Los profetas del Antiguo Testamento
Para evitar malentendidos -en un sentido o en otro- digamos para empezar que la misión de los profetas del Antiguo Testamento no es una misión social, sino puramente religiosa. La misión del profeta es mantener la fe del pueblo. Por ello luchan de forma especial contra la idolatría. Esta idolatría es muchas veces explícita, pero también tienen que luchar a menudo contra otras formas más sutiles de idolatría.
La denuncia social forma parte del mensaje religioso de los profetas del Antiguo Testamento
Esto significa que la denuncia social que frecuentemente practican forma parte intrínseca del mensaje religioso. La predicación de los profetas del Antiguo Testamento es generalmente muy mal recibida por el pueblo. De hecho, un criterio para distinguir al verdadero del falso profeta es justamente el recibimiento que su predicación recibe. La adulación del falso profeta es siempre bien recibida, al tiempo que la verdad suele resultar molesta.
Los profetas del Antiguo Testamento son muchas veces invitados a marcharse o a meterse en sus asuntos, pero -y esto es importante- nunca son acusados de «hacer política». Molestaba su forma de hacer política, no el hecho en sí de que la hicieran.
Para no alargar de forma indebida este artículo, nos limitaremos a dar unas breves pinceladas de dos profetas que son particularmente claros respecto al tema que nos ocupa: Isaías y Amós.
AMÓS
A la muerte del rey Salomón (931 a. de C.), su hijo Roboam no logra evitar la secesión del norte del país. Jeroboam, que había sido persona de confianza del rey Salomón, se levantó contra su hijo y reinó sobre las diez tribus del Reino de Israel. Fiel a Roboam permaneció al sur el reino de Judá.
Situación política y religiosa de Israel en tiempos del profeta Amós
Israel era más grande y rico que Judá, pero la falta de una tradición dinástica, el tener en su seno una amplia población cananea y el estar más expuesto a influencias externas le hacían más vulnerable.
Según leemos en el primer libro de los reyes, Jeroboam favoreció un culto idolátrico y apóstata. Seguramente hizo esto para congraciarse con los cananeos de dentro y fuera del reino y también para reforzar su poder de puertas a dentro. La maniobra tenía mucho sentido: si los israelitas continuaban fieles a Yahweh, sus ojos permanecerían pendientes de Jerusalén que había quedado en territorio judío.
Además, Jeroboam tuvo que partir de cero a la hora de crear un estado. Ni capital, ni organización militar, ni aparato administrativo. Por todo ello, los comienzos fueron difíciles y la situación era más bien anárquica [1].
El profeta Amós
Ésta era la situación cuando Amós, un pastor venido de Judá («yo no soy profeta, ni hijo de profetas»), se fue al país vecino a hablar en nombre de Yahweh echando en cara a los habitantes de Israel su idolatría y su corrupción. La predicación iba además acompañada del anuncio del castigo divino que estaba por venir. El castigo, sin embargo, no durará para siempre y Amós anuncia la promesa divina de la vuelta del destierro y la restauración de su pueblo.
Contra el abuso de poder y la opresión de los pobres
«Porque venden al justo por dinero y al pobre por un par de sandalias; pisan contra el polvo de la tierra la cabeza de los débiles, y el camino de los humildes tuercen» (Amós 2,6-7).
«¡Detestan al censor en la Puerta y aborrecen al que habla con sinceridad! Pues bien, ya que vosotros pisoteáis al débil, y cobráis de él tributo de grano, casas de sillares habéis construido, pero no las habitaréis; viñas selectas habéis plantado, pero no beberéis su vino. ¡Pues yo sé que son muchas vuestras rebeldías y graves vuestros pecados, opresores del justo, que aceptáis soborno y atropelláis a los pobres en la Puerta!» (Amós 5,10-12).
Contra las mujeres ricas que banquetean mientras abusan de los pobres
«Escuchad esta palabra, vacas de Basán, que estáis en la montaña de Samaria, que oprimís a los débiles, que maltratáis a los pobres, que decís a vuestros maridos: «¡Traed, y bebamos!»» (Amós 4,1)
Contra la idolatría y contra el culto que no va acompañado de la justicia
«Yo detesto, desprecio vuestras fiestas, no me gusta el olor de vuestras reuniones solemnes. Si me ofrecéis holocaustos… no me complazco en vuestras oblaciones, ni miro a vuestros sacrificios de comunión de novillos cebados. ¡Aparta de mi lado la multitud de tus canciones, no quiero oír la salmodia de tus arpas! ¡Que fluya, sí, el juicio como agua y la justicia como arroyo perenne! ¿Acaso sacrificios y oblaciones en el desierto me ofrecisteis, durante cuarenta años, casa de Israel? Vosotros llevaréis a Sakkut, vuestro rey, y la estrella de vuestro dios, Keván, esas imágenes que os habéis fabricado; pues yo os deportaré más allá de Damasco, dice Yahveh, cuyo nombre es Dios Sebaot». (Amós 5,21-27).
