En estos tiempos en los que vivimos encerrados sin poder salir debido a las medidas gubernamentales para evitar el contagio del covid-19, los fieles nos vemos privados de la comunión eucarística. La única alternativa para los laicos es entonces la comunión espiritual. Ello no se debe a las normas dictadas por el gobierno. Estas normas son muy restrictivas, pero no alcanzan el nivel de radicalidad de las adoptadas por la mayoría de los obispos. Desconozco las posibles excepciones que hayan podido darse en nuestro país. Sí tengo noticias de otros países y parece que los obispos han reaccionado de forma muy similar en todas partes.
Privados de la comunión eucarística en la diócesis de Madrid por causa del covid-19
España es uno de los países más azotados por la pandemia y también uno de los primeros en tomar medidas. En estas circunstancias todos agradecemos la labor de tantos héroes anónimos. En primer lugar, por supuesto, todo el personal sanitario. Pero también muchos otros. El personal de limpieza y de recogida de basuras, que continúan haciendo su ingrata labor arriesgando su vida. Y también, en primera línea de fuego, los farmacéuticos. Sin olvidarnos de los trabajadores de los supermercados, en especial de quienes se ocupan de las cajas. Y los camioneros, conductores de autobús, empleados de Renfe, quienes trabajan en las gasolineras. Incluso los empleados de banca. Y, por supuesto, policías y militares. Pido disculpas si me he olvidado de alguno de los trabajadores que están a nuestro servicio para que no nos falte de nada.
En este contexto, nuestro obispo, un día antes de que saliera el decreto del gobierno, escribió una carta en la que dijo: «Todos los fieles cristianos de la diócesis de Madrid están dispensados de la asistencia a la celebración dominical». Un día después determinaba la suspensión de las celebraciones públicas. Quedaban así los fieles privados de la comunión eucarística, eso sí, eximidos del cumplimiento del precepto dominical. Solo faltaba. Ante el covid-19, no han sido las autoridades civiles, sino la jerarquía eclesial quien ha determinado suprimir las celebraciones en los templos. Parece que sí continúan oficiando en los entierros, aunque no tengo datos que lo confirmen.
No deseo entrar en más detalles, porque no he querido investigar lo que se hace en otras diócesis, o lo que algunos sacerdotes sé que hacen para no fallar a sus fieles. Voy a referirme exclusivamente a una normativa que parece bastante general y que, por lo visto, muy pocos se atreven a cuestionar al menos en público.
Privados de la comunión eucarística. Aspectos teológicos
No voy a cuestionar el valor de una comunión espiritual hecha con toda el alma, pero de eso hablaré después.
Tampoco voy a cuestionar el valor infinito de la celebración de la Eucaristía, haya o no haya fieles que asistan a ella. Desde luego que «el sacerdote nunca está solo» cuando celebra la Eucaristía.
Y, por supuesto, nadie puede poner en duda que un acto de contrición perfecta perdona los pecados. La Iglesia enseña que la única condición para ello es que dicho acto de contrición venga acompañado del propósito de confesar en cuanto se tenga ocasión de ello. Todas estas prácticas vienen avaladas por la teología y por la práctica pastoral desde tiempos remotos.
No obstante, convendría utilizar estos argumentos con mucha cautela, porque lo que se puede hacer no siempre es lo mejor. Y porque la excepción podría terminar convirtiéndose en regla general.
No dejen a los fieles solos
Nadie duda que en estos momentos es un deber no solo cívico, sino también moral quedarnos en casa para frenar la pandemia. La reflexión que pretendo hacer es otra. Creo que va en la línea de lo que el Papa pedía a obispos y sacerdotes. No aplicar medidas tan draconianas. No dejar a los fieles solos. Y aquí resuenan las palabras de Jesús cuando dice: «pero el asalariado, que no es pastor (…), ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye» (Jn 10,12).
Los fieles nos vemos privados de la comunión eucarística. Cuando se suprimen totalmente las misas con fieles, se está mandando un mensaje muy claro: «la eucaristía es prescindible». Las tahonas continúan abiertas, porque el pan es un artículo de primera necesidad, pero sí que se puede prescindir del Pan del cielo. Y cuando los sacerdotes se quedan en su casa, están también enviando un mensaje muy claro: «no somos necesarios». Mejor dicho: «nuestra labor junto al pueblo no es estrictamente necesaria».
