción es la preocupación por la falta de vocaciones.

Porque esta preocupación podría estar motivada más por una búsqueda de la propia supervivencia, que por un verdadero celo pastoral. Y sé que esto es muy difícil. Entiendo que, al hablar de la Iglesia, puede parecer una barbaridad decir que no debemos buscar su supervivencia. No obstante, me reitero en ello. No debemos buscarla en primer lugar. Porque de eso ya se ocupa el propio Cristo. A nosotros nos toca dar testimonio de Cristo allí donde el Espíritu nos lleve. Y, si hacen falta vocaciones, no nos quepa duda que surgirán. A lo mejor no de la forma que nosotros esperamos, pero sí del modo que Dios quiera, que será siempre el mejor. Pero si andamos haciendo cálculos, entonces seremos grano de trigo infecundo.

Así pues, trabajemos sin esperar nada a cambio y veremos cómo nos llueven las gracias del Espíritu. En la forma que el Espíritu quiera.

Si el grano de trigo no muere: una Iglesia muerta para sí misma y viva para Dios

Sé que parece una locura. Habrá quien piense que es incluso una herejía. Sin embargo, no es sino fe. La supervivencia de la Iglesia no está en juego, porque el mismo Cristo es su garante. Sin embargo, la Iglesia será luz del mundo en la medida en que sepa morir a sí misma.

Cuidado, que no estoy sugiriendo que la Iglesia se olvide de sus principios. Eso nunca. Lo que digo es que se olvide de sus intereses, que no es lo mismo. Recordemos que el mayor pecado del Rey David no fue acostarse con la mujer de Urías al que después asesinó de forma vil. Su mayor pecado fue hacer un censo, buscando la seguridad de Israel al margen de Dios.

Habrá quien eche de menos en este escrito una mayor concreción. Pero es que una Iglesia muerta para sí misma no es una Iglesia que haga grandes y espectaculares signos, por ejemplo de pobreza. Esa podría ser también una forma de vanidad o incluso fruto de una determinada ideología. Los hechos concretos a realizar no pueden venir marcados de antemano. Se trata de un caminar en discernimiento con los ojos puestos en Cristo. Y, en ese sentido, la imagen de Jesús curando enfermos y expulsando demonios puede darnos también una pista.

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