Contra la hipocresía religiosa
A algunos les parece mal vender el trigo en sábado, pero no tienen ningún problema en pisotear al pobre. Dios no olvida ni se deja engañar.
«Escuchad esto los que pisoteáis al pobre y queréis suprimir a los humildes de la tierra, diciendo: «¿Cuándo pasará el novilunio para poder vender el grano, y el sábado para dar salida al trigo, para achicar la medida y aumentar el peso, falsificando balanzas de fraude, para comprar por dinero a los débiles y al pobre por un par de sandalias, para vender hasta el salvado del grano?» Ha jurado Yahveh por el orgullo de Jacob: ¡Jamás he de olvidar todas sus obras! ¿No se estremecerá por ello la tierra, y hará duelo todo el que en ella habita, subirá toda entera como el Nilo, se encrespará y bajará como el Nilo de Egipto?» (Amós 8, 4-8)
ISAÍAS
Situación política y religiosa del reino de Judá en tiempos del profeta Isaías
Durante los años 735-733 (antes de Cristo), Ajaz rey de Judá pretendía solicitar «ayuda internacional» a Asiria contra el Reino de Israel que les estaba amenazando.
Isaías se presenta ante el rey para disuadirle de un pacto que pondría en peligro la Alianza con Yahweh. Isaías estaba convencido de que, si Dios había fundado Sión, se bastaría para su defensa. Años más tarde (ca. 701) se opuso con igual tenacidad y por los mismos motivos a la alianza de Judá con Egipto [2].
El profeta Isaías
El pueblo judío había perdido la fe en Dios y la había puesto en sus propias fuerzas; había olvidado la Alianza con Dios y pretendía aliarse con los pueblos que en ese momento controlaban su entorno geográfico, buscando en ellos su seguridad. Éste es el contexto en el que debemos leer el libro de Isaías.
El argumento de Isaías es sencillo: Dios se ha comprometido con vosotros y vosotros tenéis que poner la confianza en Dios y no en los poderes humanos.
Sencillo, pero no fácil. La situación del pueblo judío era extremadamente delicada: un país pequeño, en una zona fértil a orillas del mar … Amenazados por las ansias imperialistas de Asiria y frecuentemente aliados del poderoso -y poco de fiar- Egipto.
Defensa arriesgada de la fe
Una cuestión que hay que tener en cuenta es que lo que estaba en juego era la supervivencia misma del yahvismo. Someterse al yugo de otro pueblo llevaba consigo adorar a sus dioses. Pero fiarse de Yahweh… era a los ojos de la prudencia humana prácticamente un suicidio.
La cosa es que, mientras el Reino de Israel sucumbió ante Asiria y sus habitantes dispersos por territorio asirio, el Reino de Judá conservó su identidad durante dos siglos más.
De las reprimendas de Isaías se desprende, no obstante que, a pesar de la convulsa situación geopolítica, había en Judá una nutrida élite económica que se permitía no pocos lujos. Es a estos a quienes Isaías dedica los textos que citamos a continuación.
Contra la hipocresía religiosa
Yahweh -por boca de Isaías- rechaza los ritos religiosos del pueblo judío por considerarlos una hipocresía. Lo que le agrada a Dios es el bien y la justicia:
««¿A mí qué, tanto sacrificio vuestro? – dice Yahveh -. Harto estoy de holocaustos de carneros y de sebo de cebones; y sangre de novillos y machos cabríos no me agrada, cuando venís a presentaros ante mí. ¿Quién ha solicitado de vosotros esa pateadura de mis atrios? No sigáis trayendo oblación vana: el humo del incienso me resulta detestable. Novilunio, sábado, convocatoria: no tolero falsedad y solemnidad.
Vuestros novilunios y solemnidades aborrece mi alma: me han resultado un gravamen que me cuesta llevar.
Y al extender vosotros vuestras palmas, me tapo los ojos por no veros. Aunque menudeéis la plegaria, yo no oigo. Vuestras manos están de sangre llenas: lavaos, limpiaos, quitad vuestras fechorías de delante de mi vista, desistid de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda» (Isaías 1,11-17).
