ADVIENTO, TIEMPO DE ESPERA Y DE ESPERANZA

Esperanza. Fotografía corona de Adviento

El Adviento es sobre todo acompañar a María en la espera de su Hijo. La liturgia de este tiempo, sin embargo, se centra sobre todo en la espera de los novísimos. La relación entre ambas esperas tiene un sólido fundamento teológico en la virtud teologal de la esperanza, por más que pedagógicamente sea complicado el encaje de ambos enfoques.

Jesús es el Mesías esperado y su llegada corresponde a los últimos tiempos. Últimos tiempos que son inaugurados con la Encarnación y que culminarán con la segunda venida de Cristo en la Parusía. La esperanza cristiana gira alrededor de la espera de Cristo.

Ahora bien, la concepción individualista de la salvación, que ha primado en el imaginario cristiano y también en las predicaciones e incluso en la teología, ha difuminado el triunfo de Cristo sobre la muerte para centrarse en la muerte de cada uno. Así, lo que en su origen fue –y continúa siendo- un mensaje de esperanza, se ha vivido más bien como algo triste e incluso como una amenaza.

Espera y esperanza

Comenzaremos por distinguir entre espera y esperanza. La espera tiene un matiz de pasividad. Alguien puede esperar algo que habrá de suceder en cualquier caso. Por ejemplo, quien espera un hijo no puede hacer otra cosa que aguardar el momento del alumbramiento. La esperanza, sin embargo, supone un estado de ánimo que puede contribuir a la realización de aquello que se desea. Quien tiene verdadera esperanza, pone todos los medios a su alcance para que el bien que espera se haga realidad. Poca esperanza demuestra entonces quien se limita a esperar.

Esperanza. Fotografía de un brote

Ahora bien, resulta en extremo difícil adoptar esta actitud esperanzada ante una fecha que inexorablemente sabemos que va a llegar. Sabemos que Jesús nació hace más de dos mil años y sabemos que el 25 de diciembre ni siquiera es la fecha de su cumpleaños, sino más bien la cristianización de unas fiestas paganas. ¿Cómo recuperar la ilusión infantil de la Navidad? Ilusión que, por otra parte, tenía por objeto más bien los dulces y los regalos.

Esperanza. Dibujo de un reloj de arena
Espera

Más difícil todavía. ¿Cómo ilusionarnos ante la igualmente inexorable certeza de que habremos de morir? El color morado característico de la liturgia de este tiempo tampoco ayuda a esperar con ilusión. Más que esperar la Navidad, lo que invita es a desear que el Adviento termine cuanto antes.

¿Cómo podríamos entonces motivarnos para vivir un Adviento verdaderamente esperanzado? Hemos oído muchas veces que lo que los cristianos debemos esperar es que Cristo nazca en nuestros corazones. Cierto. Pero, ¿eso no es algo que el cristiano debe pedir a Dios continuamente? ¿Qué tiene de especial la Navidad, más allá de las comilonas, los regalos y esa falsa caridad que se instala en algunos y que con tanto sarcasmo retrató Berlanga?

Esperanza y pobreza

La cuesta de enero ofrece sin duda un contexto mucho más adecuado para darle a la Navidad un sentido más cristiano. Porque la verdadera esperanza –que no la espera- requiere experimentar la carencia. Quien tiene esperanza es porque sabe que no lo tiene todo y que, además, aquello que le falta, no lo puede conseguir solamente con sus propios medios. No se espera aquello que se puede comprar, sino aquello por lo que debemos luchar a sabiendas de que, aún así, necesitaremos alguna ayuda para conseguirlo. Uno no espera un coche (salvo que piense que se lo van a regalar), pero sí que espera encontrar trabajo. Y también muchos esperan llegar a fin de mes. Esa experiencia humana de carencia nos coloca en disposición de entender mejor el Adviento y también el Evangelio.

Esperanza. Dibujo de un joven descalzo y con un hatillo a la espalda

Es evidente que la carencia puede ser de muchos tipos y que podemos experimentar nuestra necesidad de salvación de muchas formas. Pero la carencia económica nos acerca a la realidad del Evangelio de una forma especial. En primer lugar porque ese es el contexto en el que se sitúan los Evangelios. Pero, además, porque la pobreza material lleva consigo muchas otras carencias. La pobreza suele llevar consigo falta de salud, debido a la mala alimentación y a la falta de atención sanitaria. Cuando esa pobreza se arrastra desde la infancia, lleva también consigo la falta de preparación académica. En nuestras sociedades opulentas, donde la gente no se sabe relacionar si no es gastando dinero, la pobreza también lleva consigo soledad. Y lleva a la falta de oportunidades, dado que en las relaciones entre pobres es difícil que alguien pueda darte la mano.

Virtud teologal de la esperanza

Puede parecer que esto no tiene nada que ver con Jesús de Nazaret. Puede parecer que estamos planteando una esperanza puramente material, como si nos estuviéramos olvidando de la esperanza que es virtud teologal. Nada más lejos de nuestra intención.

