LA RESURRECCIÓN DE CRISTO COMO DON PARA LA HUMANIDAD

Sabemos que Cristo murió por nuestros pecados, pero pensamos la resurrección más como triunfo que como don. Acostumbramos a pensar la resurrección de Cristo como el triunfo de Jesús después de una muerte cruel e ignominiosa. Injustamente condenado, Dios le habría hecho justicia. Pero esta es una forma demasiado antropomórfica de entender la muerte y resurrección de Cristo.

La resurrección de Cristo. Talla en madera

La resurrección de Cristo forma parte de la redención

Jesús cargó con nuestros pecados, se hizo pecado por nosotros. Pero lo que nos redime no es el sufrimiento del inocente, sino el Amor infinito de Dios. «La cruz de Cristo ha cambiado el sentido del dolor y del sufrimiento humano«. En la muerte está el germen de la Vida. La resurrección de Cristo no es consecuencia ni reparación, sino una misma cosa que su muerte por amor. El Hijo de Dios asume la humanidad con todas sus consecuencias y vive su misión en obediencia total al Padre. Ello le llevará a una muerte no buscada, pero sí asumida como parte del plan de Dios para la humanidad. No que el Padre quisiera la muerte de su Hijo, sino que la muerte fue consecuencia del pecado del mundo.

La resurrección de Cristo. Aparición de María Magdalena
La resurrección de Cristo. Aparición a María Magdalena

La oscuridad no soporta la luz y las tinieblas libraron una batalla contra Dios y contra su enviado. En ese enfrentamiento cuerpo a cuerpo, el odio se ensañó con Jesús y esa fue su perdición. La perdición del odio, del pecado y de la muerte. Asumiendo en sí el pecado, el Amor desarma al odio. Dios transforma en bien todo lo que toca. Atacando a Cristo, el pecado y la muerte han sido vencidos por la fuerza del Amor infinito de Dios.

La resurrección de Cristo es el culmen de la encarnación

Cristo resucita para librar a la humanidad caída del pecado y de la muerte. Jesús no toma prestada la humanidad, sino que la asume para toda la eternidad. De este modo, la resurrección de Cristo es el sello de una Alianza Eterna. El Resucitado forma parte para siempre de la Santísima Trinidad. Dios no muere, el verbo de Dios no necesitaba resucitar. Por su resurrección, Cristo ha hecho mucho más que morir por nuestros pecados, ¡se ha hecho uno con nosotros para siempre!

Si por la encarnación, el Verbo de Dios se hizo hombre, por la resurrección de Cristo hemos resucitado todos. Gracias al «sí» de María, el Verbo de Dios se hace carne. Gracias al «sí» de Dios, Cristo asume la humanidad entera. «Y cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí.»» (Jn 12,32).

La resurrección de Cristo es presencia salvadora

Jesús recorría todas las ciudades y aldeas (cf. Mt 9,35). ¡Cuánto nos gustaría haber podido ver y escuchar a Jesús! ¡Qué no daríamos por una mirada suya! Y, sin embargo, nosotros tenemos mucho más. Porque, ¿qué pasó, por ejemplo, con aquellos cinco mil hombres a quienes Jesús dio de comer? (cf. Mt 14,21). Mateo y Marcos nos dicen que Jesús despidió a la gente (cf. Mt 14,22; Mc 6,45). Juan nos explica que Jesús huyó porque querían hacerle rey (cf. Jn 6,15). Muy pocas personas estuvieron realmente cerca de Jesús.

Por la resurrección de Cristo, sin embargo, desparecen los límites espacio-temporales. El cuerpo nos une, pero también nos distancia. Aquellas gentes seguían a Jesús, pero después cada uno se iba a su casa. Podían disfrutar de la presencia de Jesús, pero en la distancia y de forma fugaz. Sólo unos pocos gozaron de su amistad. Nosotros, en cambio, gozamos de su intimidad sin más límites que los que nosotros mismos le pongamos. Porque él se ha entregado a nosotros, nos ama, nos escucha y nos acompaña siempre. No solo como Dios, sino también como hombre.

La resurrección de Cristo y la Eucaristía

La Resurrección de Cristo. Mosaico en el que aparece el Resucitado presidiendo la Eucaristía

La Eucaristía es presencia del Resucitado. Es importante hacer notar que muchas de las apariciones del Resucitado a sus discípulos tuvieron lugar en un contexto eucarístico. Así sucede con los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,23-35). En el evangelio de Juan, Jesús se aparece el primer día de la semana (el domingo), en ausencia de Tomás. El encuentro con Tomás tuvo lugar al domingo siguiente (Jn 20,19-28). En los Hechos de los Apóstoles se nos habla de forma muy explícita de estas comidas del Resucitado con sus discípulos (Hech 10,40-42).

La resurrección de Cristo es el hecho que posibilita que Jesús pueda hacerse realmente presente en cada Eucaristía. La presencia real es presencia del mismo Cristo, no solo como Dios sino también como hombre. Es presencia del cuerpo entregado y de la sangre derramada por todos nosotros. El sacrificio de la cruz es único. «Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más» (Rom 6,9). Pero la resurrección de Cristo es inseparable de la entrega de su vida en las manos del Padre. Muerte y resurrección no son causa y efecto, sino un mismo y único misterio.

La Eucaristía es encuentro personal con el Resucitado. Cristo se entrega como alimento a su Iglesia y a cada uno de nosotros. Por este alimento, al contrario de lo que sucede con el alimento común, nos transformamos en aquello que comemos. El cuerpo de Cristo nos hace Cuerpo de Cristo.

La resurrección de Cristo garantía de la nuestra

«Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó» (1 Cor 15,13). Y, si Cristo no resucitó, nuestra fe es vacía. Un poco más adelante, san Pablo vuelve a repetir la misma idea con parecidas palabras. E insiste: «Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más dignos de compasión de todos los hombres!» (1 Cor 15,19).

Si por un hombre (Adán) nos vino la muerte, por un hombre (Cristo) nos viene la resurrección (cf. 1 Cor 15,20-22). Por su encarnación, Cristo ha unido para siempre nuestro destino al suyo. Él nos ha precedido, pero la resurrección de Cristo no tiene sentido al margen de la nuestra.

Para entender esto es necesario comprender la unidad que, por su resurrección, Cristo ha establecido con nosotros. Si por la encarnación, asumió nuestra condición mortal, por la resurrección ha dado un paso más. La resurrección de Cristo es la transformación de la naturaleza humana para una Vida Nueva. En la medida que cada uno muera a sí mismo, es decir, abandone su voluntad en las manos de Dios, se hace uno con Cristo. Esto, que se realiza ya en esta vida, tendrá su plenitud después de la muerte.

La resurrección de Cristo genera vida, pero no una vida autónoma, sino una vida inserta en Cristo en quien «vivimos, nos movemos y existimos» (Hech 17,28). Esto significa que la resurrección es un hecho eclesial en el que no tiene ningún sentido un planteamiento individualista.

La resurrección de Cristo. Fotografía de un puzzle en el que estamos a punto de colocar la última pieza
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4 comentarios en “LA RESURRECCIÓN DE CRISTO COMO DON PARA LA HUMANIDAD”

  1. Soledad Garcia Perez .

    Q profundo analisis ; sin duda q para hacer esté recordatorio es esencial q el E.Santo te ilumine , para q los q te seguimos en está catequesis ; veamos cada día un poco d luz en el camino hacía Dios.

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