PRESENCIA REAL DE CRISTO EN LA EUCARISTÍA. El testimonio de los Padres de la Iglesia

En este artículo estudiamos lo que nos dicen los Padres de la Iglesia acerca de la presencia real de Cristo en la eucaristía. Con ello continuamos la serie de artículos que habíamos comenzado a publicar sobre el sacrificio eucarístico.

Se llama Padres de la Iglesia a un conjunto de Pastores –generalmente obispos- que destacaron por su santidad y cuyos escritos han llegado hasta nosotros. La Patrología distingue entre Padres latinos y Padres griegos, dependiendo de la lengua en la que escribieron (y del lugar en el que vivieron).

Mapa situación Padres de la Iglesia siglos II-VIII

Vivieron entre los siglos I y VIII y los encontramos en las principales ciudades del mundo cristiano de entonces. Su importancia para la teología católica es extraordinaria. Ellos son testigos privilegiados de los inicios de la Iglesia. Destacan, no sólo por su santidad, sino también por su sabiduría y por la profundidad de sus escritos.

En este artículo vamos a ver qué nos dicen algunos de estos autores acerca de la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Se trata de autores que vivieron en épocas, lugares y circunstancias muy diversas, por eso son también muy diferentes entre sí. Digo esto porque en este artículo estudiaré cada autor por separado. Un estudio que abordase los temas de forma transversal nos haría perder matices que no son en absoluto irrelevantes.

Presencia real de Cristo en la Eucaristía. Testimonios del siglo II

San Ignacio de Antioquía

Pertenece san Ignacio a los que hoy conocemos como Padres apostólicos. Se les llama así por su cercanía con los Apóstoles. Este nombre, desconocido en la antigüedad, comenzó a ser usado por los eruditos del siglo XVII. Son autores de los siglos I y II. Se trata de escritos pastorales y su contenido y estilo es muy cercano al Nuevo Testamento, concretamente a las Epístolas.

Quién es san Ignacio de Antioquía

Es san Ignacio el segundo obispo de Antioquía. Esta ciudad, entonces siria, pertenece hoy a Turquía. Se encuentra al sur de este país actual, muy cerca por el oeste del mar Mediterráneo y por el sur de la frontera con la actual Siria (por carretera hay 110 kilómetros hasta la tristemente famosa ciudad siria de Alepo).

Se le ordenó trasladarse de Siria a Roma donde sufrió el martirio (echado a las fieras). De camino a Roma escribió siete epístolas, la más importante de las cuales es la Carta a los Romanos. Antes de llegar a Roma se entera de que cristianos de esta Iglesia están tratando de conseguir su indulto. San Ignacio les escribe para pedirles que no impidan su martirio.

Pastoral y coherencia de vida

Presencia real de Cristo en la eucaristía. San Ignacio de Antioquía (PG 5,693 B)
Presencia real de Cristo en la eucaristía.
San Ignacio de Antioquía (PG 5,693 B)

Argumenta san Ignacio que morir por Cristo le convertirá en palabra de Dios, mientras que, si se lo impiden, su palabra volverá a ser mera palabra humana (II,1). Les dice que pidan a Dios fuerza para ser de verdad fiel a Cristo (III,2; VIII,3) y que no se lo impidan, ni siquiera si él se lo pidiera en el momento de la verdad (VII,2). Leyendo la carta completa –consta únicamente de diez capítulos muy breves- desaparece la sensación que da la lectura aislada de las frases más conocidas. Dice san Ignacio que, cuando el cristianismo es odiado, lo que toca es mostrar grandeza de alma, no bellas palabras (III,2). Está hablando a los pastores de la Iglesia de Roma y les dice que le apliquen a él, lo que ellos predican para otros (III,1).

De toda la carta se desprende que san Ignacio, como pastor de la Iglesia de Antioquía, se siente indigno ante la sola perspectiva de no ser coherente con lo que él mismo ha predicado. San Ignacio es apresado y obligado a viajar a Roma. No es un fanático que busque la muerte. Pero, llegado el momento, entiende que Dios le está mostrando el camino para seguir a Cristo, para ser otro Cristo. Entiende que es el momento de hacer realidad el seguimiento, de predicar con la verdad de su vida y no con meras palabras.

La entrega de la vida como participación eucarística

Es en este contexto en el que hay que interpretar el texto siguiente:

“No siento placer por la comida corruptible ni por los deleites de esta vida. El pan de Dios quiero, pan celeste, pan de vida, que es la carne de Jesucristo, Hijo de Dios, del linaje de David y de Abraham; y quiero la bebida de Dios, su sangre, que es caridad incorruptible y vida eterna” (Carta a los Romanos VII,3: PG 5,693B).

Aquí san Ignacio se está refiriendo simultáneamente a la Eucaristía y a la muerte. Entregar la vida es para él la forma suprema de comunión con Cristo. Desea morir por Cristo como forma suprema de hacerse una cosa con él. Y es precisamente por eso por lo que no desea el alimento para una vida corporal que él ya dada por amortizada, sino el alimento para la vida eterna, que es la Eucaristía.

Fe de san Ignacio en la presencia real de Cristo en la eucaristía

De esta Eucaristía dice claramente que es la “carne” de Jesucristo. No ya su cuerpo, sino su carne. La carne de Jesucristo, Hijo de Dios y también hijo de David y de Abraham. De esta forma afirma, no sólo su fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, sino también su fe en que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre.

De la misma forma que la carne de Cristo es el “pan de Dios”, así también su sangre es la “bebida de Dios”. Caridad incorruptible, es decir, amor que no termina con la muerte. Con esto expresa san Ignacio la radicalidad de su amor a la Eucaristía. Comulgar con Cristo no es meramente un acto piadoso, sino vivir su misma vida y morir su misma muerte. La Eucaristía no es para san Ignacio un rito o un momento en la vida del cristiano, sino el sentido mismo de su existencia, anticipación de la unión con Cristo que se dará en plenitud en la vida eterna.

San Justino

Pertenece san Justino a los autores que son conocidos como Padres apologetas griegos. Mientras los Padres apostólicos eran ante todo pastores que se dirigían a su rebaño para edificarlo, los Padres apologetas dirigen sus escritos a los no cristianos. Las clases altas de la sociedad de entonces consideraban al cristianismo como un peligro. El mundo de la ciencia y de la filosofía de entonces dirigieron sus dardos contra los cristianos. Por ello, para la evangelización ya no bastaba con la predicación. Era también necesario defenderse de las calumnias y, lo que es más importante, argumentar filosóficamente.

Y, como ya sabemos que no hay mejor defensa que un buen ataque, no se limitaron a refutar lo que desde fuera se decía del cristianismo, sino a demostrar que la filosofía pagana estaba llena de errores. Así pues, los Padres apologetas son filósofos y teólogos, verdaderos intelectuales. El más importante de los Padres apologetas griegos del siglo II es san Justino.

Quién fue san Justino

San Justino nació en Palestina, en la ciudad de Flavia Neápolis (la actual Nablus, al norte de Cisjordania). Sus padres eran paganos. En su búsqueda de la verdad se asomó a la filosofía estoica, a la peripatética, a la pitagórica y, finalmente, a la platónica que le convenció por un tiempo. Hasta que tomó contacto con los Profetas y descubrió el cristianismo.

Presencia real de Cristo en la eucaristía. San Justino, Apología I (PG 6,428C-429A)
Presencia real de Cristo en la eucaristía.
San Justino, Apología I (PG 6,428C-429A)

De sus numerosas obras, solamente tres han llegado hasta nosotros: sus dos Apologías contra los paganos y su Diálogo contra el judío Trifón.

Tenemos el relato de su muerte en el Martyrium S. Iustini et Sociorum, basado en las actas oficiales del tribunal que le juzgó. Según este documento, el martirio de san Justino tuvo lugar probablemente el año 165. Siendo prefecto Junio Rústico, fue decapitado junto a otros seis compañeros.

San Justino denuncia que los cristianos sean condenados por el mero hecho de serlo

El texto que vamos a comentar aquí pertenece a la Apología I. San Justino comienza esta apología pidiendo al emperador que se forme su propio juicio acerca de los cristianos. A continuación denuncia la actitud oficial que consiste en condenar a los cristianos por el solo hecho de serlo, sin acusarles de nada concreto. A partir del capítulo 13 hace una descripción de la doctrina cristiana y de las razones para abrazarla. Termina el escrito con un último capítulo en el que san Justino pide al emperador que, si tales doctrinas vienen de la razón, sean de este modo estimadas; si son pura palabrería, que como tales las desprecie. Pero que no sean juzgados como enemigos del imperio quienes no han cometido crimen alguno. La petición incluye una amenaza con el juicio de Dios si el emperador se obstina “en su iniquidad”.

Los tres capítulos dedicados a la Eucaristía y su celebración son el colofón del resumen doctrinal. Inmediatamente anteriores al capítulo final. Dado que san Justino es un autor muy poco sistemático, puede que este hecho no tenga un particular significado. Limitémonos, pues, a comentar el fragmento siguiente:

Testimonio de san Justino acerca de la presencia real de Cristo en la eucaristía.

Dice así:

“Porque estas cosas no las tomamos como pan común ni bebida común, sino que, del mismo modo que Jesucristo nuestro Salvador fue hecho carne por el Verbo de Dios, tomando nuestra carne y nuestra sangre por nuestra salvación; así también se nos ha enseñado que por las preces al mismo Verbo, el alimento sobre el que fue dicha la acción de gracias se transforma en la carne y sangre del mismo Jesús que se encarnó y de la que se alimentan nuestra carne y nuestra sangre” (Apología I, 66,2; PG 6,428C-429A).

Las largas frases de san Justino hacen muy difícil una buena traducción, a la vez respetuosa con el original y que se entienda en castellano. Nada que no se pueda resolver con una pequeña explicación.

Lo que san Justino dice es que la Eucaristía no es un alimento común. Jesucristo es el Verbo de Dios que tomó nuestra carne y nuestra sangre (Encarnación) para nuestra salvación. Sobre el alimento común se dicen unas preces. Estas preces consisten en la “acción de gracias” (eucharistezeisan). Por medio de esta acción de gracias, lo que antes era alimento común es transformado en la carne y sangre del mismo Jesús que se encarnó. Nuestra carne y nuestra sangre se alimentan de esta carne y esta sangre que han surgido por la transformación de lo que antes eran alimentos comunes.

Tenemos así, en estas frases algo enrevesadas, prácticamente el contenido de lo que es la fe de la Iglesia acerca de la Eucaristía. A saber: que la acción de gracias (eso significa Eucaristía) realiza una transformación en los dones de forma que ya no tenemos alimento ordinario, sino el cuerpo y la sangre del mismo Cristo. El texto continúa citando las palabras de la consagración que se encuentran en los evangelios.

