CONOCIMIENTO INTERNO DEL SEÑOR

Conocimiento interno del Señor. Dibujo a carboncillo del rostro de Jesús coronado de espinas

Conocimiento interno del Señor, es el encuentro de nuestro ser más íntimo con la persona misma del Resucitado. Es intimidad y es búsqueda. Es personal e intransferible. Va mucho más allá de la doctrina o de las prácticas religiosas. No es consuelo, sino aguijón y, sin embargo, es lo único que puede llenar nuestro corazón inquieto.

La búsqueda de Dios puede tomar muchas formas, aunque siempre debe ir acompañada de la búsqueda de la verdad.

Para quien ya es cristiano, esa búsqueda de Dios no puede ser otra que la búsqueda de Cristo. Alguien podría pensar que, quien ya es cristiano, ya se encontró con Cristo y no precisa buscar más.

Nada más lejos de la verdad. En primer lugar porque, salvo una experiencia como la de san Pablo, el encuentro con Cristo es siempre mediado. Y, por tanto, a medias mientras no haya un encuentro personal más allá del testimonio de otros. En segundo lugar porque el encuentro con Cristo, como todo encuentro personal, es siempre algo en proceso. Por ello, cuanto mayor es nuestro conocimiento interno del Señor, mayor es nuestra percepción de lo lejos que estamos de conocerle y de amarle.

El conocimiento interno en los Ejercicios Espirituales de S. Ignacio [1]

Los Ejercicios Espirituales de san Ignacio son una forma no infalible, ni tampoco imprescindible, pero sí muy eficaz de alcanzar este conocimiento interno. Estoy hablando del mes de ejercicios.

Lo que san Ignacio pretende es recrear en lo posible la experiencia que los discípulos tuvieron con Jesús. El fruto de los ejercicios es el encuentro con Jesús de Nazaret. Una experiencia espiritual que, cuando se alcanza, deja huella. Este es el auténtico fruto de los ejercicios.

Tres son los lugares en los que san Ignacio habla del conocimiento interno.

Conocimiento interno de mis pecados

En la primera semana de ejercicios, san Ignacio nos propone tres coloquios. El primer coloquio será con Nuestra Señora, el segundo con el Hijo. Finalmente nuestra petición se dirigirá al Padre. En los tres coloquios la petición es siempre la misma: «conocimiento interno de mis pecados y aborrecimiento de ellos» (EE [63]).

Estos coloquios incluyen otras peticiones relacionadas con la anterior, por ejemplo «conocimiento del mundo». Pero no se vuelve a hablar de conocimiento interno.

Mirando en mi interior

¿Qué significa aquí la expresión «conocimiento interno»? El ejercitante pide luz para descubrir sus pecados, para no engañarse a sí mismo, para ver en su interior. Pero está  pidiendo mucho más.

Conocerse uno a sí mismo no es nada fácil. Reconocer las propias faltas es un ejercicio muy duro, que requiere una notable madurez y equilibrio afectivo. Derribar los mecanismos de defensa para dejarse curar por Dios es una gracia.

Pero lo que el ejercitante está pidiendo aquí va mucho más allá de este ejercicio ascético.

Mirando hacia Dios

Conocimiento interno del Señor. Mural que preside las escaleras del colegio Regina Assumpta en Cercedilla (Madrid)
Mural en el colegio Regina Assumpta en Cercedilla (Madrid)

Porque no se trata de una introspección para descubrir mis faltas, mis defectos o las cosas que hago mal. Estamos hablando de «mis pecados». Y los pecados hacen siempre referencia a Dios. De modo que no puede haber «conocimiento interno de mis pecados» que no nazca del conocimiento interno del amor que  Dios me tiene.

Quien reconoce sus faltas está mirando hacia sí mismo. En cambio, el conocimiento interno de mis pecados es un acto de adoración y de amor a Dios. Mirar hacia las propias faltas puede llevar al rechazo hacia nosotros mismos. Presentar nuestras miserias ante Dios lleva al conocimiento interno de su Amor.

De esta manera, ya desde la primera semana, se viene preparando lo que culminará, como veremos, en la cuarta semana.

Conocimiento interno del Señor

El conocimiento interno del Señor es el eje sobre el que pivota la segunda semana de ejercicios.

Conocimiento interno del Señor. Para que mas le ame y le siga. Fotografía de unas huellas

Esta semana comienza, a modo de introducción, con la contemplación del Rey Eternal (EE [91-100]). Inmediatamente después, comienza propiamente la segunda semana con la contemplación de la Encarnación. Y es ahí donde san Ignacio propone al ejercitante que comience pidiendo: «demandar conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga» (EE [104]).

