Muchas veces se ha dicho que la fe es creer en lo que no se ve. Sería también creer en el testimonio de otros, pero ¿es eso la fe? ¿Acaso somos los cristianos ciegos que se dejan llevar? Mas bien todo lo contrario, el cristiano ve más allá y su misión es ser guía de otros.
Es cierto que la fe exige la confianza. Y la confianza es muchas veces un salto en el vacío. Un salto en el vacío, pero no un salto al vacío. Quien cree está ciertamente asumiendo un riesgo, pero no con los ojos cerrados, sino muy abiertos. Abiertos para penetrar la realidad más allá de lo que alcanza la vista.
Una mirada nueva
La fe nos da una mirada nueva y, en ese sentido, el que cree ve más allá de las evidencias. Quien cree por el testimonio de otros, efectivamente cree cosas que no ve. Pero, si se trata únicamente de eso, lo que tenemos entonces es credulidad, no fe.
El cristianismo es una fe histórica, por ello, creer por el testimonio de otros puede que sea comienzo necesario. Pero la fe es mucho más que eso, es luz que penetra las sombras. Quien cree, ve más allá de lo evidente a simple vista.
En continuo discernimiento
Es cierto que el creyente camina muchas veces a tientas. Pero es el camino lo que está a oscuras. La fe es entonces linterna en medio de las tinieblas de la vida. En su caminar, el cristiano precisa buscar y hallar la voluntad de Dios sobre él o ella. Eso, contra lo que suele pensarse, dista mucho de ser un camino trillado. El cristiano no es alguien que va de forma gregaria sin más preocupación que no separarse del rebaño. El creyente debe tomar continuamente decisiones personales e intransferibles. Para ello la oración es imprescindible.
¿Qué es la fe?
En la Carta a los Hebreos leemos: «La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven» (Heb 11,1). Esto no es sin más identificable con creer lo que uno no ve. En la vida -todavía más en la situación actual donde predomina el cientificismo- todos nosotros creemos muchísimas cosas porque nos fiamos de lo que leemos y de lo que escuchamos y porque, además, la información que recibimos al día es tan abrumadora y tan especializada, que no podemos siquiera plantearnos contrastarla. ¿Tendría sentido hablar aquí de fe? Obviamente no.
«Garantía de lo que se espera» y «prueba» de lo que no se ve. No nos limitamos a creer lo que nos dicen, sino que lo reconocemos como verdadero porque ya se encuentra en nuestro interior. Esto es lo que la Iglesia llama sensus fidei.
La fe lleva y nace del amor
Por otra parte, hoy en día muchos identifican el cristianismo con una ética.
Es cierto que la fe sin obras es una fe muerta (Santiago 2,17), pero ni los cristianos somos mejores que los demás, ni las personas buenas y entregadas pueden ser consideradas cristianos anónimos como pretendió hace algunos años un teólogo católico de forma a mi entender muy poco afortunada. En cualquier caso, el cristianismo es adhesión a la persona de Cristo. Y es en él que tenemos nuestra esperanza. En Cristo, no en nuestras obras.
El Nuevo Testamento, y muy especialmente los evangelios, nos presentan una ética muy exigente. En realidad, frente a la «obligación» que lleva consigo toda ética, la ética evangélica es tan exigente que sólo puede nacer de la libertad que da el amor.
Amor y fe son de este modo inseparables. Ser cristiano no es creer determinadas verdades, sino que es creer que Cristo vive en mí (Gal 2,20). Esta fe lleva y nace del amor (amor a Cristo vivo y vivificante). De este modo la realidad cobra relieve, «haciendo nuevas todas las cosas» (Apoc 21,5).
La fe y el amor se alimentan por medio de la esperanza
A su vez esta fe y este amor siempre en camino se alimentan por medio de la esperanza. Esta esperanza se ha relacionado muchas veces con un «premio» que estaríamos esperando los cristianos. Si esto fuera así, nos convertiríamos en mercenarios, gentes mezquinas que estarían contabilizando sus buenas acciones en espera de recompensa. Nuestra falta de adhesión a Cristo hace así flaquear la esperanza y olvidar el amor, convirtiendo de este modo la moral en carga pesada y la práctica cristiana en amargura. Por el contrario, Jesús dice: «mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mateo 11,30).
La esperanza es alimento de esa fe y de ese amor capaz de ver a Dios en todas las cosas y a todas en Él. La esperanza es el anhelo tan bien expresado por san Agustín en la oración con la que comienza su libro de las Confesiones: «… porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que repose en ti» (Conf 1,1).
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Una cuestión importante es si uno puede elegir tener FE, o no. ¿Hasta qué punto influye la razón, la educación, la voluntad…?
En todo caso, demasiadas veces vemos gente que «presume» de tener fe, pero que no sigue (algunos ni de lejos) los pasos de Jesús, pues como tú dices es una «ética muy exigente». Y ahora tenemos una forma más de evaluar: La reciente encíclica «Laudato Si» debería significar una revolución VISIBLE en aquellos católicos, y partidos católicos… ¿lo está siendo?
Muy buena pregunta: ¿puede uno elegir tener fe o no? Yo estoy convencida de que no, no se puede elegir.
Desde luego que existen condicionantes muy claros como son esos tres que señalas, pero hay algo más.