Liturgias dominicales

En el capítulo siguiente explica cómo son las liturgias dominicales. Cómo todos se reúnen, cómo hacen unas lecturas que después son comentadas por quien preside la reunión (lo que hoy conocemos con el nombre de homilía). Relata también cómo después todos se levantan para orar en común (preces). Después son presentadas el pan y el vino (ofertorio). A continuación el presidente eleva sus preces (lo que hoy se conoce como Plegaria eucarística o Canon). Esto incluye la acción de gracias por medio de la cual se realiza la transformación (consagración). Al final, todos dicen “amén” (el “amén” que hoy se dice después del “Por Cristo, con él y en él…”). A continuación viene “la distribución y participación” (es decir, el rito de comunión). Los diáconos llevan la comunión a los ausentes. La limosna se entrega al final al presidente para que con ella socorra a los necesitados.

Tenemos pues, ya en la primera mitad del siglo II (recordemos que san Justino muere en el 165), un esquema perfectamente reconocible de lo que hoy son nuestras eucaristías dominicales. Y, lo que es más importante, una formulación que recoge lo fundamental de nuestra fe en la presencia real.

Presencia real de Cristo en la Eucaristía. Testimonios del siglo III

Orígenes

Pertenece Orígenes a la Escuela de Alejandría. Esta escuela de teólogos cristianos no debe ser confundida con la escuela de filósofos paganos que tuvo su sede en esta misma ciudad. No es de extrañar esta coincidencia, dado que Alejandría fue el principal centro cultural del mundo antiguo. Se encuentra Alejandría al norte de Egipto, en el delta del Nilo.

Los pensadores cristianos de Alejandría utilizaron el método alegórico, porque entendían que no se puede hablar de Dios de una forma literal. Consideran que el sentido literal del Antiguo Testamento es sólo una sombra. No fueron los primeros en utilizar el método alegórico. Ya el judío Aristóbulo –alejandrino y de cultura helenista- lo había utilizado a mediados del siglo II.

La formación en la filosofía griega, así como el estudio de la Sagrada Escritura hizo que los estudios teológicos de estos autores alcanzasen un nivel hasta entonces desconocido. No obstante, el método alegórico tuvo también sus peligros. Y, de hecho, es Orígenes uno de los pocos Padres de la Iglesia que no ha sido canonizado.

Quién es Orígenes

Presencia real de Cristo en la eucaristía. Orígenes (PG 12,391 A)
Presencia real de Cristo en la eucaristía.
Orígenes (PG 12,391 A)

Según Quasten (vol. I, p. 351), fue Orígenes “doctor y sabio eminente de la Iglesia antigua, hombre de conducta intachable y de erudición enciclopédica”. Orígenes no era un converso del paganismo, sino que pertenecía a una familia cristiana. Nació en Alejandría hacia el año 185. El estado confiscó su patrimonio y él tuvo que dedicarse a la enseñanza para mantener a su familia (padres y hermanos). Con 18 años fue nombrado director de la escuela, al tiempo que daba clases de prácticamente todas las materias conocidas entonces. Siendo ya profesor asistió a las clases de Ammonio Saccas, celebre fundador del neoplatonismo.

Durante la persecución de Decio sufrió graves tormentos que no le causaron la muerte, pero que quebrantaron su salud. El año 253, Orígenes muerte en Tiro (en el actual Líbano) a la edad de sesenta y nueve años.

Orígenes es el primer exegeta científico de la Iglesia. Muchas de estas obras se han perdido y de otras conservamos únicamente su traducción al latín. Entre sus obras se encuentran algunas homilías sobre el libro del Éxodo. En una de estas homilías encontramos el texto eucarístico que he considerado relevante para el tema que nos ocupa.

Expresión de la fe de Orígenes en la presencia real de Cristo en la eucaristía

“(…) cuando recibís el cuerpo del Señor, lo guardáis con toda cautela y veneración, para que no se caiga ni un poco de él, ni desaparezca algo del don consagrado” (Sobre el Éxodo, Homilía XIII: PG 12,391 A-B).

Después de la presentación anterior, cabría esperar un texto lleno de interpretaciones alegóricas de la Sagrada Escritura o, al menos, con una cierta fragancia neoplatónica. Nada de eso se encuentra aquí. No porque Orígenes haya hablado poco de la Eucaristía. Muy al contrario. Sucede que precisamente ese estilo alegórico al que nosotros no estamos acostumbrados puede resultarnos muy ambiguo. Encontramos, por ejemplo, algunos textos en los que utiliza la palabra “verbo” con distintas acepciones (palabras de la consagración, Cristo, Sagrada Escritura) en un juego de palabras que resulta extraordinariamente sugerente, pero también muy poco conveniente para el fin de este estudio.

La razón de haber elegido este texto ha sido precisamente su sencillez. Habla Orígenes de la comunión refiriéndose a ella con toda claridad como “cuerpo del Señor”. Eso ya nos bastaría. Pero añade algo que tiene más calado teológico de lo que puede parecer.  “Que no se caiga ni un poco de él”. En primer lugar viene a reforzar la afirmación primera: que ya no es pan, sino que es el cuerpo del Señor. En segundo lugar, que hasta el pedazo más insignificante continúa siendo el cuerpo del Señor. Finalmente, que esta presencia no se limita al tiempo que dura la celebración.

Esto, que a un creyente puede parecerle incluso obvio, cobra especial sentido frente al recuerdo de ciertas eucaristías realizadas en pequeñas comunidades. La forma en la que –no sólo interior, sino también exteriormente- recibimos la comunión dice mucho acerca de nuestra fe en ella.

San Cipriano

Los tres autores anteriores eran de lengua griega. San Cipriano es el primero de nuestra selección que escribió en latín. De hecho nació probablemente en Cartago –a orillas del Mediterráneo, en el actual Túnez- entre los años 200 y 210.

Quién fue san Cipriano

Perteneció san Cipriano a una familia pagana, rica y muy culta. Antes de su conversión fue un prestigioso orador. Poco después de su conversión fue ordenado sacerdote y en el año 248 ó 249 elegido obispo por aclamación popular. Durante la persecución de Decio, en el año 250, se escondió en un lugar seguro desde el cual continuó en contacto con sus fieles. Esto no fue bien visto, lo que creó no pocos problemas en la Iglesia de Cartago. Finalmente, el 14 de septiembre del 258, san Cipriano murió mártir en una nueva persecución promulgada por el emperador Valeriano. Es el primer obispo africano mártir.

Presencia real de Cristo en la eucaristía. San Cipriano (PL 4,384A)
Presencia real de Cristo en la eucaristía.
San Cipriano (PL 4,384A)

San Cipriano es un hombre de acción, más interesado en la acción pastoral que en las especulaciones teológicas. Deudor de Tertuliano, a quien profesaba gran admiración, careció san Cipriano de la profundidad y el talento literario de su maestro. Sin embargo, su estilo es más claro, mejor trabajado y más cercano a la Sagrada Escritura. La sabiduría práctica de san Cipriano supo recoger lo mejor de Tertuliano y evitando sus nocivas exageraciones.

Todas las obras de san Cipriano responden a cuestiones prácticas que fueron surgiendo. Entre sus numerosas obras se encuentran multitud de cartas que constituyen un relato interesantísimo para la historia de la Iglesia. De entre esas cartas destaca la Carta 63 que, más que una carta, es una especie de tratado que ha sido titulada por algunos: De sacramento calicis Domini. En ella rechaza la costumbre que se había instaurado en algunas comunidades cristianas consistente en echar en el cáliz, no vino mezclado con agua, sino agua sola.

Ni Cristo sin nosotros, ni nosotros sin Cristo. Fe en la presencia real de Cristo en la eucaristía

Es de esta carta de la que hemos tomado el conocido texto que citamos a continuación:

“Así, pues, en la santificación del cáliz del Señor no puede ofrecerse sola agua, como tampoco solo vino. Porque si uno ofrece solamente vino, la sangre de Cristo empieza a estar sin nosotros; y si el agua está sola, el pueblo empieza a estar sin Cristo. Mas cuando uno y otro se mezclan y se unen entre sí con la unión que los fusiona, entonces se lleva a cabo el sacramento espiritual y celestial” (Carta 63. PL 4,384A).

Como he señalado antes, el origen de este texto está en una praxis concreta que san Cipriano quiere corregir. La respuesta, sin embargo, va mucho más allá de la ocasión que la motivó. Por primera vez alguien ha sido capaz de expresar la relación que existe entre la transformación de las ofrendas y la nuestra. Y lo ha hecho de forma magistral. En el vino estamos también nosotros representados en el agua que se echa en el cáliz. Así pues, cuando el celebrante consagra el pan y el vino, consagra también el agua que está mezclada con el vino. Y, de la misma forma que el agua es inseparable del vino que la contiene, también nosotros seamos transformados en Cristo por medio de la consagración. De forma que no esté Cristo sin nosotros, ni nosotros sin Cristo.

La finalidad de la Eucaristía no es una presencia de Cristo sin nosotros. Cristo no se hace presente para que nosotros le adoremos, sino para que nos hagamos una sola cosa con él. Y la Eucaristía tampoco tiene por finalidad una especie de confraternización entre nosotros. Es Cristo quien nos une y nos hace hijos del mismo Padre.

Presencia real de Cristo en la Eucaristía. Testimonios del siglo IV

San Efrén de Siria

Nace alrededor del año 306 en Nísibis, actual Nusaybin en el sudeste de Turquía, junto a la frontera siria. Sus padres fueron probablemente cristianos. Fue instruido por el obispo de su ciudad, que ejerció una gran influencia sobre él. Fue san Efrén diácono en Nísibis. Después de la conquista de Nísibis a manos de los persas, san Efrén, como muchos otros cristianos, abandona su patria. Se establece en Edesa, la actual Sanliurfa, no muy lejana de Nísibis, pero en ese momento perteneciente al Imperio Romano.

San Efrén es considerado como el escritor clásico de la Iglesia siria. Insigne exegeta, apologeta, predicador y poeta.

Fe de san Efrén en la presencia real de Cristo en la eucaristía

El texto que hemos elegido pertenece a uno de sus sermones.

“(…) Lo que ahora os he dado no lo juzguéis pan, tomadlo, comedlo, y no piséis sus migajas; lo que llamo cuerpo mío, lo es en verdad. Una mínima miga suya puede santificar millones y basta para dar vida a todos los que la comen. Tomad, comed con fe, sin dudar un punto de que esto es mi cuerpo, y el que lo come con fe, come en él fuego y Espíritu; pero si alguno lo come con dudas, para él se hace simple pan; pero quien con fe come el pan santificado en mi nombre, si es puro, puro se conserva; si pecador, es perdonado. Pero quien lo desprecia o desdeña o lo injuria, tenga por cierto que injuria al Hijo, el cual al pan llamó e hizo realmente su cuerpo” (Sermones en la semana santa, Sermón 4, n.4: LAMY 415-418).

San Efrén está narrando la institución de la Eucaristía. El texto habla en primera persona suponiendo lo que Jesús dijo –o podía haber dicho- a sus discípulos en aquella última cena. Poniendo sus palabras en boca de Jesús, hace san Efrén hincapié en la realidad de la presencia real. No lo juzguéis pan, no piséis sus migajas. Lo que Jesús llama su cuerpo, lo es en verdad. Este cuerpo da la vida a todos aquellos que lo comen. Y no es cuestión de cantidad, basta con el pedazo más insignificante para santificar y dar la vida a muchos. Esto equivale a decir que, al partirse el pan, Cristo se entrega entero en cada fragmento.