Tres preámbulos

Encontramos esta petición en el tercer preámbulo. En los dos preámbulos anteriores, el ejercitante habrá preparado la contemplación. Primero trayendo el contenido de la contemplación y después colocándose en situación: «contemplación, viendo el lugar».

El proceso, por lo tanto, es el siguiente: Primero los datos conocidos por el testimonio de otros. Segundo e importantísimo, yo formando parte de la escena. Finalmente el conocimiento interno, que ya no depende de mí y, por eso, no puedo hacer sino pedirlo.

El conocimiento interno no es obra de la inteligencia (primer preámbulo) ni de la voluntad (segundo preámbulo), sino que es gracia.

Para que más le ame y le siga

La petición de conocimiento interno tiene además un por qué y un para qué. Pido conocimiento interno del Señor «que por mí se ha hecho hombre». No se trata de un dato añadido, sino de la razón por la cual yo deseo conocerle y amarle: porque él me amó primero. Y es por esto que yo deseo a mi vez amarle y seguirle. «Para que más le ame y le siga». El conocimiento interno tiene por finalidad el amor, y un seguimiento que no es externo ni funcional, sino interno y personal. Se trata de conocerle tan íntimamente que su persona sea reconocible en la nuestra.

Conocimiento interno de tanto bien recibido

En la cuarta semana de ejercicios, encontramos la tercera petición de conocimiento interno. Aquí, conocimiento interno de nuestra profunda deuda para con Dios. Este conocimiento nos llevará al reconocimiento amoroso hacia nuestro Creador.

El segundo preámbulo de la contemplación para alcanzar amor es: «pedir conocimiento interno de tanto bien recibido, para que yo, enteramente reconociendo, pueda en todo amar y servir a su divina majestad» EE [233].

La contemplación comienza con la composición de lugar, que consiste en hacerme consciente de que estoy en la presencia de Dios nuestro Señor. Este Señor es el Resucitado y aparece rodeado de los ángeles y de los santos, que interceden por mí. Estoy ante el Cristo total.

En este contexto, el ejercitante pedirá conocimiento interno de tanto bien recibido. En los cuatro puntos de los que consta la contemplación (EE [234-237]), san Ignacio se encarga de enumerar la multitud de dones recibidos.

El inmenso gozo de sabernos creaturas

La composición nos ayuda a entender el sentido que tiene el conocimiento interno en este contexto. El conocimiento interno es conocimiento ante la presencia de Dios. ¿Quién no se ha sentido muchas veces feliz ante cualquier hecho o circunstancia? Dar gracias a la vida es un ejercicio muy sano, que nos esponja el corazón. Pero el conocimiento interno va más allá.

El conocimiento interno es penetración de la realidad a la luz de la fe. El conocimiento interno de los bienes recibidos es experimentar en lo más profundo de nuestro ser que todo se lo debemos a Dios. Es el reconocimiento, no teórico sino actual, de nuestra condición de creaturas. Es sabernos totalmente dependientes de Dios, saber que somos suyos, de modo que deseemos con toda el alma «en todo amar y servir».

El conocimiento interno del Señor en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio

Sentir y gustar de las cosas internamente

San Ignacio comienza el libro de los ejercicios espirituales con unas anotaciones. En ellas indica a quien da los ejercicios que no se extienda en la predicación. La razón que da para ello es que «no el mucho saber harta y satisface al ánima, mas el sentir y gustar de las cosas internamente» EE [2].

Este sentir y gustar internamente equivale al conocimiento interno. Para san Ignacio, el conocimiento interno del Señor equivale a conocimiento personal. Es sentir y gustar de su presencia. El conocimiento interno es alimentado por el amor recíproco. Es el conocimiento que nace del trato, del encuentro y de la experiencia.

El conocimiento interno va tomando cuerpo por medio de la oración personal, a la luz de la Sagrada Escritura, especialmente de los Evangelios.

Por eso, es muy significativo que a quien da los ejercicios se le diga textualmente: «discurriendo solamente por los puntos con breve o sumaria declaración». Porque es de mucho más fruto espiritual que el ejercitante descubra por sí mismo (por su propio raciocinio o por virtud divina) el sentido de la historia.

Conocimiento interno del Señor. "No el mucho saber harta y satisface el ánima..."

Cuando el director de ejercicios se explaya en exceso, se está interponiendo entre el Señor y el ejercitante. Su labor es ir guiando, pero dejando que sea el ejercitante quien realice su propia oración. El conocimiento interno es el que nace de dentro. El predicador puede aumentar nuestro conocimiento intelectual. También puede encender el sentimiento religioso. Pero el único que puede alcanzarnos el conocimiento interno es el Señor mismo.

