BRILLE ASÍ VUESTRA LUZ ANTE LOS HOMBRES

Nos quejamos de que son cada vez más los que se alejan. Muchos de entre nosotros se sienten perseguidos. Parece que algunos católicos se sienten como en un islote rodeados de enemigos. Pero, ¿responde esto a la realidad? Escuchamos que la sociedad está corrompida, que está todo muy mal. Pero, ¿qué hacemos nosotros? ¿Iluminamos nosotros las tinieblas del mundo? ¿Somos sal y luz para las gentes? ¡Brille nuestra luz ante los hombres!

¿De qué nos quejamos? ¿Acaso no vino Jesús justamente para salvar a los pecadores, entre los cuales nos encontramos nosotros mismos? ¿Pretendemos nosotros convencer solo a los convencidos? ¿No vino Jesús a salvar lo que estaba perdido? Entonces, ¿a qué esperamos?

Por otra parte, tengamos en cuenta que la única crítica eficaz es la autocrítica. Porque no tenemos control sobre los demás, no podemos obligar a nadie a cambiar. Así pues, que brille nuestra luz en el arrepentimiento por nuestros pecados. Y, antes de exigir la conversión ajena, apliquémonos la llamada a la conversión que proclamamos. Brille, pues, nuestra luz delante de los hombres. Ya se encargará Dios de tocar el corazón de todos.

Brille nuestra luz desde la verdad de nuestra vida

Sin hacer alarde

Que la vida de cada uno de nosotros sea luz para los demás. Nuestra luz seguramente no será como las farolas de las autopistas. Sin duda somos tan solo una vela insignificante. Es verdad que cada uno de nosotros, por sí solo, es incapaz de disipar las tinieblas del mundo. Pero nuestra vida no será baldía si esa pequeña claridad sirve para que alguien cercano no tropiece. No busquemos ser vistos desde lejos, Dios nos colocará donde haga falta.

Brille así vuestra luz ante los hombres. Fotografía de un farol en una habitación a oscuras
Brille nuestra luz ante los hombres

Sin hacer alarde, sin ponernos de puntillas para parecer más altos. No tengamos prisa. Sabemos que, tarde o temprano, todo se sabe. Lo bueno y lo malo. Con frecuencia, más lo malo que lo bueno. De modo que no cometamos el error de echarnos flores, porque alguien se encargará de ponernos en nuestro sitio. Seamos honestos ante Dios que lo ve todo. Y, sobre todo, muy agradecidos, porque esa luz que los hombres ven es el propio Cristo, que nos ha sido dado.

Sin juzgar a los demás, porque no tenemos ni idea de la verdad de su vida. Y también porque a saber lo que haríamos nosotros en su lugar. Pero sobre todo porque es el Señor quien nos sostiene. Sin él no somos absolutamente nada. Brille así nuestra luz ante los hombres, sabiendo que esa luz que brilla no nace de nosotros sino de Cristo.

Sin escondernos

Brille así vuestra luz ante los hombres. Fotografía en la que aparece el sol poniéndose detrás de una montaña. El mar en primer plano. Fotografía de Laura Menéndez Regidor
Aún hay entre vosotros un poco de luz, caminad mientras tenéis luz (Jn 12,35)

Cuando hablo de no escondernos, no me refiero a las obras, sino a nosotros mismos. Continúa vigente el mandato de que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha (cf. Mt 6,3), pero tú no te escondas. Es verdad que cada día resulta más difícil encontrar refugio, pero aún es posible.

Es la actitud de los discípulos después de la muerte de Jesús. «Con las puertas cerradas por miedo a los judíos» (Jn 20,19). Hoy en día vivimos en una sociedad multicultural. No solo por los extranjeros que viven entre nosotros. También en el seno de las propias familias. Nos encontramos, por ejemplo, con un abismo generacional nunca antes conocido. Pero también con profundas diferencias religiosas en el seno de la propia familia. Aunque esto ya lo profetizó el propio Jesús (cf. Lc 12,51-53). Así pues, cerrar las puertas no sirve de mucho.

Brille nuestra luz delante de los hombres, de todos los hombres y mujeres que se crucen con nosotros. Particularmente de aquellos de quienes no tengamos muy buena opinión. Demos a todos una oportunidad, porque seguramente nos llevemos más de una sorpresa. Y, si no es así, entonces nuestra luz será si cabe más necesaria.