Quien cree en la presencia real de Cristo en la eucaristía es santificado. No así quien no cree

Una pequeña miga basta para santificar millones, pero solo a quien comulga con fe. Los efectos de la comunión no son automáticos. San Efrén detalla las distintas posibilidades.

Los que dudan

“Si quis autem dubitans manducat illud, merus panis fit ei”.

Presencia real de Cristo en la eucaristía. San Efrén,Sermón 4, n. 4
Presencia real de Cristo en la eucaristía.
San Efrén,Sermón 4, n. 4

A quien duda, no le sirve de nada. Parece que así debe ser entendido. Entenderlo de otra forma nos llevaría a concluir que el pan se hace cuerpo de Cristo únicamente para quien cree. Esto equivaldría, bien que la presencia no es real, sino puramente subjetiva; o bien que la consagración la realiza, no el celebrante por las palabras de la consagración, sino el comulgante por su fe. Ambas interpretaciones, en particular la primera, están en abierta contradicción con el contexto.

Quienes desprecian la comunión

Quien desprecia la comunión, está despreciando al propio Cristo. Esto abunda en lo que acabamos de decir. La duda no es culpable. Nadie duda voluntariamente. A todos nos gusta estar seguros en un sentido o en otro. Pero despreciar la comunión sí es un acto voluntario. Quien desprecia la comunión, está despreciando al propio Cristo. Luego Cristo sí que está presente para quien voluntariamente se burla de la comunión.

Los que comulgan con fe

En un tercer grupo están quienes comulgan con fe. En este grupo distingue san Efrén entre los pecadores y los puros. San Efrén afirma claramente que la comunión perdona los pecados. No hace distinción entre pecados leves y graves, solamente dice que el pecador es perdonado. El hecho de que contraponga a los pecadores con los “puros” da idea de que puede estar pensando en pecados graves, siempre que no afecten al acto de fe y de contrición necesarios. Por lo que respecta a lo que dice de los puros, podría interpretarse como si los puros no necesitasen comulgar. “Si es puro, puro se conserva” no significa que los puros se queden como están. Nadie es puro por sus propias fuerzas. El puro necesita participar del cuerpo de Cristo para conservarse puro.

San Hilario de Poitiers

Poco es lo que conocemos de la biografía de este autor. Nacido probablemente a comienzos del siglo IV, obispo de Poitiers se calcula que a partir del año 350 aproximadamente. Algunos otros detalles de su vida pueden deducirse de sus obras, pero no pasan de meras conjeturas.

San Hilario (PL 9, 709A)
Presencia real de Cristo en la eucaristía.
San Hilario (PL 9, 709A)

El primer dato cierto es su presencia en el concilio de Béziers en el año 356. En dicho concilio Hilario es depuesto y exiliado a Frigia (extensa región que ocupaba gran parte de la actual Turquía). Motivo: no querer sumarse al arrianismo dominante entre los obispos occidentales. Los años que pasó exiliado en Oriente fueron decisivos en su formación cultural y doctrinal. Así pudo entender el problema arriano en toda su complejidad. Comprendió que rechazar el arrianismo no era suficiente, si no se rechazaba igualmente el monarquianismo sabeliano.

Poco después de obtener permiso para volver a Galia –aunque sin recuperar su diócesis- le encontramos en un concilio celebrado en París en 361. Allí logró que se aceptase una síntesis dogmática acerca del homoousios. Logró también que prevaleciera una postura indulgente con la mayoría de obispos que habían sido arrastrados hacia la herejía arriana. De este modo fue barrido el arrianismo de la Galia.

Dos son los textos que hemos escogido de este autor.

Cristo vivo y vivificante

El primero de ellos dice así:

“Pues se trata de la mesa del Señor, de la cual tomamos el alimento, del pan vivo; el cual tiene esta virtud, que como Él mismo vive, vivifique también a aquellos que lo reciben” (Tratado sobre el salmo 127).

La explicación hace referencia al Sal 127,3: “tus hijos, como renuevos de olivo, en torno a tu mesa”. Explica san Hilario que el salmo dice alrededor de tu mesa, no del convite. Y eso es para él importante porque, según dice, se trata de la “mesa del Señor”. Sin embargo san Hilario no hace referencia al sacrificio, en cuyo caso la mesa representaría el altar. De modo que la mesa del Señor sí que se refiere al convite, pero no a un convite cualquiera, sino al “pan vivo” que no es otro que el mismo Cristo. “Él vive”. Él es el pan y es Cristo, por eso puede dar la vida a quien lo recibe.

Debido a la presencia real de Cristo en la eucaristía y a que Cristo es consubstancial al Padre, nosotros somos unidos también al Padre cuando comulgamos

El otro texto lo encontramos en la obra cumbre de san Hilario, el De Trinitate.

“Hemos recordado todas estas cosas porque los herejes, mintiendo al decir que sólo hay unidad de voluntad entre el Padre y el Hijo, empleaban el ejemplo de nuestra unidad con Dios, como si estuviéramos unidos al Hijo, y por el Hijo al Padre, solamente por nuestra sumisión y voluntad religiosas, y así no se concediera ninguna propiedad de unión natural al sacramento de la carne y de la sangre; siendo así que el misterio de la unidad verdadera y natural ha de ser proclamado por el honor que supone para nosotros la donación del Hijo, y por la permanencia según la carne del Hijo en nosotros, ya que nosotros estamos corporal e inseparablemente unidos a Él” (Sobre la Trinidad L. 8, n. 17).

Presencia real de Cristo en la eucaristía
San Hilario (PL 10,249 A-B)

Los herejes a los que se refiere san Hilario son los arrianos, que negaban la divinidad de Cristo. Contrapone san Hilario la unidad de voluntad a la unidad natural. El Hijo es una sola cosa con el Padre, porque es consustancial con él. Participan de una única divinidad. Así, cuando nosotros recibimos el sacramento del cuerpo y de la sangre, participamos del misterio de esta “unidad verdadera y natural”. Los herejes afirmaban que la unidad de Cristo con el Padre era solamente “de voluntad”, es decir, una unión religiosa como sucede con cualquier hombre santo. Si Cristo fuera solamente un hombre santo, entonces nuestra unión con él por medio del sacramento del cuerpo y de la sangre no nos uniría a Dios más que cualquier otro tipo de acto religioso como pudiera ser la oración personal.

San Cirilo de Jerusalén

Nacido probablemente en Jerusalén alrededor del año 315, sabemos que fue nombrado obispo de esa misma ciudad el año 348. Los orígenes de su obispado están bajo sospecha de arrianismo. El hecho es que, poco después de su consagración, los arrianos le atacan por su defensa de la fe nicena. Tres veces fue depuesto y desterrado y otras tres devuelto a su sede. La última vez, el año 378. Como obispo de Jerusalén toma parte en el segundo concilio ecuménico de Constantinopla que tuvo lugar el año 381. Muere probablemente el 18 de marzo de 387.

Presencia real de Cristo en la eucaristía. San Cirilo de Jerusalén (PG 33 1097 A - 1100 A)
Presencia real de Cristo en la eucaristía.
San Cirilo de Jerusalén (PG 33 1097 A – 1100 A)

Es famoso por sus veinticuatro conferencias catequéticas pronunciadas en la iglesia del Santo Sepulcro. Una nota que se halla en varios de los manuscritos que han llegado hasta nosotros hace constar que se trata de unas notas tomadas taquigráficamente. Esto indica que no se trata de una obra escrita por san Cirilo, sino de la transcripción realizada por alguno de los asistentes a las mismas. Estamos ante una de las obras más importantes de la antigüedad cristiana.

La primera es una especie de introducción llamada Procatechesis. A esta le siguen otras dieciocho catequesis pronunciadas durante la cuaresma. Iban destinadas a quienes en Pascua habrían de recibir el sacramento del bautismo. Las cinco restantes, llamadas Catequesis mistagógicas fueron pronunciadas en la semana de Pascua, para los neófitos. En las dos primeras explica el sentido de los ritos bautismales. La tercera está dedicada a la unción con el crisma. La cuarta sobre el cuerpo y la sangre de Cristo. Finalmente, la quinta está destinada a explicar la liturgia eucarística.

Fe de san Cirilo de Jerusalén en la presencia real de Cristo en la eucaristía

Es de la cuarta catequesis mistagógica de la que hemos tomado la cita siguiente:

“Habiendo, pues, pronunciado Él y dicho del pan: Éste es mi cuerpo, ¿quién se atreverá a dudar en adelante? Y habiendo Él aseverado y dicho: Ésta es mi sangre, ¿quién podrá dudar jamás y decir que no es la sangre de Él?”.

“En otra ocasión convirtió con una señal suya el agua en vino en Caná de Galilea, y ¿no hemos de creerle cuando convierte el vino en sangre? Invitado a unas bodas corporales hizo este milagro estupendo, y ¿no confesaremos con mayor razón que ha dado a los hijos del tálamo nupcial el gozo de su cuerpo y de su sangre?” (Catequesis mistagógica IV,I-II: PG 33,1097 A – 1100 A).

La afirmación de san Cirilo no puede ser más contundente. El pan sobre el que se han pronunciado las palabras de la consagración es el cuerpo de Cristo. Nadie puede dudarlo. Y lo mismo el vino. Nadie puede decir que no sea su sangre.

A continuación argumenta con el milagro de las bodas de Caná de Galilea. Si Jesús hizo este milagro para los asistentes a unas bodas, con mucha más razón dará a sus hijos el gozo de su cuerpo y de su sangre.

La presencia real de Cristo en la eucaristía no es un milagro

Es importante decir que, pese al paralelismo, san Cirilo no sugiere que la presencia eucarística sea un milagro. En el caso de las bodas habla de “bodas corporales” y las contrapone al “tálamo nupcial” de los hijos de Dios. Esto más bien sugiere que se trata de dos cosas tan distintas que no se pueden siquiera comparar. Jesús hace un milagro material (transformar el agua en vino) para una fiesta humana. Si Jesús puede hacer este milagro, entonces también puede hacerse presente a sus fieles. Esto no es un milagro, es mucho más. Un milagro es algo material y terreno. La presencia de Cristo en su Iglesia es algo del cielo.

San Ambrosio

No conocemos la fecha de su nacimiento, que pudo ser el año 337 ó el 339. Sí sabemos que nació en Tréveris, ciudad situada en la actual Alemania, casi en la frontera con Luxemburgo. Tras la muerte prematura de su padre, la familia se traslada a Roma. Sabemos que alrededor del año 370 fue nombrado cónsul de las regiones de Liguria y Emilia, con residencia en Milán. A la muerte del obispo de Milán –que era arriano-, católicos y arrianos se disputaban la elección de sucesor. San Ambrosio, en su calidad de cónsul, tuvo que mediar entre ambos bandos. Como resultado de dicha mediación, ambos bandos le aclamaron como obispo cuando aún no era sino catecúmeno. Fue entonces bautizado y, una semana después, consagrado obispo.