Conocer en nuestro interior

El conocimiento interno del Señor es en primer lugar conocimiento que se realiza desde la fe, desde lo más íntimo de nosotros mismos.

El conocimiento interno nace del amor

Conocimiento interno del Señor. Dibujo que representa nuestro corazón enamorado dentro del corazón de Cristo
Conocimiento interno del Señor

Para alcanzar el conocimiento interno del Señor son de mucha ayuda el estudio y la profundización teológica. Pero no son imprescindibles y, desde luego, no son suficientes. Podría decirse que el conocimiento interno nace del amor y poco amor demuestra quien no busca conocer de todas las formas posibles. Pero el conocimiento interno solamente se puede alcanzar mediante la oración, mediante el trato íntimo con el Señor.

El conocimiento interno es un don que hay que pedir y que se da únicamente en la entrega de la propia persona. Se percibe en el alma, pero nace del ver y el escuchar, oler, palpar. Sentir y gustar. El conocimiento interno no es aceptación de una doctrina, sino enamoramiento.

El conocimiento interno del Señor nos mueve a su búsqueda

Conocimiento interno es intuición. Es ese percibir que nace de la convivencia. Es esa sintonía que nace de la amistad, cuando las palabras sobran. De ahí viene el reconocimiento que nos capacita para distinguir dónde está Cristo y dónde no. En eso consiste el discernimiento, que va mucho más allá de la elección de estado. El discernimiento es un estado que para san Ignacio fue permanente. En todo amar y servir supone una actitud de perpetuo discernimiento.

El conocimiento interno es amar a Cristo con toda el alma, y supone una actitud de alerta continua. Porque el conocimiento interno es un don. Sabiendo, además, que con gran facilidad podemos ser engañados. Unas veces conformándonos con muy poco (tentaciones de primera semana). Otras veces proyectando nuestros deseos sobre la realidad (tentaciones de segunda semana).

Quien me ha visto a mí ha visto al Padre

El conocimiento interno es conocimiento desde nuestro interior, pero es también conocimiento del interior del propio Cristo.

Esto último parece extraordinaria osadía. Sin embargo, seguir a Cristo supone conocerle en la profundidad de su persona. No hay verdadero seguimiento si no hay conocimiento interno.

Conocimiento interno del Señor para más amarle y seguirle

Seguir a Cristo no es imitar exteriormente sus acciones. Tampoco es seguir su doctrina. Y, contra lo que algunas formas de espiritualidad practican, tampoco es obedecer a una persona. Ni que sea el director espiritual. Seguir a Cristo es identificarse con él, sentir como él, ser otro Cristo. Por ello, el conocimiento verdadero de Cristo ha de ser conocimiento interno. Conocimiento de su persona, de sus “por qués”, como observa Santiago Arzubialde [2]. No conocemos a alguien hasta que no somos capaces de intuir por qué actúa del modo en el que lo hace.

Imitar a Jesús puede ser muy meritorio, pero no dejaría de ser una caricatura. Jesús actuó del modo en que lo hizo, porque esa fue la voluntad del Padre en las circunstancias concretas que le tocó vivir. Seguir a Jesús es ser dóciles al Padre como él lo fue.

Seguir la doctrina de Jesús parece algo más realista. Lo parece. Porque la doctrina que nos muestran los Evangelios es de imposible cumplimiento con las solas fuerzas humanas. Así pues, sin el conocimiento interno de Cristo, tenemos de nuevo una caricatura. Porque el único mandamiento de Cristo es el mandato del amor. Y es el amor el único que puede guiar nuestros pasos.

De ahí la petición de «conocimiento interno del Señor, para que más le ame y le siga». Un conocimiento interno que solo es posible a través de la oración. Amor y seguimiento que es amor al Padre y entrega de la vida en sus manos.

El conocimiento interno del Señor en la vida del cristiano

Muchos cristianos salen de ejercicios identificando erróneamente el fruto de los ejercicios con los «propósitos» de ejercicios. Nunca están mal los buenos propósitos, pero son más propios de la Nochevieja que de la experiencia de ejercicios.

El fruto de los ejercicios es la experiencia en sí misma. El encuentro del Señor, cuando es genuino, deja huella. Si en ejercicios nuestra oración se ha quedado en la superficie, poco durará en nosotros la consolación que hayamos creído tener. Pero si hemos alcanzado algún conocimiento interno, este es perdurable.