Fotografía de un belén
ESPERANDO A JESÚS Él es el fundamento de nuestra esperanza, el origen de nuestra fe y el centro de nuestro amor

Más bien es al contrario. Cuando los cristianos ponen la esperanza cristiana de forma exclusiva en las postrimerías, están dejando en suspenso nada menos que la vida que pasa a ser, de este modo, poco más que un paréntesis. Este vacío, que una fe intensa puede llenar de obras de misericordia con las que prepararse para la muerte, se convierte para la mayoría en un espacio propio que cada cual llena como puede. La esperanza cristiana se convierte de este modo en un plus que influye poco o nada en la vida. Esto sucede especialmente en una cultura como la nuestra en la que difícilmente estamos dispuestos a hipotecar el presente en aras de un futuro incierto.

Pero es que esas predicaciones que parecían cosa del pasado y hoy –aunque dulcificadas- vuelven a estar presentes en algunos sectores de nuestra Iglesia, no se corresponden con lo que los Evangelios nos transmiten. Al menos no presentan la totalidad de lo que leemos en ellos, sino que se centran en algunos pasajes olvidando muchos otros.

Aprender de Jesús

¿Cómo nos presentan los evangelistas a Jesús? ¿Puede alguien recordar un solo pasaje en el que Jesús explique a sus discípulos –o a la gente- cómo deben prepararse para la muerte? Jesús prepara a sus discípulos para el momento en el que se quedarán solos, cuando él sea crucificado. Pero esa es otra cuestión.

Fotografía de una estatua que representa al Buen Pastor

Jesús enseña a vivir. Lo enseña a sus discípulos y a todo aquel que le quiera escuchar. Jesús se compadece de la gente y va curando toda dolencia y toda enfermedad. Y, por supuesto, llama a la conversión y perdona los pecados. Y, cuando habla del juicio final, no habla de prácticas religiosas, sino de amor al prójimo. Amor efectivo, concreto, visible. Amor al próximo, al que está a nuestro lado. No obras de caridad institucionalizadas. Nadie está llamado a arreglar el mundo. El mundo se arreglará cuando cada cual arregle lo que está a su alcance. Jesús nos enseña a vivir de modo amoroso, pasar haciendo el bien, lo mismo que hizo él (Hech 10, 38).

Vivir en esperanza es vivir esperándolo todo de Dios. Y es en eso en lo que se puede distinguir al creyente del que no lo es. Cuando buscamos nuestras seguridades –también materiales- en lo que no es Dios, entonces Dios pasa a ser algo irrelevante. Algo así como un título más que añadir a nuestro currículo. Es el catolicismo de algunos, que supone más fuente de escándalo que de testimonio para quienes no han conocido a Cristo, por más que hayan oído hablar de él.

Vivir en el amor

Esperanza. Fotografía de un belén.

¿Cómo prepararnos entonces para la Navidad? Sean cuales sean nuestras circunstancias, viviendo con alegría esperanzada. Amando la vida y a quienes la comparten con nosotros. Y el amor es naturalidad. El amor forzado no es amor. Vivir la presencia de Cristo en la realidad que a cada uno le haya tocado vivir.

Quien tenga mucha familia y los días navideños sean de mucho jaleo, que no anhele la soledad, sino que trate de hacer felices a los demás en la oportunidad que Dios le da. Si alguien se ve obligado a vivir estos días en soledad, que no se deje llevar por la nostalgia o la autocompasión, sino que llene su corazón de la compañía de Cristo. Quien disfrute de una posición desahogada, que no dé de lo que le sobra, sino que comparta de lo que pensaba gastar en los suyos o que regale comida de la que ya compró para su casa. Pero si alguien, no pasando necesidad, no tiene sin embargo para regalos y celebraciones, que no se entristezca ni se deje llevar por la envidia, sino que recuerde que Jesús nació en un pesebre.

La penitencia autoimpuesta lleva a la soberbia. El amor, en cambio, purifica. El sacrificio sin amor no vale de nada. El amor, en cambio, hace fáciles todas las cosas. La Navidad es el momento de dar gracias al Padre por habernos enviado a su Hijo. Y, es momento también de dar gracias por todos los dones recibidos. El don de la vida. El don de la fe. El regalo que suponen los demás para cada uno de nosotros. Quien tenga salud que dé gracias por estar sano. Quien ha recobrado la salud, que dé gracias por ello. Y quien esté enfermo, que agradezca el cariño y la generosidad de quienes le rodean.

¡Ven Señor Jesús!

Así nuestra vida será reflejo de la fe que profesamos, haciendo presente a Cristo en nuestro mundo. No con la elocuencia de nuestras palabras, sino con la alegría de nuestro corazón. No con la propaganda de las grandes obras, sino con el reflejo de una mirada limpia y un corazón agradecido.

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