La personalidad de san Ambrosio

Presencia real de Cristo en la eucaristía. S. Ambrosio (PL 15,1461 D - 1462 A)
Presencia real de Cristo en la eucaristía
S. Ambrosio (PL 15,1461 D – 1462 A)

A partir de ese momento, se dedica san Ambrosio al estudio de la Biblia, de los Padres griegos y de autores hebreos y paganos como Filón y Plotino. San Agustín fue testigo de ello (Confesiones VI 3,3).

Por lo que respecta a la disputa entre arrianos y católicos, san Ambrosio deja clara su postura católica, pero evita una purga entre los arrianos. El problema arriano ocupará gran parte de su tarea teológica, pastoral y también política dentro y fuera de Milán.

San Ambrosio fallece el 4 de diciembre del 397.

La intensidad de su vida no le impidió una gran fecundidad como escritor. Más aún, diríase que fue su motor. Por lo que respecta a nuestro tema, dos son las grandes obras que hablan profusamente de la Eucaristía: De mysteriis y De sacramentis. Aunque este tema está presente en muchas otras de sus obras.

He seleccionado unos cuantos textos que merecen ser comentados aunque sea brevemente.

La carne de Dios

El primero de ellos pertenece al comentario a los salmos, concretamente al salmo 118.

“(…) Cristo es para mí comida, Cristo para mí bebida: la carne de Dios es manjar para mí y la sangre de Dios es bebida para mí. Ya para mi saciedad no espero las cosechas anuales, Cristo se me sirve todos los días (…). Mi manjar es aquel que, el que lo comiere, no tendrá hambre (cf. Jn 6,35). Mi manjar es el que no aumenta el cuerpo, sino que conforta el corazón del hombre (cf. Sal 103,15)”. (Salmo 118: PL 15,1461 D – 1462 A).

S. Ambrosio (PL16,641 A)
Presencia real de Cristo en la eucaristía.
S. Ambrosio (PL16,641 A)

Solamente voy  a resaltar dos cuestiones. La primera es la expresión “carne de Dios” (“caro Dei cibus mihi”). Una expresión que puede parecer incluso imprecisa, pero que es sin duda intencionada. Dios es espíritu y los espíritus no tienen carne. Sin embargo, en Cristo hay dos naturalezas y una única persona. Así pues, cualquier cosa que se predique de Cristo habrá que predicarlo de su persona que es divina. Así pues, la carne de Cristo es carne de Dios. Vemos aquí que san Ambrosio aprovecha el tema eucarístico para hacer cristología antiarriana.

La segunda cuestión se refiere a la contraposición entre el alimento corporal y el alimento espiritual. El alimento corporal aumenta el cuerpo, pero este alimento es espiritual y sirve para alimentar el alma.

Fe en la presencia real de Cristo en la eucaristía y transformación de los dones

El siguiente texto pertenece al tratado dogmático De fide ad Gratianum. Graciano era el emperador y había solicitado ser instruido en la fe contra la herejía arriana. San Ambrosio responde con este tratado que consta de cinco libros. El libro IV, del que hemos tomado la cita, tiene un origen homilético.

“(…) Nosotros, pues, cuantas veces recibimos los sacramentos que por el misterio de la oración sagrada se transfiguran en carne y sangre, anunciamos la muerte del Señor (cf. 1 Cor 11,26)” (De fide, l. IV, c. 10, n. 124: PL 16,641 A).

Encontramos claramente afirmada, no ya la presencia real de Cristo en la eucaristía, sino también la transformación de los dones por medio de las palabras de la consagración. El término utilizado por san Ambrosio para referirse a esta transformación es “transfigurantur”. Todavía estamos lejos del término transubstanciación, pero ya supone un paso el hecho de que san Ambrosio ponga el centro en la transformación realizada por medio de la consagración.

La apariencia del pan y del vino no varía

San Ambrosio (PL 16,405 B - C)
Presencia real de Cristo en la eucaristía.
San Ambrosio (PL 16,405 B – C)

Los tres textos siguientes han sido tomados del tratado De mysteriis. Esta obra es una recopilación de homilías en las que, utilizando la Escritura, san Ambrosio explica a los neófitos el simbolismo de los ritos del bautismo y de la eucaristía.

El primer texto aborda la dificultad que supone el hecho de que la fe contradiga la evidencia de los sentidos. La apariencia de pan y de vino –lo que después se llamará accidentes– no varía. La bendición está por encima de la naturaleza nos dice san Ambrosio:

“Tal vez digas: Otra cosa es la que veo, ¿cómo me aseguras que recibo el cuerpo de Cristo? Y esto es lo que nos falta aún por demostrar. ¡De qué ejemplos, pues, echamos mano! Demostremos que esto no es lo que tomó la naturaleza, sino lo que la bendición consagró, y que es mayor la fuerza de la bendición que la de la naturaleza, porque por la bendición incluso la naturaleza misma se cambia” (De mysteriis, c. 9, n. 50: PL 16,405 B – C).

Comparación entre la eucaristía y la creación

San Ambrosio (PL 16,407 A)
Presencia real de Cristo en la eucaristía.
San Ambrosio (PL 16,407 A)

Un poco más adelante compara la consagración con la creación. Aquí encontramos nuevamente un texto en el que san Ambrosio afirma claramente la divinidad de Cristo. Más aún, afirma que la creación es obra de Cristo. Sin mencionar al Padre y utilizando lo que parece una redundancia. “Palabra de Cristo” no puede ser aquí interpretada como palabra humana, sino como “palabra del Verbo”, el Verbo mismo. Si Cristo pudo crear de la nada, mucho más podrá cambiar el ser de las cosas:

“(…) Pues la palabra de Cristo, que pudo hacer de la nada lo que no era, ¿no puede cambiar las cosas que son en aquello que no eran?” (De mysteriis, c. 9, n. 52 : PL 16,407 A)

Cuerpo de divino espíritu. Eucaristía y resurrección

San Ambrosio (PL 16,408 C - 409 A)
Presencia real de Cristo en la eucaristía.
San Ambrosio (PL 16,408 C – 409 A)

Si en el De fide san Anselmo hablaba de la “carne de Dios”, al final del De mysteriis nos habla del “cuerpo de Dios” (“Dei corpus”) para decir que es espiritual. Esto es muy importante, porque está presuponiendo la resurrección de Jesús (cf. 1 Cor 15,44). Veamos lo que nos dice:

“En aquel sacramento está Cristo, porque es el cuerpo de Cristo. No es, pues, alimento corporal, sino espiritual (…) Porque el cuerpo de Dios es un cuerpo espiritual, el cuerpo de Cristo es cuerpo de divino Espíritu; puesto que Cristo, según leemos, es Espíritu” (De mysteriis,c. 9, n. 58: PL 16,408 C – 409 A).

San Ambrosio (PL 16,444 A-B)
Presencia real de Cristo en la eucaristía.
San Ambrosio (PL 16,444 A-B)

El cuerpo de Cristo es cuerpo de divino Espíritu. La carne de Cristo es espiritual. Por eso no se puede ver con los ojos de la carne. En la Eucaristía se hace presente el mismo Cristo. Y esta presencia es real, pero no carnal. Jesús, durante los años de su vida mortal, tenía carne igual que nosotros. Pero lo que da vida no es la carne, sino el Espíritu. Es el Resucitado quien se hace presente para vivificarnos.

Palabras de Cristo que realizan la presencia real de Cristo en la eucaristia

Terminaremos con un texto del De sacramentis. Esta obra es una colección de seis homilías en las que trata de los sacramentos de iniciación: bautismo, confirmación y eucaristía. Sin la profundidad de los textos anteriores, es éste un resumen de la fe en la presencia real de Cristo en la eucaristía.

“(…) Antes de la consagración es pan; mas apenas se añaden las palabras de Cristo es el cuerpo de Cristo (…) Y antes de las palabras de Cristo el cáliz está lleno de vino y agua; mas en cuanto las palabras de Cristo han obrado, se hace allí la sangre de Cristo, que redimió al pueblo. Ved, pues, de cuántas maneras la palabra de Cristo es capaz de convertirlo todo. El mismo Señor Jesús, finalmente, nos da testimonio de que recibimos su cuerpo y su sangre. ¿Es que acaso debemos dudar de su fidelidad y de su testimonio?” (De sacramentis, l. IV, c. 5, n. 23: PL 16,444 A-B)

La transformación del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo se realiza por medio de las palabras de la consagración. Estas palabras son las mismas que pronunció el mismo Cristo y la palabra de Cristo tiene poder para transformarlo todo. Pero la palabra de Cristo no sólo es eficaz, sino que también es veraz. Esa confianza es la base de nuestra fe.

San Gregorio de Nisa

Pertenece, junto con san Basilio y san Gregorio de Nacianzo, a los llamados Padres Capadocios. Es considerado el mejor teólogo de los tres. Nació en Cesarea de Capadocia hacia el año 335 y debe su educación a san Basilio de quien era hermano. Dejó los estudios teológicos, contrajo matrimonio y se dedicó a dar clases de retórica. Más tarde, influido por san Gregorio Nacianceno, se retira al monasterio fundado por su hermano en el Ponto.

Quién fue san Gregorio de Nisa

Presencia real de Cristo en la eucaristía. San Gregorio de Nisa (PG 45,93 B-C)
Presencia real de Cristo en la eucaristía.
San Gregorio de Nisa (PG 45,93 B-C)

El año 371, muy a su pesar, es consagrado obispo de Nisa (Capadocia). Falto del don de gentes, de la capacidad para la administración y de la firmeza de su hermano, a la sazón obispo metropolitano. El año 376 y aprovechando su ausencia, san Gregorio es depuesto de su cargo por los obispos arrianos y los prelados de la corte reunidos para tal fin. El año 380, y nuevamente contra su voluntad, es elegido arzobispo de Sebaste. Allí permaneció unos meses. Poco después, en el 381, encontramos a san Gregorio brillando con luz propia en el segundo concilio de Constantinopla. Su muerte tuvo lugar probablemente hacia el año 385.

El primer texto pertenece a la obra dogmática más importante de san Gregorio, la Oratio catechetica magna, compuesta poco antes de su muerte. Se trata de un resumen de teología dogmática para uso de catequistas. En él, san Gregorio explica los principales dogmas y los defiende frente a paganos, judíos y herejes. Cabe señalar que la fundamentación de los dogmas se realiza sobre bases metafísicas y no únicamente sobre la Sagrada Escritura.  En los capítulos 33 a 40, se estudia el tema de la gracia en relación con los sacramentos del bautismo y de la eucaristía, así como la fe en la Trinidad como condición esencial para ello.