En cualquier caso, existe una diferencia cualitativa entre la vida de fe que nace del conocimiento interno y la vida de fe que se alimenta por medio de terceros. Esto no significa que unos y otros no puedan alcanzar el mismo grado de santidad. De hecho, la santidad se mide en términos de fidelidad. El conocimiento interno es un don, y «a quien mucho fue dado, mucho será demandado» (Lc 12,48). Pero sí da lugar a dos modos totalmente distintos de experimentar la pertenencia a la Iglesia. Y ello tiene importantes consecuencias, especialmente cuando se vive en una sociedad desacralizada como la nuestra.

El conocimiento interno requiere una vida de oración

El conocimiento interno del Señor, es conocimiento personal, relación personal con él. Y la oración es justamente esto.

¿Qué es oración?

Ahora bien, ¿qué es oración? Porque es un hecho que, muchas veces, la oración no nos lleva al conocimiento interno. Lo primero que nos viene a la mente es la parábola del fariseo y el publicano. El publicano volvió justificado, porque puso en las manos de Dios su realidad. Podríamos decir que tuvo conocimiento interno de sus pecados.

¿Qué hizo de malo el fariseo? Dio gracias a Dios y no mintió al enumerar todas las cosas buenas que había hecho. Pero juzgó a los demás y se tuvo por superior a ellos. De este modo se atribuyó a sí mismo el mérito de sus buenas obras y, por consiguiente, no fue del todo sincero al dar gracias a Dios. Aún peor, no se dejó interpelar por Dios. Habló y habló, pero no escuchó. Si hubiera tenido una actitud de escucha, su oración hubiera virado en algún momento y se hubiera convertido en acto de contrición.

Esto no significa que toda oración sincera tenga que tener la forma de petición de perdón. Lo imprescindible de la oración es el reconocimiento de que todo se lo debemos a Dios. Y no menos importante es la actitud de escucha. Por eso Jesús dice a sus discípulos que no utilicen muchas palabras como hacen los paganos. Porque, cuando hablamos mucho, la oración se convierte en un monólogo.

El silencio de Dios

Y aquí nos encontramos con lo que muchos llaman el «silencio de Dios». Cuando pedimos a Dios y él parece no escuchar. Cuando tenemos que tomar una decisión y nos gustaría que nos dijese con claridad lo que espera de nosotros.

En los salmos vemos que lo que la oración transforma es ante todo al orante. Podemos observar cómo los salmos de petición comienzan con el salmista al borde del abismo y terminan dando gracias a Dios. Así nos sucede también a nosotros.

Dios se vale de nuestras necesidades para realizar su pedagogía. Lo que la oración realiza en nosotros es, ante todo, un cambio radical de perspectiva.

La oración nos hace ver la realidad con los ojos de Dios. No estoy hablando de resignación, sino de esperanza. En nuestra vida, sucede con frecuencia que los árboles no nos dejan ver el bosque. Carecemos de perspectiva y de paciencia. La oración contextualiza nuestra realidad, haciendo que experimentemos nuestra vida en las manos de Dios. Hablo de experiencia, no de doctrina. No se trata de decirnos a nosotros mismos que nuestra vida está en las manos de Dios. El sentir y gustar de las cosas internamente es experiencia y es gracia.

En el caso más extremo, encontramos la oración de Jesús en el Huerto: «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; mas no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22,42).

Conocimiento interno del Señor y discernimiento

No hay conocimiento interno del Señor sin discernimiento. Porque el conocimiento interno del Señor no es algo que se consiga de una vez y para siempre. Por eso es necesario estar muy atentos para discernir dónde está el Señor y dónde no.

Fotografía de una lupa ("buscar y hallar")

Algunas veces es relativamente sencillo descubrir dónde «no» está el Señor, pero con frecuencia podemos creer que seguimos al Señor cuando, en realidad, estamos siguiendo nuestras propias inclinaciones [3].

También puede suceder que, de forma autónoma o por indicación de otros, estemos viviendo una vida que no es la nuestra. Por eso, el discernimiento debe hacerlo cada uno personalmente ante Dios. Nadie puede suplirnos en la búsqueda de la voluntad de Dios sobre nosotros.

Para el encuentro con Cristo no hay recetas. Existen unas normas morales que son para todos, pero seguir a Cristo es mucho más que una ética. El consejo de personas espirituales es siempre bienvenido e incluso necesario, pero el conocimiento interno es personal e intransferible. Cada cual debe encontrar la voluntad de Dios en cada instante de su vida. Esto exige un continuo abrir nuestro corazón a Cristo.