Y no nos escondamos entre la multitud. Demos la cara en el cuerpo a cuerpo, pero huyamos de la conversación banal. Escuchemos siempre, pero abramos también nuestro corazón. Que nuestra actitud no sea nunca la de quienes se sienten superiores a los demás. Sin condescendencia. Y sin esperar resultados, porque uno es el que siembra y otro el que siega (cf. Jn 4,37).

Brille en el mundo la luz de la Iglesia

En el encuentro personal

Que brille la luz de la Iglesia en medio de los hombres. Pero la Iglesia somos nosotros, todos y cada uno de nosotros. No es el brillo de las grandes figuras que pudieran ser admiradas por todos, sino el brillo de las personas entregadas a Dios en medio de su pueblo. Es el fuego de la zarza que arde sin consumirse (cf. Ex 3,2). Unos arden por un tiempo, hasta que su llama se extingue. Pero otros arden sin consumirse y las llamas de su amor alcanzan a muchos.

El brillo de la Iglesia no va a salir en las noticias, ni siquiera en Vatican news. No tiene nada que ver con grandes eventos, ni con actos multitudinarios. Tampoco consiste en la afluencia de fieles a los actos litúrgicos ni en el número de bodas o bautizos. Claro que esto es lo que todos ven, la razón por la cual hace tiempo se encendieron las alarmas. Pero lo que Dios ve es otra cosa.

Dios ve el corazón del hombre. Por eso, nuestra luz no está para deslumbrar a las gentes, sino para ganar los corazones uno a uno. No con discursos aprendidos. Escuchando con amor, sin juzgar. Y entonces, cuántas veces, eres testigo de la gracia de Dios actuando en ti. No sabes cómo, pero lo sientes. Te conviertes en testigo cuando el otro abre su corazón a Cristo en tu presencia.

Sin añoranzas

De nada sirve añorar un pasado que no va a volver. Exploremos, más bien, la realidad que nos ha tocado vivir. Porque la promesa de que «Cristo sea todo en todos» (cf. 1 Cor 15,28) no se refiere a la cristiandad, sino a la parusía. La luz de Cristo con la que estamos llamados a brillar no tiene nada que ver con un triunfo humano de la Iglesia.

Brille así vuestra luz delante de los hombres

Por otra parte, la globalización no es más que un espejismo. No hay una cultura global en la que podamos sembrar la semilla del Evangelio. Vivimos más bien en una nueva Torre de Babel. Y lo peor es que no somos conscientes de ello. Por ello, los malentendidos son continuos. Dices una cosa y te entienden al revés. No por mala fe, sino por la infinita polisemia reinante.

Ya no existe pues atalaya desde la que la Iglesia pueda brillar si no es desde el amor. Brille así nuestra luz ante los hombres.

Sin campañas de marketing

Que nadie se escandalice. Y, por ello, no pondré ejemplos. La fe se propaga a través de la experiencia. No cabe duda de la legitimidad de ciertas prácticas que allanan el camino hacia Dios. Pero en el camino de la fe no existen los atajos. El éxito de la evangelización está en la libertad con la que es acogida. Quien nos sigue a nosotros sin haberse encontrado con Cristo, mañana seguirá a otros para abandonar la Iglesia.

Brille así vuestra luz ante los hombres. Fotografía de un anochecer en faro Vidio (Asturias). Fotografía gentileza de Paz Rosales
Brille así vuestra luz ante los hombres

Dicho de otro modo, olvidemos la pesca de arrastre, porque es momento de emplear la caña. Y, por favor, que nadie me diga: «algo quedará», porque es cierto. Siempre queda una vaga sensación de: «eso ya me lo sé». Las consecuencias saltan a la vista.

Quien busque número que se dedique a otra cosa. Si el número llega, bienvenido sea. Mientras tanto, transmitamos la felicidad que Cristo nos regala cada día. Y así brillará nuestra luz ante los hombres.

Brille nuestra luz también con nuestras palabras

La eterna tentación

Algunos católicos consideran que dar un testimonio valiente de la propia fe consiste en denunciar los pecados de los demás. Valiente puede que sí, pero dudo mucho que eso sea dar testimonio de Cristo.