El cuerpo de Cristo nos transforma en Cuerpo de Cristo

Veamos un fragmento del capítulo 37:

“(…) Pues como una pequeña cantidad de levadura, como dice el Apóstol, hace semejante a sí a toda la masa (cf. 1 Cor 5,6), del mismo modo el cuerpo dotado por Dios de inmortalidad, metido en el nuestro, lo cambia y transforma en sí totalmente. Pues como lo perjudicial a la salud mezclado con lo que está sano, echa a perder todo lo que ha sufrido la mezcla, así también el cuerpo inmortal, presente en el que lo ha recibido, transforma en su propia naturaleza todo el organismo” (Oratio catechetica magna, c. 37: PG 45,93 B-C).

Con este alimento espiritual sucede lo contrario de lo que pasa con el alimento material. El alimento material se transforma en cuerpo nuestro por medio de la digestión. Por este alimento espiritual, en cambio, somos nosotros asimilados a Cristo.

La consagración es obra del Espíritu Santo

Presencia real de Cristo en la eucaristía. San Gregorio de Nisa (PG 46,581 B-D)
Presencia real de Cristo en la eucaristía. San Gregorio de Nisa (PG 46,581 B-D)

El texto siguiente pertenece a uno de sus sermones litúrgicos, la mayoría de los cuales están dedicados a las festividades del año litúrgico. Este, que lleva por título “en el día de las luces o en el bautismo de Cristo”, fue seguramente pronunciado el día de Epifanía del 383. Recordemos que las fiestas de Navidad y Epifanía son la cristianización respectiva de las fiestas del Sol (en Occidente) y de la Luz (en Oriente).

“(…) Igualmente, el pan al principio es ordinario, pero una vez que el misterio lo consagra, se dice y se hace cuerpo de Cristo. Así también el místico óleo, así el vino, siendo cosas de poco valor antes de la bendición, después de la santificación realizada por el Espíritu Santo, cada una de ellas obra maravillosamente” (In diem luminum sive in baptismum Christi: PG 46,581 B-D).

Este texto, que carece de la brillantez del anterior, tiene su valor no obstante, en la claridad con la que san Gregorio afirma su fe en que, tras la consagración, el pan ordinario “se dice y se hace cuerpo de Cristo”. El óleo parece referirse al que se utiliza para el sacramento de la confirmación.

San Juan Crisóstomo

Pertenece a la escuela de Antioquía. No conocemos la fecha de su nacimiento, que tuvo lugar entre los años 344 y 354. Nació en Antioquía de familia cristiana noble y acomodada. Antusa, que así se llamaba su madre, queda viuda a los 20 años y se encarga de la primera educación del pequeño. De ella aprendió la piedad. Posteriormente estudiará filosofía, retórica y teología. En casa llevaba una vida de profundamente ascética y, si en un principio no se retiró del mundo, fue para no dejar sola a su madre. Finalmente, sin embargo, se fue a una cueva solo y allí pasó dos años. Si abandonó su retiro fue porque su salud se resintió hasta el punto de no poder valerse por si mismo.

La azarosa vida de este insigne predicador

Presencia real de Cristo en la eucaristía. San Juan Crisóstomo (PG 48,753)
Presencia real de Cristo en la eucaristía.
San Juan Crisóstomo (PG 48,753)

Vuelto a Antioquía, es ordenado diácono el año 381 y sacerdote el 386. A partir de ese momento y durante los doce años siguientes, san Juan es encargado de la predicación en la iglesia principal de Antioquía. Orador brillante y entregado, a ello debe el sobrenombre con el que se le conoce a partir del siglo VI. “Crisóstomo” significa “boca de oro”.

El 27 de septiembre de 397 muere el patriarca de Constantinopla y –contra su voluntad- eligen a san Juan para sucederle. Es consagrado patriarca de Constantinopla el 26 de febrero de 398 y comienza su lucha para reformar la ciudad y el clero. Era san Juan apasionado, carente de diplomacia y del todo desconocedor de las intrigas palaciegas que se llevaban en el entorno de los emperadores. De modo que, con su celo apostólico, lo único que consiguió fue unir a todos en su contra. Después de diversos episodios, el último de los cuales incluso sangriento, san Juan es depuesto y, el año 404, desterrado a Cúcuso, actual Göksun (Turquía). Allí pasó 3 años.

Enterados, sus antiguos feligreses de Antioquía, comenzaron a visitarle en su nuevo destino. Sus enemigos vieron esto como un peligro. Su vida corría peligro. San Juan pide entonces ser desterrado a Pitio, en el extremo oriental del mar Negro. Las penalidades del camino, que tuvo que hacer a pie, hicieron que su ya frágil salud no lo resistiera. Antes de llegar a su destino, muere el 14 de septiembre del 407 en Comana, la actual ciudad turca de Tokat.

Autor de numerosas obras

De todos los Padres griegos, él es el autor más prolífico. Es además el único autor antioqueno del que conservamos todos sus escritos. La mayor parte de sus obras tiene forma de sermón. Su gran fama hizo que haya que ser muy cuidadosos a la hora de discernir las obras auténticas de las espurias. No obstante, este trabajo es facilitado por el hecho de que se conservan gran cantidad de manuscritos griegos y de traducciones a otras lenguas.

Presencia real de Cristo en la eucaristía. Cuerpo del Resucitado

El texto que citamos a continuación pertenece a la serie de doce homilías que llevan por título Sobre la naturaleza incomprensible de Dios. La sexta de estas homilías está dedicada a honrar la memoria de san Filogonio, obispo de Antioquía, fallecido el día 20 de diciembre del 322. La homilía fue pronunciada el 20 de diciembre del 386, con motivo del aniversario de la muerte de san Filogonio.

“Porque también aquí estará el cuerpo del Señor, no ciertamente envuelto en pañales como entonces, sino revestido totalmente por el Espíritu Santo (…) Y a la verdad, los magos no hicieron otra cosa que adorarle, pero a ti, sin embargo, te permitimos, si es que te acercas con conciencia limpia, que lo recibas, y una vez recibido marches a casa. Acércate, pues, tú también ofreciéndole tus dones, no los que le ofrecieron aquéllos, sino otros mucho más venerandos. Aquéllos, le ofrecieron oro, tú ofrécele templanza y virtud; ellos le ofrecieron incienso, tú ofrécele oraciones puras, que son aromas espirituales; ellos le ofrecieron mirra, tú ofrécele humildad, un corazón contrito,  limosna. Porque si te acercas con estos dones, con mucha más confianza gozarás de esta sagrada mesa” (Eiusdem de Incomprehensibili, Homilia VI: PG 48,753).

Después de afirmar con toda claridad que en la Eucaristía está el cuerpo del Señor, establece san Juan la diferencia que existe entre el cuerpo de Jesús de Nazaret y este cuerpo que hoy comemos. El primero era un cuerpo mortal, el segundo es el cuerpo espiritual del Resucitado. Esto es lo que significa que está totalmente revestido por el Espíritu Santo.

Actitud que debe tener quien comulga

Después de esta primera comparación, establece otra comparación entre los reyes Magos y nosotros que nos acercamos a comulgar. Los Magos ofrecieron dones materiales, nosotros debemos ofrecer dones espirituales. Si este cuerpo es mucho mejor que aquél, también nuestros dones deben ser mucho mejores que aquellos. De la misma forma que el oro es un tesoro, nosotros habremos de ofrecer el tesoro de nuestra virtud. Si el incienso es una forma de adoración, nosotros habremos de ofrecer nuestro corazón en la oración. Si la mirra es un perfume, nosotros habremos de derramar sobre él nuestras lágrimas de contrición.

Presencia real de Cristo en la Eucaristía. Testimonios del siglo V

Teodoro de Mopsuestia

Teodoro de Mopsuestia nace en Antioquía alrededor del año 352. Paisano, compañero de estudios y amigo de san Juan Crisóstomo, lo incluimos sin embargo entre los autores del siglo V. Ello se debe a su mayor longevidad y a otras circunstancias que hicieron que la mayor parte de su obra fuera escrita en dicho siglo.

Presencia real de Cristo en la eucaristía. Teodoro de Mopsuestia (PG 66,713 B)
Presencia real de Cristo en la eucaristía.
Teodoro de Mopsuestia (PG 66,713 B)

Inducido por san Juan Crisóstomo, Teodoro de Mopsuestia ingresa muy joven en un monasterio cerca de Antioquía. Muy pronto, sin embargo, abandona la vida monástica para hacerse abogado y contraer matrimonio. No obstante, su amigo no se da por vencido y hacia el año 383 Teodoro es ordenado sacerdote. El año 392 fue consagrado obispo de Mopsuestia, la actual ciudad turca de Yakapinar. Fallece el año 428.

Algunas dudas acerca de este autor

Tuvo Teodoro en su tiempo gran prestigio debido a sus conocimientos y a su ortodoxia. Posteriormente, sin embargo, fue acusado de precursor del nestorianismo y condenado por ello. La acusación se basó en sus obras De incarnatione y Contra Apollinarem, obras de las cuales se conservan pequeños fragmentos que continúan ofreciendo dudas a los especialistas. Esta condena impidió que Teodoro de Mopsuestia fueran canonizado como lo fueron la mayoría de los Padres de la Iglesia.

Teodoro de Mopsuestia es el representante más típico de la escuela exegética de Antioquía y su autor más famoso. Debido a su condena, gran parte de su obra se ha perdido. No obstante, aún nos queda lo suficiente como para que podamos disfrutar de la profundidad su teología y, al menos en lo que respecta a la eucaristía, también de su ortodoxia. Igual que pasaba con san Juan Crisóstomo, también son numerosas las obras que le fueron falsamente atribuidas.

Presencia real de Cristo en la eucaristía. No lo que muestran los sentidos, sino la realidad obrada por Cristo

Dos son los textos que vamos a comentar de él. El primero pertenece al Comentario al Evangelio de san Mateo:

“No dijo: Esto es el símbolo de mi cuerpo, esto el símbolo de mi sangre, sino: Esto es mi cuerpo y mi sangre. Nos enseña a no mirar la naturaleza de lo que tienes delante y ante tus sentidos, pues estas cosas han sido transformadas en el cuerpo y la sangre por la acción de gracias [Eucharistías] y pronunciada sobre ellas” (Comentario al Evangelio de San Mateo, c. 26, v. 26: PG 66,713 B).

Es muy importante encontrar, ya en fechas tan tempranas, lo que parece un retazo de debate teológico en torno a la presencia real. Teodoro defiende la fe católica frente a una supuesta interpretación simbolista. Cuando instituyó la Eucaristía, Jesús dijo: “esto es mi cuerpo” y “esta es mi sangre”. No dijo que se tratase de un símbolo. Por eso, afirma nuestro autor, no debes quedarte en lo que te dicen tus sentidos, pues estas cosas han sido transformadas por medio de las palabras de la consagración.

Por la venida del Espíritu Santo es el cuerpo de Cristo

El otro texto, que no se encuentra en la edición de Migne y no se puede consultar por internet, insiste en que no nos quedemos en lo que nos dicen los sentidos:

“El pontífice, pues, al dar [la oblación], dice: El cuerpo de Cristo, y enseña con esta palabra a que no mires lo que aparece, sino que te representes en tu corazón aquello que ha llegado a ser lo que ha sido presentado, y que por la venida del Espíritu Santo es el cuerpo de Cristo” (Homilía Catequística 16, n.28).

