EL FALSO ANTROPOCENTRISMO DE LA CULTURA ACTUAL

Tal vez no se había hablado nunca tanto de derechos humanos. Tampoco había habido nunca un antropocentrismo tan explícito como ahora. Y, sin embargo, nunca como ahora la vida humana había importado tan poco. ¿Cómo se puede entender semejante contradicción?

Los orígenes del antropocentrismo. El humanismo

La Academia de Atenas. Fresco pintado por Rafael Sanzio

Aunque no existe consenso por lo que respecta a la definición de humanismo, sí parece haber unanimidad a la hora de hacer coincidir el humanismo con el fin de la Edad Media. Como veremos después, esto tiene extraordinaria importancia.

Es interesante la distinción que algún autor hace entre humanismo y Renacimiento. El humanismo tendría un interés sobre todo histórico en la búsqueda de los orígenes clásicos (Grecia). El Renacimiento, sin renunciar a los principios básicos del humanismo, se centraría más abiertamente en el hombre desde una perspectiva más científica.

Antropocentrismo. El hombre de Vitrubio

El humanismo se suele relacionar con los valores. Valores humanos que algunos contraponen a un supuesto salvajismo que en ningún momento viene identificado. Por eso no es de extrañar que algún autor considere tautológico que muchos colegios se publiciten como centros de formación «humanista”.

Cabe preguntarse: ¿es el humanismo la única manera de enseñar valores? ¿Acaso no existían valores antes o fuera de la Europa que surgió a partir del siglo XV?

Antes de sacar conclusiones erróneas conviene conocer los orígenes del humanismo para entender el significado del término. Salvo que alguno pretenda darle un sentido diferente, en cuyo caso deberá advertirlo antes de comenzar.

Porque de lo que no cabe duda es de que el humanismo surge como reivindicación del hombre “natural” como contrapuesto a lo divino y sobrenatural que estaba en el centro del pensamiento medieval.

Antropocentrismo

Antropocentrismo. Fragmento de la escultura del David de Miguen Ángel

El antropocentrismo es la doctrina central del Renacimiento, frente al teocentrismo medieval. El antropocentrismo  es  una corriente de pensamiento que afirma la posición central del ser humano en el cosmos. Se caracteriza por su confianza en el hombre y en sus obras -artes, ciencia, razón- y por su preocupación por la existencia terrena y los placeres que ofrece.

Pero, ¿es posible un verdadero antropocentrismo? La pregunta no es retórica. Un verdadero antropocentrismo sería aquél que hiciera del ser humano (de todos los seres humanos) el centro. Mi opinión es que el antropocentrismo -si en algún momento existió- muta inmediatamente en etnocentrismo. De ahí, tras pasar por sucesivas mutaciones, desemboca en individualismo. Mejor dicho, en egoísmo puro y duro.

Esto sucede en primer lugar porque el ser humano como tal no existe. Existen los seres humanos. Y, cuando el individuo habla de ser humano… en realidad está hablando de su raza, de su pueblo, de su familia o, directamente, de sí mismo.

Esta estrechez de miras suele venir envuelta bajo un ropaje pretendidamente filosófico que puede confundir a algunos. Lo cierto es que la búsqueda de la verdad requiere perspectiva.

Los árboles que no dejan ver el bosque

Fotografía en la que aparece una densa arboleda

Cuando caminamos por el bosque, si es muy frondoso, lo normal es que nos perdamos. Salvo que haya algún camino bien señalizado o vayamos acompañados de una brújula, un GPS o un guía experto. Esto mismo es lo que sucede cuando el hombre fija su mirada únicamente en el hombre.

Se da la curiosa paradoja de que, para conocer la realidad, a menudo hay que salir de ella. Por eso los equipos de rescate necesitan muchas veces la ayuda de un helicóptero. ¿Y qué se ve desde el aire? Desde el aire se ven, por ejemplo, los límites del bosque. Y se ve también el acceso más fácil para rescatar al infortunado montañero.