Por la voluntad, los católicos solicitan a la Iglesia los diferentes sacramentos, especialmente el bautismo y la primera comunión para los hijos, la confirmación y el matrimonio. Esa voluntad se presupone que viene acompañada de alguna forma de razón y, desde luego, la Iglesia aprovecha para la enseñanza. No hay duda, entonces, de que se dan esas tres cosas que ciertamente son fundamentales.
¿Se da también la fe?
Pongamos otro supuesto. La pérdida de fe en personas adultas. Esa pérdida de fe muchas veces viene motivada por motivos filosóficos, pero la mayor parte de las veces los motivos son otros. Algunas veces esta pérdida de fe se manifiesta en forma de indiferencia, lo que equivaldría a falta de voluntad. Otras veces, en cambio, la persona desea creer, pero no puede. No faltaría aquí, ni la enseñanza, ni la voluntad, ni necesariamente la razón.
Esto corrobora lo que la Iglesia siempre ha enseñado: que la fe es un don, es «gracia» (un regalo, algo que unos reciben y otros no).
Con el primer ejemplo trato de mostrar, además, cómo la expresa voluntad de lo católico no presupone -ni mucho menos- el tener fe y, por consiguiente, es perfectamente compatible con una ética totalmente ajena a la de Jesús (salvo en cuestiones relacionadas con la familia, que la fe no se cuestiona, pero la sexualidad se mira con lupa).
Por lo que respecta a la encíclica “Laudato si”… en ambientes católicos hay un silencio sepulcral. Tengo la impresión de que la encíclica no ha sentado nada bien. Preveo que a corto plazo será objeto de alguna catequesis para niños (algún póster en clase de religión y cosas así). A medio plazo espero que pueda servir al menos de argumento de autoridad contra determinados argumentos que se hacen pasar por cristianos, cuando en realidad son profundamente anticristianos. A largo plazo, sin embargo, estoy segura de que dejará profunda huella (especialmente cuando se cumplan las advertencias con las que el Papa nos está avisando).
Y a los PPCC… ni me los menciones, que me sale sarpullido.
¿Podrías poner algún ejemplo de esos argumentos que se pasan por cristianos sin serlos?
Gracias.
Por otra parte, para completar el resumen de la encíclica «Laudato Si» publicada en este blog, propongo este enlace con algunos comentarios, alabanzas y críticas a la misma: https://blogsostenible.wordpress.com/2015/08/14/resumen-enciclica-ecologia-laudato-si-papa-francisco/
El ejemplo más importante –por sus consecuencias- y más evidente –por lo claro que es el Nuevo Testamento a ese respecto- es el de la propiedad privada.
El concepto de propiedad privada es un concepto jurídico que se encuentra ya en el derecho romano. Por su parte, el derecho natural es también un concepto acuñado por Roma. Pues bien, son muchos los autores que consideran que el concepto de propiedad es un derecho natural
¿Qué pasa con los argumentos falaces? De forma muy simplificada:
1) Que la propiedad privada pueda ser razonablemente defendida con argumentos jurídicos no nos autoriza a defenderla como si fuera un dogma de la Iglesia (derecho natural = voluntad de Dios = mandato divino).
2) Que los seres humanos puedan esgrimir determinados argumentos para poseer aquellas cosas que son necesarias para llevar a cabo una vida verdaderamente humana no nos autoriza a defender la propiedad privada en términos de libertad. Como si no existiera más límite para nuestra avaricia que las propias posibilidades de poseer (olvidando que la libertad -PODER- de algunos para acaparar está cercenando la libertad de otros muchos para alcanzar aquello que les es necesario para vivir).
3) Que, si bien es cierto que la Biblia deja muy claro el mandato de “no robar” y aún ni siquiera desear lo que es del prójimo, no es menos cierto que Jesús nos muestra con sus palabras y sobretodo con su vida su postura sobre este asunto. Y no sólo él. Ya en el Antiguo Testamento los profetas son extremadamente duros contra lo que en términos actuales podríamos llamar “consumismo” (véase, por ejemplo, Amós 4,1)
Otros asuntos sobre los que se dan argumentos falsos (y opuestos a lo que se desprende de una lectura contextualizada y creyente de los Evangelios):
• Decir que “Dios ha querido” hacer diferentes a los hombres y a las mujeres para justificar el machismo a partir de unas supuestas funciones que vendrían impuestas genéticamente (más allá de las obvias).
• Explicar el “voto de pobreza” como una entrega de la voluntad… perfectamente compatible con la acumulación –eso sí colectiva- de bienes inmuebles (así como el manejo de fuertes sumas en efectivo).
• Utilizar la virtud de la humildad –que es ciertamente fundamental para un verdadero seguimiento de Cristo- como modo de prevenir (y, en su caso, cercenar) cualquier atisbo de sentido crítico en la Iglesia.
• Identificar la espiritualidad con una afectada distancia hacia los seres vivos. Un “desapego” mal entendido lleva a algunas personas a confundir el deseo de posesión (eso es el “apego”) con la benevolencia que otros sienten hacia algunos, muchos o todos los animales. Tener un animal en casa o luchar contra el maltrato animal es visto por estas personas como una frivolidad impropia e incluso como un obstáculo para llegar a Dios. A esto hay que decir que el apego aleja de Dios, mientras que la mirada afectuosa hacia la creación lleva a dar gracias a su Artífice. El apego es al fin y a la postre apego a uno mismo y ¿qué peor apego que aquél que se disfraza de espiritualidad?
Se me ocurren estos ejemplos, pero hay muchos más.