Cuando recibimos la comunión y el celebrante nos dice: “el cuerpo de Cristo”, nos está enseñando que no te fijes en la apariencia, sino que creas en lo que ha llegado a ser. El pan que ha sido presentado es ahora el cuerpo de Cristo, “por la venida del Espíritu Santo”, es decir, por la epíclesis. Esto tiene extraordinario interés, porque está diciendo que es la epíclesis lo que realiza la transformación de los dones. Y no menciona las palabras de la consagración. Encontramos aquí otra cuestión que será objeto de debate muchos siglos después.

San Agustín

Nace san Agustín el 13 de noviembre del 354 en Tagaste, la actual ciudad argelina de Souk Ahras, cerca de la frontera con Túnez. Por lo que sabemos, el más grande de los Padres latinos es africano de nacimiento y de raza, al tiempo que romano por lengua y cultura. Su padre era funcionario y pequeño propietario. Estudió en Tagaste y en Cartago. Educado por su madre en la fe cristiana, abandonó la fe a los diecinueve años.

Presencia real de Cristo en la eucaristía. San Agustín (PL 38,1099)
Presencia real de Cristo en la eucaristía.
San Agustín (PL 38,1099)

Nunca se casó, pero convivió con una mujer que le dio un hijo. Su conversión tiene lugar en agosto del 386. Renunció entonces a la docencia y al matrimonio. Fue a Milán donde se inscribió como catecúmeno. Asistió a las catequesis de san Ambrosio y recibió de sus manos el bautismo. Poco después de su bautismo muere santa Mónica, su madre. San Agustín, que tenía pensado regresar a África, cambia de planes y marcha a Roma. Allí permanece hasta el verano del 388, momento en el que regresa a Tagaste. En esta ciudad se retira junto con algunos amigos para llevar a cabo su programa de vida ascética.

Vida monástica y ordenación episcopal

Presencia real de Cristo en la eucaristía. San Agustín (PL 38,1116)
Presencia real de Cristo en la eucaristía.
San Agustín (PL 38,1116)

El año 391 viaja a Hipona para buscar un lugar donde abrir un monasterio. Allí le ordenan sacerdote, cosa que él no deseaba, pero que acepta no sin reticencias. El obispo de la ciudad le permite fundar allí un monasterio. Es consagrado obispo de esa misma ciudad el año 395 ó 396 (no hay acuerdo entre los autores). Primero como obispo auxiliar y después como titular.

Al ser nombrado obispo, deja el monasterio de laicos del que era el superior y se instala en la casa del obispo, que transforma en monasterio de clérigos. Muere el 28 de agosto del 430, durante el tercer mes de asedio de Hipona por los vándalos. Su última obra es una carta sobre los deberes de los sacerdotes durante la invasión de los bárbaros.

La eucaristía es  un sacramento

Presencia real de Cristo en la eucaristía. San Agustín (PL 38,1246-1247)
Presencia real de Cristo en la eucaristía.
San Agustín (PL 38,1246-1247)

Imposible hacer aquí un resumen de su extensísima obra y mucho menos esbozar siquiera su pensamiento. Sí hay que decir que el uso que hace san Agustín del término sacramento para referirse a la eucaristía fue con posterioridad erróneamente interpretado. Desde la formación platónica del obispo de Hipona, la verdadera realidad es la espiritual que se oculta tras los dones. En los siglos posteriores, sin embargo, alejados de la filosofía griega y de la espiritualidad patrística, se hará cada vez más difícil distinguir entre el sacramento que a la vez vela y muestra la realidad y el mero símbolo que únicamente nos la recuerda.

La mayor parte de los textos que hemos escogido pertenecen a alguno de los muchos sermones que conservamos de san Agustín. De forma general observamos la importancia dada a la palabra y a la Iglesia. La palabra, en referencia a las palabras de la consagración. Y la Iglesia, porque en realidad resulta indistinguible la eucaristía de la comunidad.

El pan santificado por la palabra de Dios

Veamos el primer texto:

“Ese pan que veis en el altar, santificado por la palabra de Dios, es el cuerpo de Cristo; ese cáliz, o más bien, lo que contiene ese cáliz, santificado por la palabra de Dios, es la sangre de Cristo. En esta forma quiso nuestro Señor Jesucristo dejarnos su cuerpo y dejarnos su sangre, que derramó por nosotros en remisión de nuestros pecados. Si lo recibís bien, seréis vosotros lo mismo que recibís” (Sermón 227: PL 38,1099).

Encontramos aquí las dos afirmaciones que acabamos de mencionar. El pan santificado por la palabra de Dios es el cuerpo de Cristo. El vino santificado por la palabra de Dios es la sangre de Cristo. Recibirlo bien nos transforma en cuerpo de Cristo, es decir, nos hace una cosa con Cristo.

La presencia real de Cristo en la eucaristía es presencia del sacrificio de la cruz

Presencia real de Cristo en la eucaristía. San Agustín (PL 42,974)
Presencia real de Cristo en la eucaristía.
San Agustín (PL 42,974)

En este texto aparece también algo sumamente importante, y que aquí no hemos mencionado, porque será objeto de otro artículo: la eucaristía como sacrificio. La presencia de Cristo en la eucaristía es presencia del sacrificio, es decir, cuerpo entregado y sangre derramada.

Los discípulos de Emaús reconocen a Jesús porque consagra el pan, lo transforma en su cuerpo y les reparte la comunión

El texto siguiente tiene por contexto el episodio de los discípulos de Emaús, concretamente cuando san Lucas nos dice que “le reconocieron al partir el pan”. Explica san Agustín que no le reconocen porque Jesús tuviera alguna forma especial de partir el pan cuando comían juntos, sino que le reconocen porque el pan que Jesús parte para ellos no es cualquier pan, sino que es el pan bendecido por Cristo. Le reconocen, porque consagra el pan, lo transforma en su cuerpo y les reparte la comunión.

“Los fieles ya comprenden mis palabras; ellos también reconocen a Cristo en la fracción del pan, no de cualquier pan, sino del pan que recibe la bendición de Cristo, único que se transforma en cuerpo suyo. Entonces fue cuando estos discípulos le reconocieron, corriendo enseguida a buscar a los apóstoles” (Sermón 234: PL 38,1116).

Presencia real de Cristo en la eucaristía y ascensión a los cielos. Dificultad

Presencia real de Cristo en la eucaristía. San Agustín (PL 46,827)
Presencia real de Cristo en la eucaristía.
San Agustín (PL 46,827)

El fragmento siguiente es continuación de otro extremadamente interesante, pues aparecen dos cuestiones que serán objeto de polémica mucho después. San Agustín se plantea que alguno pensará que, si Jesús tomó su carne de la Virgen y, una vez resucitado, subió a los cielos, ¿cómo puede entonces ser éste su cuerpo? La primera cuestión se refiere a la carne de Jesús nacida de María. Se menciona la resurrección, pero no parece distinguir –como sí hizo san Pablo- entre cuerpo mortal y cuerpo resucitado (cf. 1 Cor 15). Esto creó no pocos problemas ya en el siglo IX. La segunda cuestión, consecuencia de la anterior, es la dificultad aquí mencionada acerca de la presencia corporal de Cristo en los cielos. Como si esta presencia dificultase su presencia en la eucaristía. Esta cuestión será retomada en el siglo XVI, lo que tuvo importantes consecuencias. Veamos la respuesta del obispo de Hipona.

Presencia real de Cristo en la eucaristía y ascensión a los cielos. Respuesta de san Agustín

“¿Cómo, pues, este pan es su cuerpo? Y este cáliz –o más bien, lo que en él se contiene-, ¿cómo es su sangre? Estas cosas, hermanos míos, llámanse sacramentos precisamente porque una cosa dicen a los ojos y otra a la inteligencia. Lo que ven los ojos tiene apariencias corporales, pero encierra una gracia espiritual.

Si queréis entender lo que es el cuerpo de Cristo, escuchad al Apóstol; ved lo que les dice a los fieles: Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros. Si, pues, vosotros sois el cuerpo y los miembros de Cristo, lo que está sobre la santa mesa es un símbolo de vosotros mismos, y lo que recibís es vuestro mismo emblema. Vosotros mismos lo refrendáis así al responder: Amén. Se os dice: He aquí el cuerpo de Cristo, y vosotros contestáis: Amén; así es. Sed, pues, miembros de Cristo para responder con verdad: Amén” (Sermón 272: PL 38,1246-1247).

Una respuesta de fe ante una cuestion racional

Presencia real de Cristo en la eucaristía. San Agustín (PL 46,836)
Presencia real de Cristo en la eucaristía.
San Agustín (PL 46,836)

La respuesta de san Agustín es muy clara desde el punto de vista de la fe, pero muy insuficiente desde un punto de vista teológico. Encontramos aquí la palabra sacramento, que bien entendida es correcta, pero que es lo bastante ambigua como para que pueda ser interpretada en un sentido puramente simbolista.

Se llaman sacramentos, porque una cosa dicen a los ojos y otra a la inteligencia. Los ojos corporales se quedan en las apariencias. Más allá de las apariencias está la realidad que solo puede ser vista con los ojos de la fe. La respuesta de san Agustín es la respuesta de la fe. La respuesta no se sitúa en el mismo plano racional que las dificultades que acaba de plantear. No olvidemos que se trata de un sermón. San Agustín plantea estas cuestiones de un modo más bien retórico a juzgar por la respuesta. ¡Qué lejos estaba de imaginar, no ya la virulencia que estas dificultades tomarían muchos siglos después, sino que serían planteadas justamente en los mismos términos que él los planteó!

El texto continúa con una exhortación espiritual –no olvidemos que se trata de un sermón- en el que afirma que nosotros somos el cuerpo de Cristo y que, por lo tanto, recibimos aquello mismo que somos. El cuerpo de Cristo, después de la resurrección, ya no es un cuerpo individual. El cuerpo de Cristo es ya para siempre Cristo y su Iglesia.

Presencia real y sacrificio de la cruz

Más convencional y mucho más claro es el texto siguiente en el que encontramos nuevamente, aunque sea de forma implícita, el tema del sacrificio.

“Reconoced en el pan al que estuvo pendiente de la cruz, reconoced en el cáliz lo que manó de su costado” (Sermón de los sacramentos en Pascua, n. 2: PL 46,827).

Presencia real de Cristo en la eucaristía y palabras de la consagración

En otro lugar volvemos a encontrar la importancia de la palabra, de las palabras de la consagración. Sin la consagración no hay otra cosa que pan y vino ordinarios. Lo que convierte estos alimentos en el cuerpo y la sangre de Cristo son las palabras de la consagración.

“Si prescindes de la palabra, el pan es pan, y el vino, vino. Añade la palabra, y es otra cosa. ¿Qué otra cosa? El cuerpo de Cristo y la sangre de Cristo” (Sermón acerca de los sacramentos de los fieles en el domingo de la santa Pascua: PL 46,836).