La filosofía debería ser entonces como un espejo situado por encima de las copas de los árboles. Algo así como los espejos que ponen los ayuntamientos en algunas esquinas o a la salida de algunos aparcamientos. De la misma manera que el hombre puede físicamente sobrevolar el mundo en el que vive, su perspectiva vital puede también sobrevolar el estrecho ámbito de lo antropológico.

El contexto

Que los seres humanos -plural- se preocupen de forma prioritaria de todo lo humano, es razonable. Reflexionar sobre el ser humano como si no existiera nada más es enorme torpeza.

avaricia. Fotografía en la que aparecen varios billetes de dólar. No se puede saber cuántos (no muchos). Alguien ha tenido el ingenio de dividirlos en dos grupos para formar con ellos la imagen de un corazón.

Y es curioso que sea precisamente el Renacimiento, y su reivindicación de lo «natural» en el hombre, el comienzo de un engrandecimiento de las obras humanas de manera tal que la «naturaleza» es cada vez más vista únicamente en función de su utilidad para el hombre. Nuestra experiencia nos dice que la «naturaleza» termina así transformada nada más que en dinero.

Más curioso es todavía que la Iglesia haya asumido como suyas gran parte de las consecuencias de esta forma de ver la vida.

Digo que es curioso, porque la Iglesia ha abrazado de una forma muy generalizada lo que se llama «humanismo cristiano«. El humanismo cristiano recoge -aunque algo edulcoradas- las características de un movimiento que surge básicamente como reacción contra el teocentrismo medieval, no para transformarlo, sino para liberarse de él. Mayoría de edad le llaman. No es de extrañar, pues, que aunque algunos defiendan un humanismo teísta, el humanismo termine siendo-en el mejor de los casos- deísta.

La realidad es tozuda. Cuando el hombre individual (porque el Hombre no existe) se torna el centro del universo, expulsa de dicho centro a todo lo que no sea él y su entorno más cercano. Esto desde luego incluye a la mayor parte de sus congéneres.

La salida de ese falso antropocentrismo

La única forma de que nos tomemos en serio la humanidad -no como género, sino en la realidad irrepetible de cada ser humano- curiosamente no es otra sino desinflar nuestro ego.

Esa pretendida liberación, que podría ser real individualmente considerada, no puede ser sino falsa al referirnos a una colectividad enorme. Porque el hombre es un ser social y en toda sociedad hay líderes. Yo personalmente prefiero que mis gobernantes no se consideren por encima del bien y del mal. Ya estamos viendo que esto es más frecuente de lo que a menudo se piensa.

Esto se puede conseguir de dos formas. Bien considerando al ser humano como un ser viviente entre otros, lo cual nos lleva a un respeto general hacia la naturaleza (y al hombre formando parte de ella). Bien reconociendo la existencia de un Ser Supremo que lo ha creado todo (de forma que nosotros no somos dueños ni siquiera de nuestra propia vida, cuanto menos de la de los demás).

Como vemos, la salida no es única, pero sí seguramente convergente.

Reconocimiento de nuestra pequeñez

Rayos de sol en un crepúsculo entre montañas

El respeto a la naturaleza tiene mucho de religioso, aunque no vaya acompañado de la fe en un ser supremo. Por su parte, alguien que cree en la existencia de un Dios que sostiene el universo y cuanto contiene en un acto eterno de creación, alguien que cree en esto -que se lo cree de verdad- no puede sino respetar religiosamente la creación.

Es importante hacer notar que, en ambos casos, el hombre toma conciencia de su pequeñez. Y esta toma de conciencia, más allá de los sentimientos que pueda provocar en el hombre, es un verdadero encuentro con su propia realidad más allá de cualquier demagógico delirio de grandeza (sólo desde el reconocimiento de la verdad puede haber ejercicio de la libertad).

Pues bien, sólo desde este respeto universal a la vida (por sabernos parte y no todo, o por saber que todo está en Dios), resulta creíble el respeto por la vida humana de forma verdaderamente universal.

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