¿Qué está pasando con la Eucaristía? Porque nadie ha dicho que, ante el covid-19, los sacerdotes permanezcan ociosos o indiferentes. Algunos salen a la puerta de sus iglesias a cantar Resistiré. Otros hay que graban vídeos según la creatividad de cada cual. Nadie hubiera pensado lo rápido que se iban a adaptar a las nuevas tecnologías.
¿Quién nos separará del amor de Cristo?
Privados de la comunión eucarística, pero ¿quién nos separará del amor de Cristo? (Rom 8,35). ¿El miedo al covid-19? ¿el silencio de nuestros pastores? Al llegar a este punto, la respuesta ha de darla necesariamente cada uno.
En mi caso, mi salvación ha sido que el Papa haya decidido que las misas en Santa Marta se transmitan en streaming. Siento una enorme gratitud hacia él por ello. Y esto es así porque, como fiel católica, me he sentido completamente abandonada por mis pastores.
Privados de la comunión eucarística en tiempos del covid-19
El día 15 de marzo, que era domingo, fue el primer día sin misas. Repito algo que ya dije al comienzo: no por orden gubernamental, sino por decisión del obispo. Ese mismo día asistí a mi primera misa «en» Santa Marta a las 7 de la mañana y sin traducción. Decidí seguir la misa en italiano, porque la traducción distrae mucho y, además, los traductores suelen tomarse la licencia de continuar hablando incluso en los momentos de silencio. Los silencios enriquecen enormemente la liturgia, pero esto es algo que muchos no comprenden. Enseguida descubrí lo acertado de mi decisión.
Lloré de emoción. No porque la misa estuviera presidida por el Papa. No porque la homilía fuera increíble (que también). Lloré de emoción. Y sentí la presencia de Cristo de una manera que hacía mucho que no sentía. Tanto que me preocupó, porque pensé que podía ser falta de fe en la presencia real. ¿Por qué me emociono delante de la pantalla de mi ordenador y no ante la presencia real del mismo Cristo? En los días sucesivos, ya me he ido acostumbrando, pero continúo sintiendo la presencia del mismo Cristo en cada celebración. Como si estuviera en la capilla participando.
Covid-19 como una gracia de Dios
Privados de la comunión eucarística, no me cabe la menor duda de que estas misas «virtuales» son un regalo que Dios me está haciendo y esto es fruto exclusivo de la generosidad divina. Pero sí que existen dos razones objetivas que contribuyen a ello.
En primer lugar el modo de celebrar. Este modo se resume en una sola palabra: sobriedad. Celebración sobria, pero sentida. Formularios idénticos todos los días, pero recitados como si fuera la primera vez. Donde los lectores se acercan al ambón sin prisas. Donde las lecturas y las oraciones se paladean. Y donde el silencio es envolvente. Silencio y recogimiento.
Pero hay también una segunda razón objetiva. Y es el hecho de que sea el Papa quien celebre. Y corro el riesgo de no ser bien entendida. No me importa quién sea el Papa. Me importa que esté ejerciendo de pastor. De alguna manera Santa Marta está siendo en estos momentos mi parroquia.
Privados de la comunión eucarística, el regalo de la comunión espiritual
La comunión espiritual no es algo que haya preocupado mucho a los teólogos. Frecuentemente se ha considerado poco más que una devoción. Sin embargo, en estos días, estoy descubriendo que la comunión espiritual tiene muchos puntos en común con un acto de contrición perfecta.
En primer lugar, tanto la comunión espiritual hecha de todo corazón como la contrición perfecta, son un acto de amor. Un acto de amor por parte de Dios que es quien da la gracia. Y un acto de amor agradecido del pecador que se deja poseer por Dios.
Y, en segundo lugar, si un acto de contrición perfecto perdona los pecados por graves que sean. ¿Acaso no se hará Cristo realmente presente en el alma de quien le desea para transformarla en sí mismo?
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