Teología eucarística de san Agustín

En la obra cumbre de san Agustín encontramos una formulación muy completa de lo que es la eucaristía.

“Llamo cuerpo y sangre de Cristo al fruto formado de la semilla terrena consagrado por la oración mística, siendo para el que le recibe salud del alma y memorial de la pasión del Señor. Sacramento hecho visible por la intervención de los hombres, pero santificado por la acción invisible del Espíritu Santo” (Sobre la Trinidad, l. 3, c. 4, n. 10: PL 42,974).

No se puede decir más con menos palabras. San Agustín no se olvida de nada: los dones, la consagración, la comunión, el sacrificio, el rito y la acción del Espíritu Santo. Resulta llamativo que el obispo de Hipona lo presente en forma de definición: “corpus Christi et sanguinem dicimus”. Que nosotros lo digamos no parece suficiente. Más consistencia ofrece que sea memorial de la pasión y que, santificado por la acción invisible del Espíritu Santo, lo recibamos para salud de nuestra alma. Pero tampoco es de extrañar que, quienes han puesto en cuestión la presencia real hayan utilizado a san Agustín para su propósito.

San Cirilo de Alejandría

Desconocemos la fecha de su nacimiento. Sí sabemos que nace en Alejandría, que era sobrino del patriarca de Alejandría y que le sucedió a su muerte acaecida el 15 de octubre del año 412.

El año 403 acompaña a su tío a Constantinopla y toma parte del sínodo de la Encina en el que fue depuesto san Juan Crisóstomo. Su lucha contra el paganismo hizo que le acusaran, parece que sin fundamento, en haber tomado parte en la cruel muerte de la filósofa Hypatia.

Disputa cristológica entre las escuelas de Antioquía y de Alejandría

Presencia real de Cristo en la eucaristía. San Cirilo de Alejandría (PG 72,452 C)
Presencia real de Cristo en la eucaristía.
San Cirilo de Alejandría (PG 72,452 C)

El periodo más conocido de su vida es el posterior al 428, fecha en la que Nestorio fue nombrado obispo de Constantinopla. Tuvo san Cirilo un papel destacado en el concilio de Éfeso que tuvo lugar el año 431. En este concilio se dirimió la segunda gran controversia cristológica y fue condenado Nestorio. Afirmaba Nestorio que en Cristo había dos personas, una divina y otra humana y que, por consiguiente, no podía decirse que María fuera madre de Dios.

La disputa cristológica que tuvo lugar entre las escuelas de Antioquía y de Alejandría se polarizó entre Nestorio y san Cirilo respectivamente y alcanzó a las ciudades de Constantinopla y de Alejandría. Entonces Cirilo y Nestorio apelaron al papa Celestino. Un sínodo celebrado en Roma el año 430 dio la razón a Cirilo y condenó a Nestorio. Sin embargo, hubo de celebrarse un concilio ecuménico para evitar una ruptura en la iglesia de oriente. Por ello el emperador Teodosio convocó en Éfeso a todos los obispos metropolitanos. Tuvo así su origen el tercer concilio ecuménico, presidido por Cirilo como delegado papal y donde Nestorio fue depuesto y excomulgado. Se declaró que en Cristo hay una única persona divina y que, por consiguiente, María es Madre de Dios, Theotokos.

Es san Cirilo uno de los padres de la Iglesia más eminentes y también de los más prolíficos. Su estilo literario no es particularmente atrayente, pero su profundidad al tiempo que su claridad de ideas son dignas de señalar. De entre su obra, los escritos exegéticos ocupan la mayor parte. De entre estos, tenemos el comentario a los evangelios de Mateo, Lucas y Juan.

Esto es mi cuerpo, expresión de fe en la presencia real de Cristo en la eucaristía

El primer texto que vamos a citar pertenece al comentario al evangelio según san Mateo:

“Y dijo en modo demostrativo: Esto es mi cuerpo y esta es mi sangre, para que no pienses que las cosas que aparecen son una figura, sino que por algo inefable del Dios omnipotente las oblaciones son realmente transformadas en el cuerpo y en la sangre de Cristo; y nosotros, al participar de ellos, recibimos la fuerza vivificadora santificadora de Cristo” (Comentario al evangelio de san Mateo 26,27: PG 72, 452 C).

En modo demostrativo, es decir, indicando algo concreto que puede ser señalado con el dedo: “esto”. Esto es mi cuerpo. San Cirilo está contraponiendo aquí la presencia real a algo meramente simbólico. Pero, ¿de qué otra forma podría haberse expresado Jesús para prometer algún otro tipo de presencia figurada? Para que la conjetura tenga algún fundamento, recordemos que Jesús prometió estar en medio de quienes se reúnen en su nombre. Podría entonces haber dicho algo así: “cada vez que os reunáis para celebrar la Cena del Señor, allí estaré yo en medio vuestro”. Y entonces no habría diferencia entre la eucaristía y cualquier otra forma de oración comunitaria. El demostrativo, sin embargo, expresa la realidad concreta de su presencia. Por el poder de Dios los dones son realmente transformados en el cuerpo y la sangre de Cristo. Y nosotros somos, de este modo, vivificados en Cristo.

Unión que se realiza entre Cristo y quien recibe su cuerpo eucaristizado

El siguiente texto es del comentario al evangelio de san Juan:

“Porque así como si uno funde un pedazo de cera con otro, ve que el uno está totalmente en el otro, de la misma manera, creo yo, el que recibe la carne de Cristo, nuestro Salvador, y bebe su preciosa sangre, como él mismo dice, forma como una misma cosa con él, mezclado y en cierta manera confundido con él por esa participación, de tal manera que él está en Cristo y Cristo en él” (Comentario al evangelio de San Juan l. 4, c. 2: PG 73,584 B).

El primer texto deducía de la expresión gramatical la fuerza dogmática de las palabras de Jesús. Este segundo texto explica de forma alegórica la unión con Cristo que se realiza por medio de la comunión. El ejemplo es clarísimo, aunque plantea algunas dudas acerca de su alcance. Dos trozos de cera están constituidos por el mismo material. Son la misma cosa. Así, una vez fundidos, se forma un único pedazo de cera idéntica a la primitiva.

Presencia real de Cristo en la eucaristía. San Cirilo de Alejandría (PG 73,584 B)
Presencia real de Cristo en la eucaristía.
San Cirilo de Alejandría (PG 73,584 B)

Esto no sucede entre Cristo y el cristiano. Para que el cristiano sea hecho una sola cosa con Cristo, debe ser transformado en Cristo. O, mejor dicho, cuando el cristiano se une a Cristo, se cristifica. No se da una unión entre iguales, ni siquiera una absorción de lo menos en lo más. Hacerse una cosa con Cristo supone un salto cualitativo. El ejemplo, sin embargo, cobra todo su sentido si se entiende como una unión en el amor. Y este sentido se refuerza si se piensa que, para unir un pedazo de cera con otro, ambos deben someterse a la acción del fuego.

Presencia real de Cristo en la Eucaristía. Testimonios del siglo VI

San Fulgencio de Ruspe

Nace en alrededor del año 467 en Telepte, ciudad perteneciente a la actual Túnez, muy cerca de la frontera con Argelia. Perteneció a una familia distinguida y recibió una sólida formación cultural, incluidos buenos conocimientos de la lengua y cultura griegas.

Presencia real de Cristo en la eucaristía. San Fulgencio de Ruspe (PL 65,190 B)
Presencia real de Cristo en la eucaristía.
San Fulgencio de Ruspe (PL 65,190 B)

Ejerció como cobrador de impuestos en su ciudad natal. Con posterioridad abrazó la vida monástica y, alrededor del año 507 fue elegido obispo de Ruspe. Apenas un año después y junto a otros muchos católicos, fue deportado a Cerdeña. La orden vino del rey Trasimundo, arriano y rey de los vándalos. Permaneció en Cerdeña hasta la muerte de Trasimundo en el 523. Muere san Fulgencio el 1 de enero del 533. Algunas fuentes adelantan cinco años tanto la fecha de su nacimiento como la de su muerte.

Defensor de la doctrina agustiniana sobre la gracia contra el semipelagianismo y adversario del arrianismo, San Fulgencio es considerado por muchos el teólogo más eminente de su época.

El cuerpo de Cristo (Iglesia) ofrece el cuerpo de Cristo (eucaristía)

El primer texto pertenece a su obra In tres libros ad Monimum. En esta obra habla de la predestinación y del sacrificio eucarístico, al tiempo que refuta algunas objeciones de los arrianos.

“(…) esta edificación espiritual nunca se pide más oportunamente que cuando el mismo cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, ofrece en el sacramento del pan y del cáliz el mismo cuerpo de Cristo y su sangre (…)” (Ad Monimum l. 2, c. 11: PL 65,190 B).

Vemos aquí la misma identificación agustiniana entre el cuerpo eucarístico y el cuerpo eclesial. El cuerpo de Cristo (Iglesia) ofrece el cuerpo de Cristo (eucaristía).

Recibir la comunión es recibir al Cristo total

El segundo texto pertenece a una de sus cartas. En ella san Fulgencio insiste en esta identificación que acabamos de ver y que es sello característico de san Agustín. Recibir la comunión es recibir al Cristo total, del cual Cristo es la cabeza y nosotros los miembros.

“Quien, pues, se hace miembro del cuerpo de Cristo, ¿cómo no recibe lo que él mismo se hace?, puesto que ciertamente se hace verdadero miembro de aquel cuerpo, del cual cuerpo está el sacramento en el sacrificio. Por consiguiente, se hace por la regeneración del santo bautismo aquello mismo que va a recibir del sacrificio del altar. Lo cual sabemos que lo enseñaron y creyeron sin género de duda también los Santos Padres” (Carta 12: PL 65,391 B-C).

Presencia real de Cristo en la eucaristía. San Fulgencio de Ruspe (PL 65,190 B)
Presencia real de Cristo en la eucaristía.
San Fulgencio de Ruspe (PL 65,190 B)

Por el bautismo somos hechos miembros del cuerpo de Cristo y es este mismo cuerpo el que se hace presente en el sacrificio eucarístico. Añade san Fulgencio que esto es lo que siempre se creyó y enseñó en la Iglesia. Esto es cierto, aunque en ningún Padre está expresado de forma tan explícita como en san Agustín. El cuerpo presente en la eucaristía es el cuerpo de Cristo, pero no la carne mortal, sino el cuerpo del Resucitado. Y, a partir de su resurrección, Cristo es la cabeza de su cuerpo que es la Iglesia. Así pues, puede decirse con verdad que el cristiano se hace por el bautismo aquello mismo que va a recibir en el sacrificio eucarístico.

Presencia real de Cristo en la Eucaristía. Testimonios del siglo VII

San Isidoro de Sevilla

La patrística ibérica se prolonga algún tiempo más que en otras regiones del Imperio romano de Occidente. La actividad literaria de los Padres españoles y portugueses se prolonga incluso durante todo el siglo VII. Su labor, no obstante, es más bien de compilación del legado patrístico recibido. El más importante de estos autores es san Isidoro de Sevilla, habitualmente considerado el último Padre de la Iglesia occidental.