No solo en las grandes decisiones. Las grandes decisiones están condicionadas por lo que somos. Y lo que somos viene dado por esas pequeñas decisiones que hemos ido tomando a lo largo de toda nuestra vida.

Pobreza con Cristo pobre

El conocimiento interno del Señor lleva al amor. El amor lleva al deseo de seguirle. Y el deseo de seguirle va indefectiblemente unido al deseo de parecernos más a él.

La pobreza no es un fin, pero ayuda

Esta pobreza no debe ser entendida como forma de imitación externa de una determinada situación socioeconómica.

La pobreza no es un fin, pero ayuda. Hoy en día, antes siquiera de comenzar a trabajar en cualquier cosa (también en lo pastoral), lo primero que se mira son los medios materiales. Esto, que parece razonable para un partido político, es letal para la Iglesia. Al corazón de las personas no se llega con grandes templos, ni con emisoras de televisión, sino con nuestra entrega, nuestra fe, nuestro amor y con el ejemplo de nuestra vida.

Seguir a Cristo hasta la cruz

San Ignacio no nos invita a abrazar la pobreza sin más, sino «pobreza con Cristo pobre», que no es lo mismo. Se trata de seguir a Cristo hasta la cruz. Por eso san Ignacio va más allá. El texto ignaciano dice así:

«… por imitar y parecer más actualmente a Cristo nuestro Señor, quiero y elijo más pobreza con Cristo pobre que riqueza, oprobios con Cristo lleno de ellos que honores, y desear más ser estimado por vano y loco por Cristo, que primero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente de este mundo» (Tercera manera de humildad, EE [167]).

Esto subvierte los criterios mundanos que son una tentación constante para la Iglesia.

Fotografía de la Iglesia del Carmen en Cercedilla
Iglesia del Carmen – Cercedilla

¿Dónde está Cristo? ¿En la prudencia o en el amor? ¿Acaso en las comunidades pobres que no tienen ni templo o en las parroquias ricas que, cuando tienen goteras en alguno de sus edificios, echan el templo abajo y lo vuelven a construir? ¿En los excelentísimos y reverendísimos señores o en algunas de esas ancianas en quienes nadie repara?

Para concluir

El conocimiento interno del Señor es ese conocimiento del que el Señor dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeñitos» (Lc 10,21).

Los pequeñitos no son los niños. Tampoco son, sin más, la gente sencilla. Los pequeñitos son todos aquellos que tienen conocimiento interno de su realidad de creaturas. Que sienten y gustan interiormente que su vida dependa enteramente de Dios. Y esto, obviamente, es mucho más fácil para aquellos cuyo único valedor es Dios.

El conocimiento interno del Señor es el Señor mismo que se entrega a quienes se saben pequeños [4]. Que lo saben de verdad, no de boquilla;  y que lo viven con gozo, no deseando que sea de otra forma.

Conocimiento interno del Señor es ante todo experiencia del Señor. Y esta experiencia del Señor lleva consigo ver la realidad con los ojos de la fe. Es ver el mundo y a nosotros mismos con los ojos de Dios.

El conocimiento interno del Señor lleva a una continua acción de gracias. Por aquello que nos agrada, y también por lo que no nos agrada (cf. Rom 8,28)

NOTAS

[1] El texto de los ejercicios espirituales de san Ignacio pueden encontrarlo en la página de descarga gratis.

[2] ARZUBIALDE, Santiago, Ejercicios Espirituales de S. Ignacio. Historia y Análisis, Mensajero-Sal Terrae (Bilbao-Santander, 1991) pp. 284-285.

[3] San Ignacio pone un ejemplo muy inocente, pero muy gráfico de su propia vida. Cuando era estudiante, tenía dificultades con el latín. Durante un tiempo observó que le invadía un repentino fervor cada vez que se ponía a estudiar. Entonces llegó a la conclusión de que ese fervor no venía de Dios, sino que era tentación. El encuentro con Cristo se da en cumplir su voluntad, que en este caso era que estudiase.

[4] Es importante señalar que este ser y sabernos pequeños no tiene nada que ver con ciertas actitudes que algunas veces se ven -o se esperan- en la Iglesia. El conocimiento interno es todo lo contrario de la pusilanimidad. El conocimiento interno del Señor da una fuerza extraordinaria. Aquella misma fuerza que el Resucitado infundió en los Apóstoles. Al mismo tiempo, la entrega de la propia vida en las manos de Dios nos da la fuerza para no dejarnos llevar por modas ni conveniencias de hombre alguno.

Conocimiento interno del Señor

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