Porque no es esto lo que vemos en los evangelios. En los evangelios vemos a Jesús diciendo: «tus pecados quedan perdonados». La mayoría de las veces nos quedamos sin saber cuáles eran esos pecados. Lo que todos ven es que algún enfermo queda curado también de su dolencia física. Cuando en alguna ocasión se menciona algún pecado concreto, es porque la pecadora (siempre mujer) es acusada por otros (cf. Jn 8, 2-3. 11). En el caso de la samaritana, tampoco hay acusación por parte de Jesús. Lo que Jesús le dice es: «llama a tu marido». Es la mujer quien dice que no tiene marido, cosa que Jesús corrobora con cierta condescendencia. Pero Juan no nos dice que Jesús la haya absuelto de sus pecados, lo que nos dice es que la ha convertido en Apóstol (cf. Jn 4,39). Este es Jesús.

Los profetas del Antiguo Testamento

Puede parecernos que esta denuncia de los pecados ajenos es lo que hacían los profetas del Antiguo Testamento. Y, de una manera superficial, podría parecer que es así.

Es cierto que los profetas denunciaron duramente ciertos comportamientos. Pero haríamos bien en no sacar los textos de su contexto. Para empezar, lo que mueve a los verdaderos profetas es el Espíritu de Dios. Los profetas no son profesionales de la denuncia (cf. Am 7,14). Ninguno de ellos quiso ser profeta, aunque algunos se resistieron más que otros (cf. Jon 1,2-3). Pero eran literalmente obligados a ello (cf. Jer 20,9).

Por otra parte, aunque muchas veces denuncian males morales, lo que hay detrás de ello es la verdadera religión. Lo que los profetas hacen es defender a Yahweh frente a la idolatría. Y denuncian todos los pecados por igual, porque es la Alianza con Yahweh lo que está en juego. Sin embargo, su mirada la tienen puesta sobre todo en los pobres para defenderlos frente a los poderosos.

Sus ataques van sobre todo contra los poderosos. Por eso es tan peligrosa su misión. Cuando los profetas se meten en el dormitorio de alguien, lo hacen en el tálamo de los reyes. Tenemos muchos ejemplos, aunque el más entrañable para nosotros es el caso de san Juan Bautista. Y esto, como sabemos, le costó la vida.

De la abundancia del corazón habla la boca

Cuando escucho a alguien quejarse de cómo está el mundo, pienso que su oración flojea. Me refiero a una queja en serio, no a un comentario casual. Claro está que ser cristiano no significa ver todo de color de rosa. Pero sí que significa ver a Dios en todas las cosas y a todas las cosas en Dios. Cuando las cosas están mal, la reacción de un buen cristiano no es quejarse, sino ponerse en las manos de Dios para ser su instrumento.

Brille así vuestra luz ante los hombres. Fotografía marina en la que el sol resplandece entre las nubes
Brille así vuestra luz ante los hombres

La fe no es consuelo, sino aguijón. Allí donde otros ven un muro, el creyente ve la posibilidad de construir. La fe permite ver más allá de las apariencias. Y no solo en relación a los dogmas. También por lo que respecta a las gentes. En especial a quienes se encuentran en los márgenes del camino.

El cristiano, por su bautismo, ya ha resucitado con Cristo. Su resurrección aún no es perfecta y, por eso, no puede transformar el mundo. Pero sí que es capaz de ver vida allí donde otros solamente ven muerte. Brille así nuestra luz ante los hombres.

Brille así vuestra luz ante los hombres. El sol abriéndose paso entre el humo de un incendio (15 de agosto de 2021). Foto tomada en Cercedilla. El incendio era en la provincia de Ávila.
Lo mismo que el sol se abre paso a través del humo, brille así vuestra luz ante los hombres en medio de las tinieblas

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1 comentario en “BRILLE ASÍ VUESTRA LUZ ANTE LOS HOMBRES”

  1. Estoy de acuerdo en q la evangelización efectiva radica en hacer brillar la luz de Cristo en nosotros. Este es el resultado de su obra redentora: «Pero cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí». Es el amor, la bondad y la justicia mostrados por Cristo en la cruz, ahora proclamados por el creyente y la Iglesia, la luz q puede atraer a los hombres en las tinieblas de este mundo.

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