Quién fue san Isidoro de Sevilla

Presencia real de Cristo en la eucaristía. San Isidoro de Sevilla (PL 83,755 A)
Presencia real de Cristo en la eucaristía.
San Isidoro de Sevilla (PL 83,755 A)

En ninguna parte se habla del lugar de su nacimiento. Algunos autores interpretan este silencio como una prueba de que nació en Sevilla. Otros, sin embargo, suponen que nació en Cartagena. La razón para ello es que Cartagena fue durante un tiempo residencia de su familia. En Cartagena nació su hermano san Leandro, obispo de Sevilla entre los años 584 y 600 ó 601. Tampoco sabemos la fecha de su nacimiento que habría que situar entre los años 550 y 570. Seguramente por eso los estudiosos suponen que nació alrededor del 560. Fue consagrado obispo de Sevilla a la muerte de su hermano, hacia el año 600 ó 601. En el año 633 presidió el IV sínodo nacional de Toledo. Falleció en Sevilla el 4 de abril de 636.

San Isidoro es un autor muy fecundo, con un saber enciclopédico, poco original, pero con un estilo muy sencillo. Todo esto hace de él un extraordinario divulgador de los conocimientos de la época. Por eso, más allá de la influencia ejercida en su tiempo, los siglos postreros le son deudores. Especial difusión tuvieron sus Etimologías. En esta obra, que consta de 20 libros, se encuentra sintetizado prácticamente todo el saber de la época. No es por ello de extrañar su difusión y que aún se conserven unos 900 manuscritos. En esta obra encontramos recogida y muy mejorada la definición que san Agustín daba de la eucaristía. Este texto, sin embargo, lo comentaremos en otro momento.

Aquí comentaré dos textos de otra obra titulada De ecclesiasticis oficiis. En esta obra, san Isidoro habla de la liturgia de la eucaristía, de las fiestas en España, de los cargos eclesiásticos y de las órdenes.

Fe de san Isidoro de Sevilla en la presencia real de Cristo en la eucaristía

En el primer texto, nuestro autor afirma sin ninguna ambigüedad, pero también sin mayores explicaciones, su fe en que el pan es el cuerpo de Cristo y el vino es la sangre de Cristo.

“Porque el pan que partimos es el cuerpo de Cristo (1 Cor 10,16), el cual dijo: Yo soy el pan vivo, que he bajado del cielo (Jn 6,51). Y el vino es su sangre, y esto es lo que está escrito: Yo soy la verdadera vid (Jn 15,1)” (De ecclesiasticis oficiis, l. 1, c. 18, n. 3: PL 83,755 A).

Acerca de la conveniencia pastoral de dar la comunión o negarla en caso de duda

El segundo texto muestra una preocupación pastoral que parece dar a entender cierta disquisición ética. Ante la disyuntiva de negar la comunión o no negarla, san Isidoro lo tiene claro. Negar la comunión solamente en casos extremos. Pues, quien es privado de la comunión, corre el riesgo de apartarse del cuerpo de Cristo.

“Por lo demás, si no hay tan grandes pecados que uno sea juzgado merecedor de ser apartado de la comunión, no se debe alejar de la medicina del cuerpo del Señor, no sea que, si se le prohíbe y ha de abstenerse largo tiempo, se separe del cuerpo de Cristo. Pues es cosa manifiesta que aquellos viven que se llegan a su cuerpo. De ahí que también se ha de temer no sea que, mientras uno es separado por largo tiempo del cuerpo de Cristo, permanezca ajeno a la salvación, pues dice Él mismo: Si no comiereis la carne del Hijo del hombre y bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros (Jn 6,54). Pues quien cesó ya de pecar, no deje de comulgar” (De ecclesiasticis oficiis l. 1, c. 18, n. 8: PL 83,756 B).

Quien permanece por largo tiempo sin comulgar, puede que termine por ser ajeno a la salvación. La reflexión no parece ir dirigida a la voluntad de los fieles, sino a la prudencia de los pastores.

Presencia real de Cristo en la Eucaristía. Testimonios del siglo VIII

San Juan Damasceno

Las informaciones sobre la vida de san Juan Damasceno son escasas e inciertas. Nace alrededor del año 650 en la ciudad de Damasco, hoy capital de Siria. Poco antes Damasco había caído bajo dominio musulmán. Su padre fue ministro de finanzas del califa. Comenzó san Juan su vida adulta siguiendo los pasos de su padre al servicio de los Omeya. Años después, sin embargo, la hostilidad del gobierno hacia el cristianismo indujo a san Juan a renunciar a su cargo. Antes del año 700, ingresa como monje en el monasterio de san Sabba cerca de Jerusalén. El obispo de Jerusalén le ordenó sacerdote. Falleció antes del año 754.

Presencia real de Cristo en la eucaristía. San Juan Damasceno (PG 94,1139 C-D - 1142 A)
Presencia real de Cristo en la eucaristía. San Juan Damasceno (PG 94,1139 C-D – 1142 A)

Es san Juan Damasceno el último Padre griego de renombre universal. Sus escritos destacan por su depurado estilo literario, por la amplitud de sus conocimientos y por su capacidad para sistematizar en un sistema unitario materiales muy diversos. Esto hace de él un erudito, aunque no abrió caminos nuevos. El campo de sus intereses es muy extenso. Teología dogmática, moral y ascética, exégesis e historia. Dejó también excelentes homilías y cantos litúrgicos. San Juan tuvo mucha influencia sobre insignes teólogos occidentales de la Edad Media.

Una de sus obras más importante es su De fide orthodoxa en la que presenta en 100 capítulos una síntesis personal de las enseñanzas de los Padres griegos sobre los principales dogmas cristianos. Pertenecen al libro IV de esta obra las dos citas que ofrezco a continuación.

La fuerza fecundadora del Espíritu Santo

En el primer texto destacan dos cuestiones. La primera es que san Juan atribuye a Dios mismo las palabras de Jesús. Esto resulta totalmente inusual. Máxime cuando el contexto parece ajeno a toda polémica cristológica. San Juan no explica que, si en Cristo hay una única persona divina, toda acción de Cristo es acción divina. El contexto es otro muy diferente, pues acaba de hablar de la Creación. El mismo que dijo: “produzca la tierra hierba verde” es el que ahora dice: “éste es mi cuerpo”. La segunda a destacar es la mención explícita a la epíclesis

“Dijo Dios: Este es mi cuerpo; y; Esta es mi sangre; y: Haced esto en memoria mía; y en virtud de este mandato suyo omnipotente se realiza esto hasta que él venga; pues así lo dijo (san Pablo): Hasta que venga; y sobreviene la lluvia para esta nueva cosecha mediante la epíclesis, [lluvia que es] la fuerza fecundadora del Espíritu Santo. Pues así como todo cuanto hizo Dios lo hizo por la operación del Espíritu Santo, así también ahora la operación del Espíritu Santo obra cosas que sobrepasan la naturaleza y que no puede comprenderlas sino únicamente la fe” (De fide orthodoxa, l. 4, c. 13: PG 94,1139 C-D- 1142 A).

Presencia real de Cristo en la eucaristía. San Juan Damasceno (PG 94,1143 A - 1146 A)
Presencia real de Cristo en la eucaristía.
San Juan Damasceno (PG 94,1143 A – 1146 A)

Cristo está realmente presente en la eucaristía por la omnipotencia de Dios y la fuerza fecundadora del Espíritu Santo. Esto está sobre toda palabra y sobre todo pensamiento. Es decir, no pretendas entenderlo, pues el poder de Dios sobrepasa todo pensamiento.

No sabemos de que modo se realiza la presencia real de Cristo en la eucaristía, pero sabemos que es obra del Espíritu Santo

El último texto incide en esto mismo añadiendo un paralelismo con la Encarnación y entrando en una cuestión que será objeto de debate en la Reforma:

“El cuerpo está verdaderamente unido a la Divinidad, y el cuerpo aquel que nació de la Virgen santa, no porque el cuerpo que ascendió [a los cielos] baje del cielo, sino porque el mismo pan y vino se cambian en el cuerpo y sangre de Dios. Si preguntas la manera como se realiza esto, conténtate con oír que [se realiza] por medio del Espíritu Santo; del mismo modo que el Señor, por medio del Espíritu Santo, tomó carne para sí y en sí de la santa Madre de Dios; y no podemos saber nada más, sino que la palabra de Dios es verdadera y eficaz (Hebr 4,12) y omnipotente, pero la manera de realizarse no es posible conocerla” (De fide orthodoxa, l. 4, c. 13: PG 94,1143 A – 1146 A).

No es que el cuerpo de Cristo que ascendió a los cielos baje del cielo, sino que el pan y el vino se transforman en el cuerpo y la sangre de Dios. Acerca del modo como se realiza esto, “conténtate con oír que se realiza por medio del Espíritu Santo”. Es decir, no podemos entenderlo y no nos queda otro remedio que fiarnos de la palabra de Dios, que “es verdadera y eficaz”.

La fe de los Padres de la Iglesia en la presencia real de Cristo en la eucaristía

Aunque lo más importante de este recorrido que acabamos de realizar es el recorrido mismo, sí parece que podemos concluir que todos los Padres de la Iglesia afirman sin lugar a dudas su fe en la presencia real de Cristo en la eucaristía. Más adelante tengo intención de hacer un estudio semejante, aunque más breve, para ver cómo esta presencia no es una presencia sin más, sino que es presencia del sacrificio de la cruz. Esto, que en los primeros padres no es tan explícito, va apareciendo cada vez con más fuerza hasta llegar un momento en el que es difícil encontrar textos en los que no se hable del sacrificio.

Otra conclusión que podemos sacar de este estudio, particularmente del mapa, es que la mayor parte de los Padres de la Iglesia vivieron en Asia Menor y el norte de África. En esa zona tuvo su epicentro la vida de la Iglesia. No sólo vida pastoral y espiritual. También el trabajo intelectual de los teólogos más brillantes durante nada menos que ocho siglos. La “Europa cristiana” era tierra de misión aún en pleno siglo IX, mientras en aquellas tierras hoy se practica de forma mayoritaria el Islam.

BIBLIOGRAFIA BÁSICA

  • ALTANER, Berthold & STUIBER, Alfred, Patrología. Vida, Obras e Doutrina dos Padres da Igreja, Ed. Paulinas (São Paulo, 2ª Ed. 1972).
  • QUASTEN, Johannes, Patrología, vol I, Hasta el concilio de Nicea, B.A.C. (Madrid 3ª ed. 1984).
  • QUASTEN, Johannes, Patrología, vol. II, La edad de oro de la literatura patrística griega, B.A.C. (Madrid 3ª ed. 1977).
  • QUASTEN, Johannes, Patrología, vol. III, La edad de oro de la literatura patrística latina, B.A.C. (Madrid 1981).
  • SOLANO, Jesús, Textos eucarísticos primitivos, 2 volúmenes, B.A.C. (Madrid, 2ª Ed. 1978-79).

Presencia real de Cristo en la eucaristía

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