Contra la corrupción
El adulterio del que se habla en el texto no se refiere a las relaciones humanas. La adúltera es la ciudad de Jerusalén por haber olvidado a su Dios. Su adulterio se delata en que donde antes había justicia, ahora reina la injusticia:
«¡Cómo se ha hecho adúltera la villa leal! Sión llena estaba de equidad, justicia se albergaba en ella, pero ahora, asesinos. Tu plata se ha hecho escoria. Tu bebida se ha aguado. Tus jefes, revoltosos y aliados con bandidos. Cada cual ama el soborno y va tras los regalos. Al huérfano no hacen justicia, y el pleito de la viuda no llega hasta ellos» (Isaías 1,21-23)
Contra el lujo y la frivolidad
Isaías profetiza la suerte de las mujeres de Israel, porque no supieron estar a la altura. Mientras los maridos y los padres se enriquecían injustamente, ellas vivían lujosa y frívolamente. Pues esto se les va a acabar.
«Dice Yahveh: «Por cuanto son altivas las hijas de Sión, y andan con el cuello estirado y guiñando los ojos, y andan a pasitos menudos, y con sus pies hacen tintinear las ajorcas», rapará el Señor el cráneo de las hijas de Sión, y Yahveh destapará su desnudez. Aquel día quitará el Señor el adorno de las ajorcas, los solecillos y las lunetas; los aljófares, las lentejuelas y los cascabeles; los peinados, las cadenillas de los pies, los ceñidores, los pomos de olor y los amuletos, los anillos y aretes de nariz; los vestidos preciosos, los mantos, los chales, los bolsos, los espejos, las ropas finas, los turbantes y las mantillas». (Isaías 3,16-23)
Éstos son, en cambio, los planes amorosos de Dios para su pueblo
Esta destrucción, sin embargo, no será la última palabra de Yahweh. Tendrán una segunda oportunidad. Jesé era el padre del rey David. Así pues, «un vástago del tronco de Jesé» significa otro hijo de Jesé, es decir, otro David. La Iglesia ha visto siempre en este texto una profecía de la venida de Jesús.
«Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará. Reposará sobre él el espíritu de Yahveh: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahveh. Y le inspirará en el temor de Yahveh. No juzgará por las apariencias, ni sentenciará de oídas. Juzgará con justicia a los débiles, y sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra. Herirá al hombre cruel con la vara de su boca, con el soplo de sus labios matará al malvado. Justicia será el ceñidor de su cintura, verdad el cinturón de sus flancos.
Serán vecinos el lobo y el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito, el novillo y el cachorro pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá. La vaca y la osa pacerán, juntas acostarán sus crías, el león, como los bueyes, comerá paja. Hurgará el niño de pecho en el agujero del áspid, y en la hura de la víbora el recién destetado meterá la mano». (Isaías 11,1-8).
A MODO DE EPÍLOGO
Aunque los textos que hemos presentado aquí representan solamente una pequeña muestra y en modo alguno cabría hacer de ellos una prueba, sí son lo suficientemente significativos como para que podamos hacernos una idea del modo de hacer de los profetas del Antiguo Testamento.
Los profetas dei Antiguo Testamento no son activistas políticos ni predicadores profesionales
Dicho de otro modo: presentarlos como activistas políticos sería no sólo un anacronismo, sino sobre todo una falsificación. Pero presentarlos como predicadores religiosos tal como nosotros los conocemos sería un eufemismo y, además, sería identificarlos con un estamento clerical al cual ellos no pertenecían.
Los sacerdotes tenían necesariamente que pertenecer a la tribu de Leví y, como tales, tenían un reconocimiento inequívoco. En cambio los profetas no tenían un lugar propio en las estructuras de Israel ni de Judá. No eran enviados por las autoridades civiles ni religiosas. Dios los llamaba de forma individual y de ese envío no tenían aval humano ninguno. Es más, lo normal es que fueran muy mal recibidos cuando no directamente perseguidos y aún asesinados.
Los profetas del Antiguo Testamento no eran adivinos
Aunque muchas veces predijeron desgracias que efectivamente ocurrieron, los profetas del Antiguo Testamento no eran tampoco adivinos. Y, aunque tanto las características personales del profeta como la época y situación que le tocó vivir a cada uno fueron diferentes, lo que está en el fondo de todos ellos no es otro que el recordar al pueblo la necesidad de ser fieles a la Alianza con Yahweh. Esa fidelidad a Dios es inseparable de la justicia hacia los pobres.
Es importante señalar que los profetas del Antiguo Testamento no hablan de limosna, sino de justicia. Y, cuando hablan de justicia, hablan de aquellos que no se pueden defender, es decir, de los pobres en un sentido general. Es interesante, sin embargo, observar que en varias ocasiones se menciona también al «justo», es decir, aquél que -incluso pudiendo- no está dispuesto a apartarse de Dios para defenderse. Éste sería el caso del propio profeta al ser perseguido.
[1] Cf. John Brigth, Historia de Israel, pp. 236-247
[2] Ibid. pp. 305-310
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